Crítica de Men
Algo pasa con Alex Garland. El cineasta que empezó enlazando guion tras guion a cual más llamativo (28 días después, Sunshine, Nunca me abandones y Dredd), debutó como director con Ex_Machina, a la que siguió Annihilation y, ahora, Men. Si tras semejante carrera, la suya no se considera aún como la nueva voz de lo fantástico, es que algo falla. Pero cuesta saber qué.
Sobre el papel, y centrándonos ya en su trilogía como director además de guionista, los tres títulos son el no va más: ciencia ficción y terror con mucho de psicología, de cuestiones sesudas, de distopías y de referentes que invitan a la salivación. Discursos de claro corte crítico y obligada reflexión. Y estilo y factura, cuanto menos impecables. ¿Más leña? Repartos de lujo: el cineasta contó con Alicia Vikander, Oscar Isaac y Domhnall Gleeson para la primera; con Natalie Portman, Isaac otra vez o Jennifer Jason Leigh para la segunda; y ahora, con una siempre brillante Jessie Buckey y con Rory Kinnear.
Men plantea la pesadilla de una mujer que, para superar el suicidio de su pareja, alquila una villa en el campo para recargar pilas, desconectar de todo y de todos, y andar a su bola, que buena falta le hace. Tarda poco, la cosa, en torcerse por vía de hombres que la persiguen, que la acosan y que suponen una amenaza directa para su vida (eso parece, al menos), y otros (policías, curas, vecinos del pueblo) que reaccionan con la mayor de las pasividades. No todo es tan sencillo durante el visionado de la película, pues hay un elemento fantástico/terrorífico fundamental (que no desvelaré, y recomiendo evitar sus últimos trailers para que no os lo estropeen) que diferencia a la película de otra cosa que hayamos podido ver hasta ahora. Una idea potente, llamativa y muy perturbadora, que además Garland explota todo lo que puede para mantener al espectador en un estado de incomodidad total: no acaba de entenderse muy bien lo que pasa primero, luego se tiene que entrar en el juego, y luego… bueno, digamos que Men no se corta en explicitudes viscerales.
Y es que la película es brutal, esto es así. Y se sabe brutal, además, por lo que se regodea por vía de la excelencia formal: todo es precioso en pantalla, y con todo preciosismo se retratan en ella auténticas atrocidades, ya sea a nivel conceptual como visual. Esto se traduce en una apariencia comercial que lleva al engaño, pues esta no es una película que pueda ver todo el mundo (y prueba de ello, las deserciones que vivió un servidor en sala, así como los constantes griteríos o sonoras risotadas como mecanismos de defensa); como no todo el mundo puede ver el cine de Ari Aster, por ejemplo. ¿Recordáis los momentos más jodidos de Midsommar o Hereditary? Pues eso, o más.
Entonces, ¿qué sale mal? ¿Por qué no es el último hito para los seguidores del festival de Sitges, si parece tenerlo todo a favor? Pues porque tras su esplendorosa fachada hay bastante menos chicha de la que cabría esperar. Mal endémico en el cine de Garland, quien vuelve a pegarse un tiro en el pie dejándolo todo en el high concept de partida, centrándose en dar una y otra vuelta de tuerca más a los mismos conceptos, en vez de profundizar en su discurso de fondo. En el caso de Men, Garland escribe una crítica al #notallmen que no pasa de su tesis inicial (que es que sí, que all men). Y es un discurso tan válido como necesario, ojo, pero acaba cayendo tanto en lo burdo como para acabar pecando de paródico. Hasta el extremo de que su clímax final, una Locura (en mayúsculas) que nada tiene que envidiar a Cronenbergs o Carpenters y que probablemente quedará grabada a fuego en más de una retina, pierde todo su punch y queda un reiterativo «a ver quién da más» que raya en lo ridículo.
Se agradece y de qué manera, pues, el riesgo: Alex Garland tiene en Men una miríada de elementos para que sus fans sigan encontrando motivos para defenderle. Vedla, es flipante: ni sé cuántas películas de terror habré visto en mi vida, y sin embargo esta es de las que han hecho mella en mi cerebro. Pero lo ha hecho por pasajes, por ideas sueltas que no acaban de componer el conjunto que cabía esperar. Y es que cada vez que Garland busca el más difícil todavía con sus metáforas y piruetas visuales, sus películas se resienten y acaban yendo de más a menos, perdiendo interés y fuerza y quedando en repetitivas y carentes de punch. Vamos, que más que Men, es un meh como una casa. Pena, porque apuntaba a obra maestra de… eh, de lo raro.
Trailer (sin spoilers) de Men
Men: La que pudo haber sido la mejor película de terror de la historia
Por qué ver Men
Alex Garland se saca de la chistera alguna de las ideas más malrollantes que se recuerdan, en una película que consigue poner los pelos de punta en más de una ocasión. Sin embargo, falla en lo más importante: en elaborar un poco más su fondo para que no todo quede sólo en su forma. Carece del impacto que cree tener.