Crítica de Mi vida ahora (How I Live Now)
Sí, otra. Llega a nuestras carteleras un nuevo salto a la gran pantalla de la enésima novela juvenil, ahora la que escribió Meg Rosoff en 2004. ¿Agotador? Pues sí, sólo que puestos a elegir, si hubiera que hacerlo, en Mi vida ahora motivos para cierto extra de esperanza hay: ya no es sólo el hecho de que su protagonista sea una actriz de primer nivel (con permiso de Jennifer –Katniss- Lawrence) como es Saoirse Ronan, sino que detrás de las cámaras se encuentre el escocés Kevin MacDonald, interesante director-camaleón que alterna documentales con películas de ficción de varios géneros, yendo a petar a una filmografía con estimulantes títulos como Marley, La sombra del poder o La legión del águila. Un tipo que mola y con garantías, para que nos entendamos, capaz de otorgarle a la enésima historia de crecimiento y madurez juvenil en medio de un mundo futuro en plan apocalipsis, algún punto de frescura inesperada. Y menos mal, porque aunque a la postre nos sigamos moviendo dentro de los límites de la mediocridad habitual, todo parece indicar que si al cerebro le da por sacarse de la chistera alguna de las múltiples propuestas prácticamente idénticas que se amontonan en nuestras carteleras, Mi vida ahora tiene muchos números para ser la afortunada… con permiso de Los juegos del hambre, claro.
El mayor problema con que debe lidiar McDonald reside en la combinación de los dos grandes mamotretos argumentales que influyen en el perfil emocional del personaje sobre el que gira la totalidad del film: una joven norteamericana que viaja al Reino Unido en plena época de tensión internacional (de hecho, es la Tercera Guerra Mundial en toda regla) para verse enfrascada en un drama de supervivencia acompañada únicamente de sus primos de edades entre iguales e inferiores; atribulada, vestida en plan emo y con gustos tirando a hípsters, de quien hasta oímos sus voces interiores en constante conflicto consigo mismas. Sólo un arma, esta última, entre varias otras que McDonald emplea para situarse al mismo nivel, en todos los sentidos, de la Ronan. Y es de este modo como consigue conjugar, con sumo atino, sendos bloques mentados al abrir este párrafo, y que se traducen en la guerra por un lado, el amor juvenil por el otro. Temáticas cuya diferencia de interés merma y de qué manera el cómputo global, pero cuya combinación hubiera dado un resultado del todo desastroso si la estrategia hubiese sido distinta. Se agradece, pues, el estilo cercano a base de una cámara situada casi sobre el hombro de la actriz principal, de un montaje con continuos planos detalle, y por lo general de un planteamiento por momentos más cercano al cine indie que a los blockbuster tipo Mañana, cuando la guerra empiece (por lo demás, poco menos que una fotocopia).
Ahora bien, pese a los esfuerzos del director, el interés de Mi vida ahora no logra evitar una tendencia menguante. Un arranque prometedor (atención al prólogo), un primer bloque interesante donde los niños buscan amoldarse a la nueva vida que les ha tocado vivir, hacia una normalidad imposible por así decirlo, van cediendo su paso a la inevitable y más soseras historia de amor teen, sobre la que acaba cayendo la mayor parte del protagonismo (a fin de cuentas, el chico que le gusta es el primer motivo para su supervivencia…). Se banaliza en demasía un discurso que además cambia desde el segundo acto para convertirse en un survival demasiado manido, por el que poco a poco van tejiéndose los grandes discursos del film, igualmente esperables: horrores de una guerra que nunca piensa en los niños, salto de la edad infantil a la madurez, superación personal y altruismo, etcétera; todo, por supuesto, rematado con el habitual monólogo en voz en off que cierra un epílogo trastabillante. Poco bagaje en su fondo, para una forma que sigue esforzada y consigue mantener activa la actividad cerebral del espectador tanto por el ya comentado punto de vista casi en primera persona, como por poderosos pasajes, realmente desoladores, del periplo de la chica y su lucha por la supervivencia. De ahí lo que decía al principio de todo: Mi vida ahora no sorprende, renueva, ni dice nada nuevo; todo se ha visto ya en demasiadas ocasiones. Pero al menos, aquí hay algo más que un piloto automático detrás de la cámara y, a la postre, su presencia puede que le haga ganar enteros frente a propuestas similares. O no.
6/10