Crítica de Luna caliente

Coincidiendo con el proceso de Burgos de 1970, un poeta y empleado de la UNESCO regresa a la ciudad que lo vio nacer con ánimo de pasar unos días de vacaciones alejado de su trabajo en París. Nada más llegar, es invitado a cenar a casa de un amigo, reconocido antifranquista y simpatizante de ETA, donde conoce y se enamora perdidamente de su hija Ramona, una cachondona de cuidado de la que abusa sexualmente sólo para despertar los instintos más carnales e insaciables de ésta. Semejante situación conducirá a una serie de acontecimientos más o menos delictivos que se moverán paralelos al notorio juicio en el que se buscó condenar a varias personas relacionadas con el grupo terrorista vasco.
De esto va lo último de Vicente Aranda, cineasta español que debió dejar su labor tras las cámaras hace quince años y que, de hecho, parece haberse quedado encallado en un tiempo (muy) pasado como atestigua esta «Luna caliente». Porque con ella toca hablar una vez más de cine español profundo, entendiendo como tal ese que arrastra todos los males endémicos de los que  hacen (hacemos) bandera quienes critican el cine peninsular. Toca, por tanto, hablar del argumento centrado en el cansino, machacado y ampliamente superado (a nivel cinematográfico) franquismo de la posguerra, de una película que sigue mirando hacia atrás, rechazando adentrarse en el futuro y negando su acceso a un público mayoritario que no encontrará interés alguno en ella salvo por la total seguridad de esa infalible fórmula matemática según la cual cine español más Vicente Aranda igual a desnudos femeninos. Vamos, que «Luna caliente» es poco más que hora y media de caspa, sexo, y ranciedad extrema.
Un prólogo a base de pantallazos con recortes de prensa informa, de manera excesivamente escueta y confusa (dudo que entiendan nada quienes no conozcan los acontecimientos a los que hace referencia) del marco en que se ambienta la trama de la película, al tiempo que Eduard Fernández se sube al avión con destino a España y se sienta al lado de un pasajero que está leyendo una Playboy: así nos va, que preferimos un buen par de tetas a la actualidad socio-política, parece querer decirnos Aranda. Entre estos minutos y los posteriores títulos de crédito, de una pomposidad tan hortera como ridícula, ya tenemos totalmente definido lo que nos depara la película, esto es, una puesta en escena casi televisiva (con una fotografía pasada por algún filtro de tonalidad grisácea), una dirección de andar por casa disfrazada de la prepotencia digna de los directores españoles con apellido, y el innoble engaño de parecer que se deja la política en segundo plano en favor del entramado trágico-romántico que envuelve a Fernández y Thaïs Blume, la hijita del demonio que no tarda en volver loco al poeta.
Aunque por fortuna Burgos es lo suficientemente bella como para ocultarlo parcialmente, el tufillo a rancio no tarda en hacerse palpable con un seguido de situaciones costumbristas y de personajes polvorientos que tienen su culminación en el policía interpretado por José Coronado, disfrazado (no me atrevo a hablar de maquillaje) con peluca lacia y grasienta, bigotito, gafas que denotan agudos problemas mentales y panza cervecera de Torrente primerizo. Una caracterización que recuerda más a un personaje de «Muchachada Nui» que a otra cosa (por mucha comicidad que se le quiera dar al personaje per se), del que por lo menos Coronado tiene la capacidad de tomarse totalmente a guasa en una interpretación ¿memorable?.
En medio de todo ello, escenas de mal gusto como la de Eduard Fernández tratando de masturbarse, el sexo en el velatorio o los interrogatorios policiales (estos, molestos por su torpeza general y total bloqueo rítmico), por no hablar de la borrachera a base de vino tinto del personaje de Emilio Gutiérrez Caba, sobredosis que protagoniza la primera parte de «Luna caliente» y que, de nuevo, tiene la suerte de contar con un actor que parece tomarse todo a risa.
Haciendo cuentas, tenemos pues a dos actores de total pitorreo pululando por la pantalla, sexo lúdico en situaciones de lo más paródicas y un guión que por momentos parece querer acercarse al de «Un tipo serio» de los hermanos Coen. Entre tales elementos y las risotadas generalizadas que despierta su visionado en más de una ocasión, ¿no estaremos ante una comedia?
Seguramente podría haberse convertido en tal de haber sido un proyecto de, por ejemplo, los propios directores de «Fargo». Pero Spain is different, y aquí el humor en el cine se trabaja sólo con películas de marcada limitación de género como son «Isi/Disi», «El otro lado de la cama» o «Vivancos III». Ay del que hable de tiempos pasados sin la profesionalidad, circunspección y grandilocuencia que parecen ser obligatorios, especialmente si de un nombre como Aranda se refiere.
No, el director de «Juana la loca» le da toda la seriedad del mundo a su cinta, y para demostrar su condición de importancia (así como de su personal erudición y su altivo conocimiento literato) plaga el montaje de «Luna caliente» de un sinfín de citas de lo más dispares (desde Dante a Stevenson), que sólo consiguen elevar las cotas de irritante pedantería del conjunto, detener el ritmo ya de por sí cansino de «Luna caliente», y provocar aún más carcajadas en la platea.
Y por si fuera poco, tanta pretenciosidad se da de morros con el estilo tan rematadamente hortera y carente de cualquier atractivo del director, que nos regala horripilantes secuencias a cámara lenta (un pañuelo ensangrentado que cae al ralentí de las manos de un personaje, para retomar su velocidad normal momentos antes de tocar el suelo) e incluso el novedoso recurso técnico de congelar la última escena antes de dar paso a los títulos de crédito. Y mejor será correr un velo todo lo tupido que sea posible ante lo de Eduard Fernández hablando solo.
¿Queda algo más? Ah, sí, que de sexo, poco (o mucho menos de lo deseado) y de interés argumental, menos todavía. Al final, uno sale de la sala con la sensación de haber sido espolvoreado de la cabeza a los pies con la caspa más pasada, esa perteneciente a un cine que sólo debería existir en las recuperaciones de películas de la época correspondiente. Pero nosotros, erre que erre, seguimos dando comba a directores sin razón de ser, a películas sin razón de existir, y posponemos el necesario ejercicio de mirar hacia delante para otra ocasión. Así nos va.
2/10
Sending
User Review
0 (0 votes)
En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

Te puede interesar...

Comentarios

  1. Tipos como Aranda, Bigas Luna, los Trueba, Graci… son una lacra para nuestro cine que hace que se gaste el dinero en tonterías que a nadie le interesan.

  2. no, si el problema es que sí interesan: a Aranda, Bigas Luna, los Trueba, Garci…
    El problema, lo que más miedo me da de todo esto, es que estos tics se peguen a las generaciones nuevas. O sea, que los Balagueró, Monzón etc abandonen su discurso actual(izado) y festivo y se pongan serios, como está haciendo poco a poco Amenábar e hizo (sin venir a cuento, pero ahí está) Guillermo del Toro. Yo es que el cine actual sobre guerra civil, posguerras y franquismos lo enterraría junto con sus responsables

Escríbenos algo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *