Crítica de Locamente millonarios (Crazy Rich Asians)
Lo de Locamente millonarios es un poco la culminación de esta etapa de triunfo de lo medianero, en la que parece que vivimos. Esa en la que de repente un biopic como cualquier otro se aplaude y gana los mayores galardones. Donde el «no está mal» se convierte en el «notable» de cuando éramos más exigentes. Donde una serie que se conforma con no ofender se convierte en el revientaVOD de turno. Campana de Gauss se le llama, ¿no? No sé. Pero habrá que ajustarse a los tiempos que corren y sí, decirlo ya de entrada: Crazy Rich Asians no está mal. Es el producto más tontaina, previsible y edulcorado de los últimos meses, pero también el que menos pimienta mete en su condimento, el que a mayor público pretende satisfacer, y que más rápido se conforma con llegar a unos mínimos. ¿Solución? Todos contentos, y para casa.
Habría que preguntarse si eso es lo que se le debería pedir a una megaloproducción que, para mayor inri, aparece entre las candidatas a galardones top (estaba nominada como mejor comedia al Globo de oro). Si realmente vamos a aplaudir naderías absolutas para que estas sigan colmando los esmeros de las distribuidoras, mientras dejamos que quien arriesga algo más se hunda en el pozo del olvido. Lo dicho: es época del triunfo de lo mediocre, y a mediocre, a Jon M. Chu no le gana nadie.
El director de Step Up 2, de G.I. Joe 2 y de Ahora me ves 2, ha fabricado el refrito definitivo de las comedias románticas. Su adaptación de la novela homónima de Kevin Kwan es un repaso a las screwballs, a los clásicos, a las pretty womans y a los cuentos de hadas tipo Disney: una cenicienta (profesora, claro) está emparejada con un tipo que resulta ser riquísimo aunque nunca se lo había dicho (ajá). Con motivo de una boda, deberá conocer a la familia de éste, en Singapur. Y ganarse a la suegra, que es un poco arpía. La abuela de la familia, claro, será la maja de turno. Todo previsible y anodino: en su afán por no molestar a nadie, la contención es total y absoluta a excepción de un par de secundarios acostumbrados a los chistes de brocha gorda (y aquí a un 10% de su potencial). ¿Qué la diferencia de cualquier subproducto hecho para la repesca de Katherine Heigl, por ejemplo? Que aunque sus escenas sean un batiburrillo de plagios, las protagonizan los asians que dan título a la película. ¿Y con eso basta? Otra pregunta que habría que hacerse, la verdad. Lo mismo que su banda sonora: trasnochadas versiones (¡Coldplay!) pero cantadas en chino. ¿Acaso son mejores canciones por ello?
Con todo, la contención y el total arrugamiento tiene su parte de segregación de endorfinas, qué duda cabe: es agradable de ver, jamás se ríe, pero sí se sonríe alguna vez, y su clímax consigue exponer emocionalmente, un poquito, al espectador, tras haberlo abrasado con una miríada de personajes esnobs e irritantes, además de previsibles y superficiales. La vulgaridad más absoluta tiene como contrapartida la relación de la rabia de quien es consciente en todo momento de que se la están metiendo doblada. Porque igual que las baratijas que se compran en un bazar chino, esta película tiene tanto de dorado y aspecto de rico, como de material rehusado y hueco en su interior. Es fácil justificarlo: «es que acude a la parafernalia asiática de los nuevos ricos». Pues no, no nos la pegarás, querido Chu.
Al final, Locamente millonarios, Crazy Rich Asians, suena a excusa para que un puñado de cineastas se hayan pegado unas vacaciones de cuidado. Es como hojear una revista a bordo de un avión. Esa que te enseña mil maravillas de los destinos más lujosos, pese a estar dentro de un miserable Ryanair. ¿Alguna vez os aportó algo esa lectura? Pues lo mismo que la película que nos ocupa: un entretenimiento regulero, inofensivo, simpático, pero que aunque palíe, no esconde del todo la sensación de aburrimiento del viaje eterno que se nos propone. Pero hey, ¡que viva la mediocridad!
Trailer de Crazy Rich Asians (Locamente millonarios)
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Una chorrada tan amable como olvidable, tan ostentosa como hueca. No aporta nada y de hecho, es bastante poco lícita con su apropiación de escenas ajenas. Pero tampoco ofende, que ya es.