Crítica de Mademoiselle Chambon
Interprétese como quiera, y el abanico de opciones es muy amplio: «Mademoiselle Chambon» es otra peliculilla francesa, muy francesa, con una apariencia inocua y una historia pequeñita, casi doméstica, pero que encierra una cantidad considerable de sentimientos de peso. Es otra vez la cantinela de un encuentro amoroso entre un hombre y una mujer, él padre de familia infiel, ella maestra de su hijo soltera. Poco más, nada menos.
Que tampoco está mal el balance. Por lo menos visto a la luz del drama romántico actual. El director Stéphane Brizé apuesta por la intimidad de una relación tímida, que titubea en sus inicios y sigue dubitativa (no exenta de auténtica materia amorosa, claro) hasta sus finales. Que une a dos personas de distinto credo (él brutote paleta; ella culta maestra, violinista frustrada) desde la delicadeza y la sencillez sentimental. Sigo diciendo que eso es positivo: la relación de Jean y Véronique (Vincent lindon y Sandrine Kiberlain) es tan palpable, tan real que uno no tiene más que sentirse ligado a ella, interesado por ella y, qué demonios, emocionado por ella cuando (si) se presta a la desolación emocional.
Sabemos, porque los dramas románticos los tenemos hasta en la sopa, que ya la sobrecarga emotiva castra la auténtica emoción. Las capas y capas de drama, de moqueo y pañolada, de tragedia conyugal griega al final terminan ahogando la esencia del cariño, que pide a gritos (bueno, a susurros) acercamientos más desnudos. Es lo que se propone Brizé, de modo que cimienta la relación de sus dos personajes en los silencios, en las miradas que cruzan o -cuando toca- en las que evitan cruzar. En ese entendimiento al que «pocas palabras bastan» que va apareciendo desde el detalle y en las sucesivas secuencias que ambos comparten en la intimidad: tumbados en la cama, escuchando él el violín de ella, sorbiendo un café. Al final, uno puede rastrear toda la historia de la relación (enamoramiento, admiración, cariño) a través sólo de las miradas de los dos personajes hacia el otro: el momento en que ella contempla cómo él da un pequeño speech en la clase de su hijo o cómo le cambia una ventana con fluida pericia. O cuando ella decide desempolvar su viejo instrumento sólo para la atenta escucha de él.
Y todo se va constituyendo en una especie de «verdad de pareja» muy contrapuesta a «la otra» pareja, la que mantiene Jean con su esposa: estable, reposada, limpia y segura, pero sin la chispa, la aventura que le supone Véronique. Lo conocido contra lo misterioso. El regreso a la adolescencia. Y, por supuesto, a las dudas, a la zozobra sentimental constante. La que puede llegar a hacer temblar los cimientos más aparentemente inamovibles. La conclusión final dependerá de ello y se basará en la toma de decisiones adulta basada en aquella dicotomía. Estabilidad o aventura.
Desde luego, lo que cuenta Brizé logra proyectarse bastante más allá que lo que podría pensarse en un principio y a juzgar por los planteamientos formales de la película. El espectador puede encontrar más asideros o menos en la historia, pero también es cierto que no podrá extraer un aparato simbólico o metafórico demasiado complejo. Las imágenes de «Mademoiselle Chambon» no van mucho más allá de lo correcto, su realización es poco más que anodina. En otros términos, lo que cuenta tiene enjundia, pero no tanta cómo lo cuenta.
Y es que dando un baño de sensibilidad a su realización no llega a los niveles que sí lograba alcanzar (ejemplo más o menos reciente) el Olivier Assayas de «Las horas del verano» o (aún más reciente) el Rivette de «El último verano». Y tampoco pretende hundir los pies en la tierra mojada para llegar a un realismo sucio, eso desde luego. Con lo que queda en un punto intermedio, demasiado pulcro, demasiado pulido para así asegurar el tiro en platea: nadie se perderá ni un detalle de nada, porque el esfuerzo para recibir e interiorizar «Mademoiselle Chambon» será mínimo.
Pero aun así, probablemente se agradezca si lo que se busca es una (nueva) muestra de cine galo más o menos apartado de los bombazos taquilleros. O sea, una película sencilla, sensible, cercana, delicada y bastante honesta. Y en la que a pesar del copioso silencio generalizado, a medida que se va acercando su final el ruido de los sentimientos resulta ensordecedor, apabullante sin llegar nunca a desbordarse, logrando siempre mantenerse en sus límites de historia pequeña, de miniatura de amor más que digna.
7/10
Muy linda la crítica. Una vez más (y van…) has conseguido impregnar tu crítica del alma de la peli (y eso que no la he visto, pero se evoca perfectamente en tu texto). Pulcra, sencilla, sensible y honesta, como la peli. Hace días que lo observo y hoy lo digo: me encanta que el tono de tus críticas, de tu discurso, sea acorde al de la peli que comentas, lo encuentro precioso y útil, por lo evocador…
Ei, Blutito… y esta vez encaja sin lloros, como un campeón!! ;))
De hecho es tan evocadora que no me apetece ver la peli. Ya entiendo lo que me pierdo, pero no me apetece, pa qué nos vamos a engañar…
Hola. Coincido con Ripley. Es una crítica tan hermosa como ver crecer una planta ;)
Ah, Huang, tú tb practicas el flower growing-watching? ;))Es un excelente entrenamiento zen…
Ahora en serio, no me digas que a veces no le quedan bonitas bonitas, con todo el espíritu de la peli impregnado en la estructura y en el tono de la crítica. Pa mi que las escribe cuando todavía está en la sala, para que se le quede enganchado el aromilla…;))
Otiah, pues ahora no sé si sentirme orgulloso de mí mismo o repelido por mi propia persona…
Supongo que a veces me meto en el papel… bah, pero no os creáis ni una palabra de lo que os pueda decir. Ni siquiera … esto… [wow, mind teaser…]