Crítica de Ludwig. Luis II de Baviera

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Encuadrada dentro de una especie de serie de grandes epopeyas históricas, más concretamente dentro de su trilogía alemana (junto con La caída de los dioses y Muerte en Venecia), Ludwig (1972) es la constatación de esa afirmación que asegura que Visconti ha sido el más dotado director a la hora de retratar la decadencia de las clases altas europeas. Habiendo superado la etapa neorrealista, el milanés se deslizaba por los sesenta y setenta a lo largo de una colección de títulos suntuosos para hablar de ese desmembramiento de las sociedades burguesas del último siglo y medio, personificado en esta ocasión en ese Rey a su pesar, el monarca ilustrado y atormentado que terminó cayendo en los brazos de la locura. Un Luis II que rigió Baviera -fue entre 1864 y 1886- desde una sensibilidad particular y que se rindió a los encantos del arte y la música (fue amigo y mecenas de Richard Wagner), pero también a los vericuetos, no siempre luminosos, del romanticismo y el desamor.


Material perfecto para un Visconti que venía de adaptar a Thomas Mann y que rubricaría aquí lo que para muchos es, aún hoy, su canto del cisne. Sus dos obras posteriores, Confidencias y El inocente, aun estimables (especialmente la segunda) no recibirían en su momento el reconocimiento crítico esperado y parte del público le giraría la espalda. Ludwig se presentaría así como la obra viscontiana definitiva, condensando en un metraje dilatado (cuatro horas en su versión completa, rescatada por sus guionistas tras la muerte del realizador) gran parte de sus obsesiones tardías. Y también certificaría para la posteridad no sólo las constantes formales, sino también las capacidades narrativas de uno de los más importantes creadores italianos del siglo pasado.

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Así las cosas, Ludwig se percibe como una obra total, como un enorme, inabarcable lienzo en el que Visconti dispone los elementos con infinito mimo, con un nivel de detalle casi inaudito y un cuidado exquisito tanto en la concepción del atrezzo y los elementos escénicos como en su situación en plano. No es sólo que la reconstrucción histórica sea minuciosa hasta la obsesión y que los escenarios sean espectaculares y exuberantes (con unos exteriores voluptuosos, pero especialmente mediante unos interiores visualmente epatantes). Es que la planificación de Visconti está hipermedida para ponderar o ensombrecer en cada momento la función narrativa o sensorial de esos elementos. Ludwig se intuye una empresa titánica en su fase de rodaje pero especialmente en su etapa de concepción, preproducción y en la planificación de sus intenciones narratológicas. De modo que el exceso se percibe como majestuosidad, y el sentimiento barroco como plasmación de una idea muy concreta: esa decadencia de la que hablábamos y que daría continuación temática a los avatares de los personajes que movían Senso o El Gatopardo.

Al fin y al cabo, Ludwig cuenta una historia de esplendor y caída. De desmembramiento, de desmoronamiento de una monarquía, la liderada por ese Luis II de cuya degradación física y, especialmente, psicológica somos testigos de excepción y que está perfectamente capturada por un Helmut Berger en estado de gracia. Silvana Mangano, Trevor Howard, Gert Fröbe, Romy Schneider (de nuevo como la emperatriz Elisabeth, «Sissí») completan un cuarteto principal de lujo, pero es el actor austríaco quien da el auténtico do de pecho en una interpretación sin parangón en su propia carrera, ni al lado de Visconti (antes, en La caída de los Dioses o después, en Confidencias) ni tampoco junto a otros directores. Como sea, Berger canaliza a través de su interpretación, mediante los matices y aristas que va cobrando el personaje, esa destrucción que viene marcada también por una fotografía progresivamente más tenebrosa, que incluso termina sacando partido expresivo a la propia oscuridad, a la negrura absoluta.

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Es la cara oscura de los tejemanejes palaciegos, claro, pero especialmente de la condición humana, a la que el realizador parece dispuesto a retratar a través de una historia maximalista que, en el fondo, resulta puramente intimista. La representación de los exteriores y la sensación operística de algunos pasajes, el extremo detalle profesado incluso en los planos generales se combinan con un forzamiento de la ficción, la intrusión de un elemento casi extraño. Esa ruptura del cuarto muro que se produce con la inclusión de constantes fragmentos en los que algunos de los implicados cuentan directamente a cámara algunos de los meandros que toma la historia. Y que amalgaman toda una historia de relaciones interpresonales de un personaje, el central, con el entorno que determinará su destino: desde su prima Elisabeth, hasta Wagner, pasando por todos aquellos actantes colaterales que dibujarán el mapa amoroso del Rey en unas coordenadas indefinidas de límites borrosos entre la convención y la homosexualidad.

Así que en resumen Ludwig se percibe como una película majestuosa, visualmente grandilocuente, excesiva en su metraje y en el alcance de sus planteamientos temáticos aun manteniendo siempre esa tremenda elegancia. Pero al mismo tiempo posibilita la lectura crepuscular y sombría del alma humana. Y representa una aproximación al personaje extensiva pero también pormenorizada. Y una película que, si bien no puede -ni falta que le hace, en realidad- medirse con las más relevantes obras maestras de Visconti (de Bellísima a Rocco y sus hermanos, de Noches blancas a El Gatopardo, de La terra trema a La caída de los dioses) sí resulta una experiencia sensorial única que posibilita infinitos visionados en virtud de lo extensivo de sus planteamientos narrativos y estéticos, de entre los cuales tampoco hay que olvidar la tremenda carga simbólica de una banda sonora compuesta por piezas de Schumann, Offenbach o, claro, Wagner.

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Por eso, es una auténtica lástima que la edición de A Contracorriente, tan cuidada como de costumbre en el material presentado (en esta ocasión, de nuevo, mediante una banda de audio que incluye doblaje al castellano y versión original italiana con subtítulos), se presente privada de cualquier tipo de documentos extra que, más allá de un trailer y unas fichas artística y técnica, estos sí presentes, podrían enriquecer aún más la experiencia.

Por lo demás, otro imprescindible de la cinefilia doméstica del momento.

Por Xavi Roldan
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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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