Crítica de Lo salvaje, de Julia Elliott (Horror Vacui)
No puede empezar con mejor pie la singladura de la editorial Horror Vacui, especializada en, parafraseo, “publicar obras de ficción escritas por mujeres para crear un espacio que dé cabida a una literatura inquietante, grotesca, monstruosa”. La publicación de Lo salvaje parece amarrarse con fuerza a tal manifiesto, porque reúne un poco todo ello. Supone el debut de Julia Elliott (escrito en 2014, desde entonces ha publicado The New and Improved Romie Futch) y brinda una colección de relatos que se mueven con soltura ecléctica en esas exactas coordenadas temáticas y estilísticas.
Son once historias que se encuadran en los tonos cromáticos del americana, del southern gothic, en los elementos de la ciencia ficción, el terror y el retrato postapocalíptico, todo en distinto grado de abstracción y siempre puesto al servicio de sus personajes, más que de las convenciones de los respectivos géneros. Los de Elliott son mundos distópicos nacidos de los males y las neuras del siglo XXI (incomunicación, dietas hipercalóricas, trastornos de ansiedad, calentamiento global) plasmados en relatos humanistas que en varias ocasiones se fijan en los desplazados, en los que viven al margen y los olvidados, desde rednecks a alienados de todo tipo, ancianos con pasado y adolescentes sin futuro. Hay seres sensibles que conviven con gente cuya comunicación más directa y eficaz es la simple violencia, ambientes presuntamente paradisíacos imbuidos de barbarie, choques, contrastes, sutiles irrupciones de lo absurdo, lo cómico o lo extraño, dentro de un universo ya de por sí raro.
Raro pero de algún modo cohesivo. Porque a pesar de ser independientes en cuanto a ambientes, argumentos e incluso géneros, todos estos relatos pertenecen a una especie de universo común. En ellos van emergiendo elementos concretos que se repiten y se interconectan, si no argumentalmente por lo menos sí desde un punto de vista estético. Aparecen en varios de estos cuentos algunas reflexiones sobre los roles tradicionales de género y entorno al patriarcado. Hay una presencia de hombres lobos, santería, un enfoque filosófico o simplemente físico de la decadencia del cuerpo humano, una asfixia religiosa o un peso existencialista de lo cósmico. También aparecen a menudo vísceras animales, que funcionan como elemento de poder místico, adicciones de diversa índole, delirantes terapias alternativas que pretenden reconectar cuerpo y mente y supuestas invasiones extraterrestres que erradicarían la raza humana.
También desde un punto de vista argumental va rimando Elliott algunos de sus relatos. En “El castigo” y “La familia Wild” describe una entrada a la adolescencia turbulenta y licantrópica en ambientes rancios color ocre almizcle y que huelen a entrañas desparramadas. En “LIMBs” y “Regeneración en Mukti” la biotecnología y las terapias alternativas pretenden ser el catalizador para el renacimiento de cuerpos, espíritus y psiques en decadencia. En esta última y en “Dieta cavernaria” la barbarie violenta el supuesto equilibrio en centros de autodescubrimiento para burgueses. En “La máquina de amar” no sólo habla sobre jugar a ser Dios en nuevos paradigmas tecnológicos relacionados con las inteligencias artificiales sino que también apunta a otras sexualidades basadas en el contraste de lo orgánico con lo mecánico, o la emoción versus la programación: otro de los temas recurrentes del libro, también presente en cierto modo en “Organismos”.
La visión de Elliott es, en fin, muy personal y fresca (excepto quizá en alguno de los relatos: el citado “Organismos” huele a tecnofobia un pelín boomer) y esta decena y pico de relatos dan buena fe de ello. Abrimos nuestra curiosidad, por tanto, a esa The New and Improved Romie Futch que esperemos no tarde en llegar a nuestro país.
Lo salvaje: un gran descubrimiento
Por qué leer Lo salvaje
No es extraño que un libro de relatos, especialmente si es un debut, sea un tanto irregular. A pesar de ello, Julia Elliott abría su carrera en 2014 con esta colección que da fe de su imaginario: oscuro, pesimista… y bellamente escrito