Crítica de Mi otro yo (Another Me)

Mi otro yo (Another Me)

El pasado 23 de abril se celebraba el día internacional del libro, y mientras hojeaba el periódico La Vanguardia, reparé en un artículo en el cual varios personajes célebres (periodistas, políticos, escritores y artistas) recomendaban un libro que les hubiera marcado, para festejo de tan señalada fecha. Y ahí estaba ella, nuestra querida Isabel Coixet, recomendando, nada más y nada menos, que una de mis novelas favoritas: Por el camino de Swann, la primera y revolucionaria entrega de las siete que componen la magna obra En busca del tiempo perdido, del francés Marcel Proust. Pues bien, una vez “sufrida” la última propuesta cinematográfica de la catalana, Mi otro yo, podemos asegurar que dicho filme va en dirección francamente contraria a la de dicho libro, ya que si éste trata sobre la memoria y el recuerdo, Coixet, rompe con todo lo realizado anteriormente para sumergirse en el cine de terror, un nuevo “camino” para la carrera de la directora (aunque para muchos de sus detractores, lleve tiempo realizando este tipo de filmes). No sabemos si la decisión de cambiar radicalmente de temática se deba en parte a sus dos últimos fracasos de taquilla, por abulia creativa o simplemente porque le salía de “ahí”, pero lo que sí tenemos claro es el resultado de la apuesta, y es que el problema no consiste en cambiar de registro, sino en hacerlo adoptando todas las deficiencias y clichés que arrastra el género desde hace décadas.

Como ya comenté hace algún tiempo en la crítica de la ligeramente interesante, Ayer no termina nunca, no considero las propuestas de la directora de Sant Adrià del Besós como rompedoras o alternativas en su uso del lenguaje cinematográfico, pese a que sí guarden un peculiar estilo (cargante para unos, fantástico para otros) que la hace bastante reconocible. Pero hete aquí que en Mi otro yo, todas esas señas de identidad, por mínimas y diluidas que fueran, desaparecen (incluso la descripción de sus personajes, emociones y relaciones, un pilar fundamental en su filmografía) para dar paso a la más preocupante y rutinaria de todas sus realizaciones hasta la fecha. Reflejos en todo tipo de superficie reflejante (¡¡bien Isabel!!), oscuridad por doquier, apariciones en fotografías (en B/N, of course), columpios que chirrían por la noche sin niños usándolos, cristales rotos y ruidos de extraña procedencia, y cómo no, sustos con subida de volumen incluida. Estos son algunos de los recursos que utiliza la película para conseguir eso que desde hace muchos años parece perdido en pantalla: el terror. Vamos, prácticamente todas las losas y males endémicos que viene arrastrando la realización de este tipo de cintas desde hace años, y de las que nadie parece querer librarse, Coixet incluida, que además de caer en todas estas reiteraciones (y otros errores bastante más gordos, ya que su puesta en escena a veces es caótica (y dudo que deliberadamente)), no parece excesivamente docta en los momentos en que utiliza dichos recursos, dejando cierta sensación de “acumulación” que, por simple exposición, ya van a conseguir su objetivo, sin tener cierta cohesión para crear eso tan necesario en estas propuestas: atmósfera. Sin duda, y con diferencia, nos encontramos ante la peor realización en una película de Coixet.

Por si no hubiera suficiente con esta fotocopia de recortes desaguisados que es en el ámbito formal, como casi siempre, Coixet se encarga también de escribir el libreto, y si hace un momento hablábamos de la peor realización como directora de la susodicha, con el guión sucede tres cuartos de lo mismo, ya que se convierte en el peor texto escrito por ella (con el agravante que, si en algo siempre he considerado que Coixet no era mala, era escribiendo). Partiendo de una situación terriblemente dramática (algo común en muchas de sus películas), el desarrollo de su hilo central y sus protagonistas, cojea por todas partes, por no hablar de la historia romántica (hay una teenager, es obligación). Tampoco ayudan sus tramas secundarias que, más que aportar algo (¿celos de la amiga?¿el amante y su madre?), simplemente parecen creadas para turbiar la atención del espectador e intentar distraerle del tema central (de hecho, el tema de las apariciones desaparece (jeje) durante casi 20 minutos en el ecuador del filme, para relatar sucesos que poco o nada aportan al hilo central), y que tampoco sirven para crear unas relaciones sentimentales sólidas entre los personajes que sustenten muchos de los dramas que vemos en pantalla (la resolución final, accidente incluido, con una de las elipsis más torpes vistas en años, es de TRACA); por no hablar de la ambivalencia que quiere crear la película durante todo su desarrollo alrededor de lo real o no de esas apariciones, y que no consigue, en gran parte por el nefasto uso del punto de vista del que hace gala la cinta y que crea situaciones harto absurdas conforme vamos llegando a su conclusión, sin lograr disipar todos los interrogantes que había creado en la mente del espectador, con su nefasto cierre (¿Por qué ahora?¿Dónde ha estado hasta este momento?¿Cuál es su propósito?¿Por qué Isabel? ¿Por qué a nosotros?).

¿Y qué decir de los intérpretes? Pues lo de siempre, que no saben ni qué hacer ni decir. Sophie Turner, Claire Forlani y Rhys Ifans tienen en sus manos unos personajes tan incoherentes, que a la postre, es lo único realmente terrorífico del filme (la relación madre-hija, es trivial (para lo que se supone que debería ser, y más en un film de la Coixet), terriblemente desarrollada, y mucho peor cerrada (visto el final, ¿era importante dicho conflicto?)), sin destacar ninguna por encima de otras, simplemente rivalizando en mediocridad. Incluso la divina Leonor Watling deambula en sus escasas apariciones, sin entidad ni nada interesante que decir o aportar. Jonathan Rhys Meyers aparece como el típico profesor buenorro-cool de teatro, y en dos escenas sale con escote. Literal. Y cómo no, en toda producción de terror que se “precie” (véanse comillas), aparece también Geraldine Chaplin (¿cuántas películas estrena al año esta mujer?), que parece seguir empeñada en dilapidar todo el prestigio que su apellido atesoraba. Si elimináramos estos tres últimos personajes nombrados, os aseguro que el hilo central de la trama no se vería prácticamente afectado (más allá que un par de escenas), ni en hechos, situaciones ni relaciones.

Un resultado desastroso, para un proyecto que, más allá de su posible viabilidad comercial (seguramente mayor que anteriores películas de la directora), no podía ofrecer nada positivo, ni al género en general, ni a la carrera de Isabel Coixet en concreto. Viendo sus próximos proyectos, Nadie quiere la noche parece que volverá a territorio conocido. Esperemos que continúe por ahí y que estas incursiones por terrenos ajenos no sean el motivo para que la directora abandone y deje de explorar esos caminos que, con mayor o menor acierto, es donde más cómoda se le nota, ya que como relata el mismo Proust en los últimos párrafos de su primera entrega “Acabaron por desaparecer, porque yo me estuve mucho rato interrogando en vano, los caminos desiertos”.

2,5/10

Por José Antonio Bracero Díaz
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Apasionado del cine entendido como arte, como reto. Lo comercial le chupa un pie, a él dadle un buen clásico, descubridle la última rareza checa enterrada cientos años atrás, y será feliz. Sus conocimientos sobre la historia del cine le cortan a uno la respiración.

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