Crítica de Maps to the Stars

Maps to the Stars

Cada cierto tiempo aparecen en nuestras pantallas películas que nos vienen a recordar que, detrás de los focos, el maquillaje y las entregas de premios, el mundo de Hollywood es un entorno hostil, competitivo y dolorosamente superficial.

Películas célebres como El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), El juego de Hollywood (Robert Altman, 1992) o más recientes como Mulholland Drive (David Lynch, 2001) o Somewhere (Sofia Coppola, 2010) nos señalan el interés por este tipo de historias, que por otra parte vienen a reflejar el viejo dicho de que no es oro todo lo que reluce.

Presentada como una ácida sátira al mundo del cine en Los Ángeles, Maps to the stars es el regreso a la dirección de David Cronenberg después de la fallida Cosmopolis (2012). El director canadiense siempre se ha caracterizado por elegir historias truculentas, oscuras y con un punto de cinismo crítico sobre la sociedad contemporánea, por lo que la que ahora nos ocupa no es terreno desconocido para el veterano realizador.

En esta ocasión, la trama sigue a dos familias atormentadas por un oscuro pasado que intentan ocultar. Havana Segrand (una magistral Juliane Moore) es una actriz madura que lucha por interpretar a su madre en una película mientras intenta huir de su recuerdo. De esa contradicción nacen sus monstruos internos en forma de inseguridad, miedo a hacerse mayor y a ser olvidada, al estilo de Norma Desmond en la recién citada obra de Wilder. Mientras, su terapeuta new age, Stafford (John Cusack), es padre de Benjie (Evan Bird), un sosias de Justin Bieber al que no vendrían mal un par de bofetadas. El mundo de porcelana de los personajes empieza a resquebrajarse cuando aparece Agatha (Mia Wasikowska), hija proscrita de Stafford, y que aquí funciona como ese pequeño punto negro que la familia quiere ocultar en un mundo dominado por las apariencias.

Maps to the stars acierta a menudo en el diagnóstico sobre Hollywood y sus contradicciones y su extensión como reflejo a la sociedad posmoderna. El guion, obra de Bruce Wagner, presenta personajes caprichosos, egoístas y desequilibrados, donde la única demente parece la más normal de todos. La película funciona bien como sátira al contener una historia y unos personajes exagerados y los necesarios puntos de humor negro que compensan lo absurdo de la trama principal.

Sin embargo, falla cuando quiere acercarse a la tragedia griega e intenta ser más trascendente de lo que debería ser. David Cronenberg parece poco interesado en hacer una película atractiva para el espectador medio, haciendo gala de una puesta en escena especialmente sosa y un anoréxico uso del montaje. El film, pues, parece en muchas ocasiones querer dar de espaldas al espectador, lo que merma la calidad de una película que seguramente hubiera funcionado mucho más como comedia sin tapujos o como un thriller pasado de vueltas al estilo de Inseparables o La mosca.
5/10

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