Crítica de Midway
Roland Emmerich, ya se sabe, quiere ser el mayor estadounidense de la historia. El alemán afincado en Los Ángeles lleva dirigiendo ensalzamientos del patriotismo yanqui película tras película, pero jamás ha podido superar al Gran Héroe Americano: Michael Bay. Es a él y a su mayor canto a la bandera, esa horripilante Pearl Harbor, a quien mira con su nuevo proyecto, Midway, que bien podría ser su secuela no oficial. Tiene su gracia, en el fondo: los dos mayores destructores del cine (en todos los sentidos) compitiendo entre ellos a ver quién la tiene más épica. Y por supuesto, fallando estrepitosamente. La de Bay fue candidata a todos los Razzies habidos y por haber. La de Emmerich va por el mismo camino por el simple hecho de copiar al primero, acortando un poco el principio y alargando el final.
¿Os acordáis de Pearl Harbor? ¿Cuando tras tropecientas horas de suplicio, el Sargento Dolittle iba a bombardear Tokio? En Midway eso ocurre a los 20 minutos de película, con los americanos habiendo recibido el sorpresivo ataque japonés a las primeras de cambio. Ya se sabe que al director de Independence Day y El día de mañana le gusta hacer que las cosas exploten de buenas a primeras. Luego ya vendrá la construcción de personajes. Todo hay que decirlo: ese primer bloque a base de explosiones se consume en un santiamén, importando relativamente poco que los efectos especiales de Midway parezcan anteriores a los que usara Bay hace ya casi veinte años. Entretenimiento sin más. La hecatombe llega luego.
En concreto, cuando a la película le da por la recreación de los hechos que ocurrieron entre bambalinas (los planes de guerra), y la elaboración de personajes de cero dimensiones y nula empatía (el protagonista es, sin ir más lejos, Ed Skrein, cuyo mayor logro hasta la fecha pasa por haber sido reemplazado en Juego de tronos, sin que nadie se diera ni cuenta). No faltan, a la fiesta escrita por el guionista Wes Tooke, el héroe guaperas con familia que le espera en casa; o el general algo más entrado en años, estricto pero capaz de tomar decisiones difíciles por el bien de los USA. Y conforme progresa este machambrat de lugares comunes, Midway se va resintiendo. El interés baja, la incredulidad sube, los minutos parecen multiplicarse por dos, y lo que es peor: cuesta horrores encontrar escenas de acción made in Emmerich, en una producción que parece más centrada en su, ejem, voluntad documentalista. En 2012 ocurría un poco lo mismo con el reparto de escenas de acción y drama, en verdad; pero al menos, la burrada visual que nos ofrecía compensaba el desaguisado. En Midway, las cuatro o cinco set pieces post-ataque a Pearl Harbor son prácticamente iguales, por lo que se tornan monótonas, aburridas. Y que los efectos especiales canten como una almeja, desde luego, poco ayuda.
Emmerich ha querido jugar a ser el dios del patriotismo americano cinematográfico. Para lo que ha copiado a su muso y ha tirado de todo (mal) recurso de cine bélico pro-USA que ha podido encontrar en su filmoteca. Y ojo, que hasta se las da de algo más, forzando un metacameo de John Ford. Con estas, consigue alcanzar una de sus metas: por fin se puede equiparar a Michael Bay con sendas películas que compiten de tú a tú… a ridículo del siglo. Porque ni que decir tiene que de todo esto sale un pastiche desfasado, desganado y de nulo interés o valor artístico. Ya puestos, es mejor ver el documental del propio Ford, La batalla de Midway, más interesante, espectacular, y mucho más corto. Que sí, Emmerich, que vivan los USA y que te acepten ya como americano 100%. Pero vuelve a las catástrofes, y deja la historia tranquila, al menos.
Documental La batalla de Midway, de John Ford
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Roland Emmerich vuelve a la carga con otro despilfarro traducido en desastre cinematográfico. Ahora, como Michael Bay, tiene su Pearl Harbour particular… con resultado casi idéntico.