Crítica de Mamut
Nadie le puede negar al director Lukas Moodysson una voluntad loable a la hora de buscar nuevas vías con las que expresarse. Desde su debut con la controvertida “Fucking Amal”, el sueco se ha ido moviendo por diversos géneros y estilos hasta relajarse con este “Mamut” que se antoja mucho más convencional que su anterior y experimental “Container”, y por tanto más exportable.
Con Gael García Bernal y Michelle Williams en los principales papeles, la película sigue las vivencias de una familia compuesta por el creador de una red social especializada en videojuegos, una doctora con turnos de trabajo nocturnos, y su única hija, cerebrito de siete años de la que se encarga una nana de origen filipino.
Cuando él tiene que partir de viaje para firmar un acuerdo millonario, aparecen los problemas de las separaciones forzosas, las soledades, el rutinario hastío de una vida subyugada a las obligaciones laborales, y las obvias malformaciones que adopta tan disfuncional núcleo familiar y que no tardan en reflejarse en la niña.
Un surtido de temas que se completan con los desplazamientos geográficos a Tailandia y Filipinas, el primero para ahondar en las tribulaciones del joven empresario, y el segundo para saber de la situación por la que pasa la familia de la nana. Qué duda cabe de que todos ellos poseen gran potencial, por lo que más doloroso resulta comprobar que no logran hacerse interesantes prácticamente en ningún momento, haciendo de las dos horas largas de “Mamut” un alargado ejercicio de indolente snobismo, de lo más aburrido e intrascendente.
¿Sus fallos? Muchos y a todos los niveles.
Para empezar, es rematadamente desacertada la selección de esta familia para que el espectador mayoritario pueda identificarse y personificar temas que, por otra parte, pueden tocarle de lleno. Al pertenecer a una clase social tan elevada ya de por sí genera cierta animadversión, pero si además la mayoría de sus quejas se centran en lo mucho que les apena estar separados, en el poco tiempo que tienen para su hija o en la necesidad por parte de ésta de contar con la presencia de un una figura paternal en casa, la cosa suena a rabieta de pijo malcriado. Y es que da la sensación de que en cualquier momento uno de los dos puede dejar su trabajo sin por ello comprometer la economía de la familia.
A todas estas, no sólo son tan ricos y estirados, sino que la niña, a los siete años, resulta ser una astróloga empedernida, una mujer adulta escondida en un cuerpo de siete años, tan perfectita y rematadamente pija como sus padres. En resumen, cero identificación y cero lástima, al final la única con la que puede uno buscar algo de apego es en la figura de la nana; pero francamente, al final nos la acaban trayendo al viento las desgracias que les puedan suceder.
Y que, por cierto, no suceden: en un intento por mantenerse realista y cercano (supongo), Moodysson evita cualquier atisbo de concesión dramática o twist propios del lenguaje cinematográfico, lo cual se traduce en una sucesión de lentos planos protagonizados por la monotonía, los silencios y la repetición. Apatía buscada por el sueco, quien espera transmitir a través de ella los ¿intensos? sentimientos que asolan a los personajes, pero que no tarda en contagiarse y en suponer la única sensación que se desprende en una película en que, a fin de cuentas, no pasa absolutamente nada hasta que sólo quedan unos cinco minutos de metraje. Es entonces cuando el director y guionista echa por tierra la pretendida seriedad de su trabajo, abogando por un revés dramático tan inesperado como gratuito. Cierto es que se agradece (por fin algo que despierte al espectador), pero un acercamiento más objetivo deja en evidencia las falsas intenciones de “Mamut”, convirtiendo de su supuesto discurso sobrio y quasi documentalista un drama peliculero de los pies a la cabeza, y de su drama peliculero un tostón como la copa de un pino.
Cambiando de tercio, tampoco es para echar cohetes la dirección del propio artista, forzada en exceso para simular naturalidad, y con una cámara, fría y distante, que parece incómoda e incapaz de encontrar su sitio. Alegoría perfecta de la película en sí.
Resumiendo cuentas, “Mamut” no tiene nada nuevo que contar ni nada que aportar a lo que cuenta. Cierto es que sus intenciones no carecen de interés, pero caen en saco roto junto a unos personajes que no convencen (por más que sus actores estén más que correctos) y hasta llegan a resultar cargantes, asolados por los mismos males que sufre Lukas Moodysson desde las alturas de su pedante dirección. Tiene varios detalles con algo más destacables, pero en conjunto, las dos horas y cinco minutos de esta producción son más una pérdida de tiempo que otra cosa.
Olvidable de todas todas.
4/10