Crítica de El mensajero (Snitch)
Cada cierto tiempo, Dwayne Johnson intenta aparcar su faceta de roca participando en proyectos algo distintos a lo acostumbrado. Se aleja de grandes superproducciones y mayores musculaturas, para enfrascarse en películas de corte mucho más sencillo pero quizás mayores pretensiones de futuro. Sin dejar de pertenecer al género de la acción, Sed de venganza, hurgaba en el western al tiempo que se convertía en un thriller de tensión tipo calma chicha, muy contenido y sin apenas exabruptos de balazos y mamporros. Por los mismos derroteros circula El mensajero: si bien no sólo cuente con The Rock, sino con la última e hipermusculada versión del actor, el film busca ser un thriller dramático con un padre de familia obligado a trabajar para la policía con tal de salvar la vida de su hijo. Y la forma de trabajar con las fuerzas del orden pasa por convertirse en el transportista de importantes narcotraficantes, aprovechando su experiencia como conductor de camiones. Lo que podría colar como un episodio de The Wire parte de una historia real que casi, casi, obtiene una adaptación cinematográfica de gran altura.
No lo consigue por poco: durante prácticamente todo el metraje, los esfuerzos se focalizan en sumir al espectador en una historia de ánimo oscuro, que serpentea por una sociedad viciada donde el mal se antoja claustrofóbico. La peligrosidad aguarda a cada esquina en este mundo de tráfico y ex convictos, y la negrura se va abriendo paso a velocidad de crucero, dejando muy poco margen a la esperanza. Se ocupan de buscar tales sensaciones una fotográfica de colores alterados y proliferación de azules, negros y grises; una dirección que apenas permite salir a la superficie, de cámara cercana y temblorosa; y una banda sonora empeñada por componer más que una o dos melodías, todo un microsistema auditivo omnipresente que sobrevive a base de repentinos guitarreos, fogonazos de ritmos más marchosos y súbitas descomposiciones de los mismos. Literalmente, no para. Y a otros niveles, también ahondan en el oscurantismo las descripciones de los personajes, ninguno de ellos totalmente limpio.
Por su parte, Dwayne Johnson demuestra sus habituales limitaciones, pero también ese plus interpretativo que le falta a otras rocas de la actuación; no desentona, en definitiva, y se acompaña de un reparto (Barry Pepper, Jon Bernthal, Susan Sarandon, Michael Kenneth Williams…) sobradamente cumplidor que, de hecho, es de inesperada altura habida cuenta de las características de la cinta. Sea como sea, se le puede reprochar cierta falta de ritmo, o incluso que tal esmero por determinados estados anímicos no siempre dé en la diana. Pero no cabe duda que el director y guionista de todo ello, Ric Roman Waugh, sabe lo que se hace consigue componer un lienzo, cuanto menos estimulante. O eso parece, hasta que su tramo final propone un cambio de rumbo hacia la acción pura. Un Yo soy la ley heroico y rodado por todo lo alto que aunque sea una sensacional set piece de acción y adrenalina, desentona con el resto del metraje.
Dependerá, pues, de cada espectador: si uno sabe a lo que va, si es consciente de las limitaciones que acarrea de manera automática asociar el nombre de Dwayne Johnson a una película de corte serio, puede salir de la sala de proyección moderadamente satisfecho ante una propuesta que se descubre tensa, bien hilvana y con más nervio que tortas. Quien busque sólo de lo segundo ya puede ir tirando… Pero quien apueste por thriller serio, contenido y autoconsciente de principio a fin también, habida cuenta de su tramo final. Un consejo: ni tanto ni tan calvo, y a disfrutar de una tarde tonta de domingo.
6/10