Crítica de Los Croods: una aventura prehistórica
En cierto modo tranquiliza ver cómo DreamWorks Animation sabe abrazar sus propias limitaciones. Ya lo hemos dicho varias veces: hubo un techo, se llamaba Cómo entrenar a tu dragón y parece, aún a día de hoy, una cota insuperable para cualquier estudio que quiera operar en el mundo de la animación digital al margen de Pixar. El propio equipo de producción de DreamWorks lo sabe, es perfectamente consciente de ello y prefiere jugar en otra liga, la del entretenimiento familiar con aire de película de acción hipervitaminada y menores aspiraciones artísticas, a pesar de que Chris Sanders, el 50% de la pareja de directores de esta Los Croods: una aventura prehistórica (el otro es Kirk De Micco) fuera también artífice de la mentada aventura vikinga. De modo que ahora el referente es otro, un Madagascar 3 que, también este, se diría imposible superar en su terreno con productos como el que nos ocupa. Pero que parece más asequible como referente. Y con los baremos establecidos debemos admitir que esta Los Croods no está del todo mal. Ni se pretende un nuevo milestone en la animación contemporánea, ni quiere alcanzar nuevas cotas de complejidad narrativa, ni explorar terrenos vírgenes en el género. Simplemente, esto es una película muy familiar con sincero ánimo de entretenimiento.
Y lo deja claro desde un principio. Un minuto uno que plantea como presentación una espídica secuencia de acción para una suerte de partido de fútbol troglodita con un huevo de avestruz antediluviana como objetivo. Un chute de estimulantes al riego sanguíneo en una secuencia que presenta a todos los personajes (esos Crood, familia neolítica, brutos como piedra de pedernal) y juega todas las cartas de planificación espacial y tempo acelerado. Será la primera de las abundantes secuencias de acción apneica que se diseminan regularmente por el metraje como efervescente juego de birlibirloque: un paso de manos y hop, la relativa falta de ideas argumentales queda felizmente enmascarada.
Es la idiosincrasia general de Los Croods. Epatar a lo grande con una sana capacidad aventurera para esconder una historia un tanto trillada. La de una familia que tiene que enfrentarse por primera vez con el mundo exterior que desconocen y que les representa una amenaza. En otras palabras, una especie de transposición del mito de la caverna de Platón, llevado hasta la literalidad; los Crood ignoran lo que hay más allá de su cueva amedrentados por el miedo a la novedad, a lo inexplorado. Autoengañados en una zona de confort autoimpuesta, segura pero de reducidísimo alcance cognitivo. Aparece así el clásico choque relacionado con la iluminación del conocimiento: la noche -las tinieblas de la ignorancia- versus el día -la consciencia, el conocimiento, la modernidad-. Y se traslada a un contexto familiar en un giro clásico hacia algo parecido al screwball. Grug, el patriarca Crood, neanderthalizado, garrulo y salvaje deberá aceptar a Guy, el nuevo pretendiente de su hija Eep, un joven audaz, impetuoso y mucho más moderno.
En este punto entra el factor cómico, el elemento emotivo y la definición de personajes. Correcto todo ello, aun sin despuntar nunca respecto a lo ya visto con anterioridad. La comedia no siempre está lograda, aun alcanzando sus mejores momentos cuando se pone un tanto negruzca. La parte emocional no se sale de los cauces previstos: la aceptación del otro, de las limitaciones de uno mismo; la responsabilidad paternal y el salto generacional; el fin de la sobreprotección y la fuerza final de los lazos familiares. Y la galería de personajes admite tópicos (la abuela macarra, la niña con ganas de aventuras, el niño memo, el roedor/tití gracioso) y encuentra sus puntos más logrados en la sinergia entre los tres principales: Grug, Eep y Guy.
Queda claro, pues, que el fuerte de Los Croods es su parte más física, su ambición slapstick y su parte puramente visual. A pesar de no gozar de una calidad técnica particularmente elevada -especialmente en las texturas de los personajes, poco perfeccionadas-, la película sabe obviar sus limitaciones y apostar por un diseño visual impactante, especialmente logrado en el planteamiento visual de una prehistoria paralela, un mundo ucrónico poblado por fabulosas criaturas hipercoloridas, de formas y pelajes alucinantes, e iluminado por luces de fantasía. Se mezclan en la película, así, un estupendo acabado realista en los fondos con una brutal capacidad de fabulación e inventiva formal propia de las más ricas fantasías literarias decimonónicas. Un ejercicio inmersivo que favorece, a golpe de sentido de la maravilla, la pulsión aventurera del relato, y logra cohesionar un poco más una narrativa que con menos anclaje visual podría parecer más destartalada que realmente trepidante.
Así las cosas, Los Croods es DreamWorks haciendo su propio Ice Age y logrando superar a Fox; convirtiendo el esfuerzo en una aventura buenrollista, familiar y un punto tierna en un mundo fantástico que recupera la prehistoria como terreno de maravillas inventadas (como en Hace un millón de años), trogloditeces cartoon (Los Picapiedra), tortillas temporales (Yo fui un cavernícola adolescente) o desvaríos cómicos (Cavernícola).
Es limitada en muchos aspectos, pero logra sus objetivos con holgura.
6’5/10
Ésta también la vi con mi hija y me pareció, sin pretenderlo, una metáfora sorprendentemente lucida de lo que está ocurriendo en España. El mundo se hunde a nuestro alrededor y tenemos que buscar el mañana (la expatriación).