Crítica de Mandarinas (Tangerines)
Porque es una película más o menos vistosa y cortada por un patrón conocido (ahora entramos en materia); porque está pensada para gustar a espectadores pero sobre todo a académicos… o simplemente, porque éstos se liaron e hicieron click en algunas Ts nominadas (la de Tangerines y la de Timbuktu), y luego ya pasaron de la de Turist (o como por aquí la conocemos, Fuerza mayor, aspirante a los Globos de Oro en la categoría de mejor película extranjera de la pasada edición del certamen, pero olvidada a posteriori en la misma categoría para los Oscars). Sea como sea, esta nueva propuesta de Zaza Urushadze, coproducción entre Estonia y Georgia, repitió candidatura a mejor producción de habla no inglesa en sendos premios, confirmando el idilio de un determinado estilo cinematográfico, subgénero si se quiere, con los jueces, academias, miembros y gremios de la industria. Ah, que a qué nos referimos. A esas películas que echan la mirada un atrás, aunque no mucho, para enfrascar en un drama real alguna historia de confraternización. En tierra de nadie redux, ahora en forma de un hombre que lejos de huir de un país en guerra (se trata de la guerra de Abjasia de principios de los noventa) se queda en casa para preparar cajas de madera en la que cargar las mandarinas de un vecino suyo, también firme en su decisión de no huir. En estas que dos soldados acaban requiriendo la ayuda del hombre, quien los acoge en su casa pese a ser de bandos encontrados.
Así pues, guerra de fondo para crear el marco aprensivo ma non troppo, cercano hasta cierto punto, extrapolable pero desde la distancia; y entramado más simple que el mecanismo de un botijo cuyo final moralizante se intuye desde el momento exacto en que arranca. Buenismo desbordante de habitual tendencia a la irritabilidad que, sin embargo (y por suerte para el bienestar del espectador), no recibe el trato temido. Y es que, lejos de las convenciones más vulgares y facilonas del género, su responsable Zaza Urushadze apuesta por acercarse a tan manido cuento de hadas desde una agradecidísima cotidianeidad que nada quiere saber de recursos de lágrima fácil, peliculeros si se quiere. Se sitúa al lado de sus protagonistas y más que retratarlos con la cámara, los observa, les acompaña mientras se van desarrollando sus conflictos personales, traducidos en diálogos y tensiones en la misma mesa de comedor (se trata del encuentro de dos tipos que quieren matarse el uno al otro, no lo olvidemos). Y lo hace sin aspavientos, desde una contención constante que, a la postre, es lo que hace de Mandarinas uno de los mayores exponentes de esta definidísima tipología de películas.
Seguimos moviéndonos en terrenos conocidos y pantanosos. Al final, todos los caminos llevan a Roma y la línea que separa a la película que nos ocupa de la antes citada El tierra de nadie, El niño con el pijama de rayas o, qué sé yo, La vida es bella, es muy fina. Pero se deja ver, y ahí está su gracia: Urushadze hace lo mismo de siempre, pero bien: un planteamiento manido hasta decir basta presentado como nunca, que es como, curiosamente, debería plantearse siempre. Esto es: desde una perspectiva sumamente creíble, humana, real. Y por tanto, sentida. Sin ser nada del otro mundo pues, acaba calando más hondo que muchos otros ejercicios de adoctrinamiento socio-moral. Y sólo por eso, bien merece el beneficio de la duda.
6,5/10