Crítica de Midsommar
Ari Laster es el chico del momento. Desde que estrenara su (sobrevalorada, a juicio de un servidor) Hereditary, la suya es la nueva voz del cine de terror. Bien por él, ya que esto implica tener ciertas libertades de las que otros carecen, pudiendo así tirar para adelante proyectos que son auténticos suicidios en potencia. Midsommar tampoco es que sea nada de especialmente revelador; al final, el director juega a El hombre de mimbre y poco más. Pero cierto es que llevar a buen puerto 150 minutos de acampada lisérgica en Suecia, con tropecientos rituales ridículos en la mayoría de casos, ingesta de alucinógenos y florecillas que parecen cobrar vida como su resultado… tiene su enjundia. Así que bravo por él.
De hecho, el genuino valor de la película es el haber llegado hasta la última consecuencia, haberse mantenido fiel en todo momento a sí misma, con independencia de las implicaciones para el espectador. ¿Aburrida? ¿Risible? ¿Sin pies ni cabeza? Todo forma parte del incómodo juego de Laster, y pocos habrían aguantado el pulso firme sin caer en el terror del sobresalto, o en los twists imposibles de guión. Otra cosa es que el espectador entre o no en el juego. O mejor: que le compense o no entrar.
Corta es la memoria, pero a poco que se hayan visto cuatro o cinco películas de terror diferente (es decir, de nuevo, todo lo que tire de atmósfera más que de susto), Midsommar tiene menos de ofrecer de lo que ella misma, Laster en definitiva, se cree. Desnudándola de toda excelencia técnica, que la tiene y mucha, aunque suenen ecos de relamido enfoque de ombligo, la película es un sencillo juego de metáforas por un lado, eliminación por turnos del grupo protagónico por el otro. Todo arranca con una crudísima escena que marca la vida de Dani (muy correcta Florence Pugh), por lo que pocas dudas al respecto: apunta pues, y se confirma al cabo de nada, a viaje emocional hacia la superación (o no) de dicho trauma. Bien, mejor eso que nada, pero manido, tanto como la estructura básica de la película, a base de desapariciones periódicas de personajes con poco margen a la ambigüedad: no sabemos los detalles, pero es evidente lo que ocurre en todo momento.
No quiero decir que Ari Laster haya querido jugar al despiste y no le haya salido. De hecho, creo que es de agradecer que no parezca querer esconder sus cartas en ningún momento. Es a lo que me refería al principio con el haberse mantenido fiel a sí misma: Midsommar es una pesadillesca escapada a un lugar en el que las normas son totalmente distintas a lo acostumbrado, y punto. Bien. Pero no menos cierto es que toda posibilidad de sorpresa, de revolución cinematográfica como se ha querido hacer creer, queda en agua de borrajas.
Queda, eso sí, una película de factura excelente, juguetona con los tempos, la atmósfera y el goteo de información. Con mucho espacio para desarrollar el arco emocional de su personaje principal, y suficiente preparación para que los pasajes más grotescos, donde se oyen más risas que sollozos en la sala (y no por la liberación de tensión como se dice entre sus filas de defensores a ultranza, sino por su abierta vocación cómica), no hagan decantar la balanza del lado del pitorreo. Todo correcto, pero tan, tan falto de sorpresa, que la duda sigue en el aire: ¿de verdad es necesario acudir a estos 150 minutos… o si no me da la gana no me voy a perder el nuevo Casablanca del género? Más aún: habida cuenta de la nula relación entre Laster y la sutileza, sin necesidad alguna Midsommar cuenta con escenas visualmente muy aprensivas. Sabido es que el director (en sus propias palabras) siempre quiere incomodar al espectador, pero tirar de gore suele ser el recurso fácil. Otra decepción, vaya, que sumar a las numerosas mini-decepciones que van asomando a lo largo y ancho de este extensísimo, agotador visionado. Y la duda sigue: ¿hace falta pasar por esto?
Midsommar es arriesgada, valiente, atrevida, deben apoyarse películas así y verse si se es fan del cine de terror. Pero está muy lejos de ser un título imprescindible, no va a marcar hito alguno, por lo que no pasa nada si se pasa por alto y, en su lugar, se opta por la recuperación de la superior (y mucho más breve) El hombre de mimbre. Y con los minutos que sobran, que alguien nos explique cómo se ha abonado este tipo al hype.
Trailer de Midsommar
Valoración de La Casa
En pocas palabras
La nueva película de Ari Laster es mucho más arriesgada que Hereditary, y se convierte en una rara avis que hará las delicias del fan del género. Pero ni revoluciona, ni reinventa, ni supera a los clásicos a los que hace referencia.