Crítica de Mistaken for Strangers

Mistaken for Strangers

Bien sabía Leroy Johnson que la fama cuesta, y que se paga con sudor. Pero a pesar de todas las desdichas que pueda suponerte su búsqueda desesperada, por lo visto hay algo peor: que el ángel de la fama te ignore a ti y vaya a bendecir a tu hermano. Especialmente si este siempre fue el preferido de papá y mamá y tú nunca has pasado de pulgón semifracasado con pinta de average americano zampabollos. Y lo digo con todos mis respetos hacia Tom Berninger, autor de esta película y hermano de Matt, líder visible de The National, orgullo de Cincinnati, banda de rock indie de estadio con aura de culto y reconocimiento crítico. Matt es un tipo serio, elegante, al frente de un grupo de músicos rigurosos, perfeccionistas y que se emborrachan con vino. Tom es lo opuesto al éxito de su hermano en todos los aspectos: metalero, cuasi-oveja negra de la familia, hijo imperfecto, un tanto descerebrado. Greñudo, pasado de peso, cervecero, solterón, alérgico, vestido como un adolescente. Anónimo. Mistaken for Strangers no es un rockumentary, ni mucho menos un diario o un retrato de una banda, a pesar de que el director, cineasta amateur (hipotéticamente) mediocre ejerciera de roadie infiltrado en la gira del penúltimo disco de The National, High Violet, y en la grabación del último, Trouble Will Find Me. A pesar de que aquí se retraten conciertos, «photoshoots» promocionales y demás compromisos contractuales. No, esto es otra cosa.

Y es esa otra cosa lo que le da la auténtica dimensión épica a la película y la dispara hacia otros terrenos distintos a los que se suelen mostrar. Porque esta es una película sobre los perdedores, sobre los que lo observan todo desde el fuera de banda sin que nadie les haga caso, más allá quizá de la pura condescendencia o el paternalismo. Tom es una causa perdida, un tipo que sin quererlo suele avergonzar a los que están con él y cuya toma de decisiones, a medio camino entre lo voluntarioso y la pura desidia, suele suponer alguna que otra calamidad social involuntaria, con un pequeño grado extra de autohumillación. Pero Tom no es un tipo que profese piedad hacia su propia persona, ni se compadece de su destino aciago, porque ya se ha resignado a él y a si mismo. Su gesto amargo es el del tipo que lucha contra si para encontrar de vez en cuando resquicios de dignidad en lo que hace, aunque sean casi imperceptibles, aunque estén incluso fuera de esta realidad («mi hermano una vez soñó que yo lo salvaba de la muerte», dice con orgullo y emoción). Y su empresa, el lograr un retrato del éxito de su hermano, es su último intento para hacer algo útil en la vida. Solo que la cosa le sale incluso mejor de lo que él mismo esperaba y pronto su película se convierte en un diario de búsqueda de la identidad propia, en una reivindicación del yo, un relato de conocimiento autoirónico y lúdico, a la manera, por qué no y salvando las distancias, del Mapa de Siminiani.

Es más, en una vuelta de tuerca metacinematográfica, la película se convierte en el diario de rodaje de la propia película, que debería ser un documental más o menos convencional, pero que a las manos de Tom se convierte en un auténtico desastre en todos los niveles de interpretación. Y que queda expresado formalmente desde un estilo casero, despeinado, casi punk, literalmente dinamitando las convenciones del género (son tronchantes los intentos de Tom, cargados de sana autoparodia, por que los integrantes de la banda posen para la cámara como las rockstars que son). Y que además prefiere recurrir a declaraciones de la propia madre, quien confirma la incurable gañanidad de su hijo Tom -pero desde el orgullo maternal también un hipotético talento oculto-, antes que a expertos acreditados: una vez más, esto no tiene nada que ver con el documental musical. Y mucho, en cambio, con una reflexión entorno al éxito personal y profesional y al fracaso a la hora de consegurilos, captando ese momento casi hipnagógico, entre dos realidades, del backstage justo antes del concierto. Y ese mundo que queda en la sombra, y donde se producen de verdad los más intensos momentos de sinceridad y emotividad entre hermanos. Una película divertidísima e imbuida de una ternura excéntrica y pintoresca, a la postre infinitamente emocionante.

8/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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