Crítica de Malditos vecinos (Neighbors)

Si algo nos molaba en nuestra época adolescente eso eran las frat movies, las películas de farras universitarias, de guapos contra novatos. Un servidor tiene como referente personal Desmadre a la americana, y cuando no, todos nos reuníamos cerdilmente y nos pimplábamos unas maratones de Porky’s, de La revancha de los novatos o de lo que se terciara. Siempre desde esa admiración extraña surgida de una mezcla de estímulos: parte fascinación por el exotismo de la mera existencia de esos agujeros negros del sentido común llamados fraternidades. Parte idolatría por la épica inherente en las fechorías de una tropa de dropouts representados como auténticos héroes underground. Parte simple gañanismo, la recompensa fácil y directa que ofrecían esas odas a la gimcana onanista, esos monumentos fílmicos a la teta, esas maratones bíblicas en formato VHS de pranks, zurras nalgales con palos de cricket e ingesta de alcohol por parte de tipos ataviados con una sábana mohosa a modo de toga romana. Esa cosa era épica, y nosotros nos descojonábamos en la calidez de nuestros modestos hogares, tan alejados de aquellas Sodoma y Gomorra representadas por tres letras griegas, y con ello nuestra cinefilia iba quedando progresiva y permanentemente dañada, escurriéndose por la encimera de lo racional. De modo que aún hoy, varias décadas después, la idea nos sigue poniendo muy rábanos y, al más puro estilo fósil humano, seguimos predicando a las nuevas generaciones las bondades de aquellas películas y su imborrable legado en el cine adolescente de hoy.

Pero los niñatos no nos hacen ni puto caso y van a su maldita bola. Solución, dinamitar el sistema desde dentro. Actualizar una vez más el género para que se lo coman con patatas, ellos que tanto dicen saber de todo, como si simplemente se zamparan un video de youtube de la última mierda que pillaron anoche. Pero Malditos vecinos es terreno Nueva Comedia Americana (es un hablar, qué sé yo si esa cosa aún existe), así que toca no sólo una actualización descerebrada acorde con los sinsentidos de la búsqueda del yo colectivo en la sociedad teenager actual (para eso ya está la pirotécnica e injustamente maltratada Project X) sino también un producto altamente referencial. Un producto que nos ponga a nosotros, hijos de los 80, en el centro del meollo y nos sirva para autoflagelarnos y reivindicarnos al mismo tiempo. Eso son Seth Rogen y Rose Byrne, que ya se lo han fumado y bebido todo y ahora les toca ser neopadres, quedar con los pocos amigos que queden e irse a la cama prontito. Una pareja -química alucinante, por cierto, todo candor, todo compenetración- desdichada, un dúo de Odiseos intentando pinchar el ojo de su particular Polifemo: esa fraternidad universitaria que se ha instalado justo al lado, que capitanea el muy yogur Zac Efron (nunca volverá a interpretar tan bien) y que se dejan las neuronas cada noche a martillazos sonoros de brostep disparado a todo trapo.

Justamente, esto es una de esas películas de vecinos chungos dispuestos a hacerte la vida imposible, de amenaza que se instala a una puerta de distancia de tu propia casa, nueva metáfora de la vulnerabilidad del homeland security americano y de la paranoia que ello conlleva. Estos no son carniceros sociópatas, como los de Tom Hanks en aquella obra maestra de Joe Dante, pero son casi peor: se hacen moldes de sus propias pollas, convierten su casa en un submarino (en un «submarino», se entiende) y lo que es peor, citan mal las películas clásicas de Robert De Niro, mezclando referentes sin ton ni son. Y por ahí sí que no. Nicholas Stoller, responsable hasta ahora de la estimable Paso de ti, de la menos brillante Todo sobre mi desmadre y de la intermedia Eternamente comprometidos, está dispuesto a escenificar una batalla campal en forma de mindgame burdo y gorrino tocado por el signo de la stoner comedy. Y se monta un delirante toma y daca drogota, una puesta al día del Big Business de Laurel y Hardy a costa de las inseguridades (de nuevo, hola NCA) de los treintañeros tardíos: esos que ya no marcan inguinal -en realidad nunca lo hicieron, en su época nadie sabía lo que era una maldita inguinal- y que están haciendo ese paso hacia la Zona Negativa donde habita la responsabilidad y los contratos paternales. Ese lugar donde ya todo está desmitificado, donde la urgencia punki y el carpe diem hoy conocido como YOLO se ha convertido en tranquilidad dominical y en una season finale de Breaking Bad en el sofá. Incluidos los extras del BluRay.

En ese lugar y en el otro habita sin embargo una constante, un doble punto común que las surca ambas. Y eso es el bromance por un lado y el sexo -con chicas- por otro. Nunca nadie se creyó lo de «bros before hoes«, porque todos quisimos siempre bros Y hoes. Las dos cosas. Y presumiblemente seguimos queriéndolo, aunque la cuota de ambas se haya visto significativamente reducida (en el caso de lo segundo, a una sola individua), así que en el fondo no hay tanto que nos separe de ellos, de los jóvenes excepto, quizá, ese vientre plano y esas líneas de pelo tan insultantemente bajas. O peor aún (para ellos): no hay tanto que les separe a ellos de nosotros. Bam, nuestra pequeña venganza y el mensaje más amargo y a la vez conciliador de la película. De acuerdo, quizá yo ya no soy tú, pero es que tú vas a terminar siendo yo. A partir de aquí y con esta consigna como posible factor de fondo (un pequeño chute de anagnórisis para nuestros amigos los descerebrados Baila Como Si No Hubiera Un Mañana) la cosa puede salirse de madre. Con esto en mente, la fiesta parda quema ahora las vidas de esos tipos con la potencia de siete soles y a la vez el desquiciamiento alcanza cotas no ya de comedia negra, no ya de animalada grosera con la cantidad mínima recomendada de genitales, sino de psicothriller que puede acabar en tragedia griega. Casi literalmente.

No llega la sangre al río. Malditos vecinos se queda en el terreno de la comedia apatowesca pseudo-intrascendente, pero lo hace mejor que nunca (minimizando el factor cupcake) y acaba convertida en la rave casera definitiva que pretende ser -medio peldaño por debajo de la cósmica Juerga hasta el fin-. Así que sí. Éxito, chute de adrenalina cómica y píldora infalible contra la muermez, sea de la edad que sea. Y claro, a saber cómo reaccionará el público a esto, pero si es por exitazo mundial, será por eso. Y si es por fracaso taquillero tocará convertirla en objeto de culto. O sea que se pongan como se pongan los cinéfilos más hardcore y los guardianes de las esencias fílmicas, ya apuntábamos por ahí arriba en qué liga juega aquí y ahora Stoller: Malditos vecinos debería ser el Desmadre a la americana de la generación Miley.

7’5/10

Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Ves, así sí. Maltratador, yo, de Project X (sigo viéndola como la mayor mierda que jamás ha hecho Hollywood xD), andaba buscando en ella lo que he encontrado en ésta. Y que es lo que tú dices: la comedia americana sobre fraternities de esta generación. Otia cómo me lo he pasado.

    Vi-fucking-va!

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