Crítica de Morir para contar
Con un sonido constante y distorsionado, y una cámara temblorosa con iluminación rojo fuego, el espectador se mete de lleno donde Hernán Zin quiere meterlo: en la guerra. Morir para contar arranca muy directa, hablando del poder adictivo de participar en un conflicto, para los (jovencísimos) soldados que lo hacen. Igual que los periodistas. «No vayas a Siria, es un suicidio», le recomiendan a uno de los reporteros que estuvo diez meses secuestrado justo por eso, por querer ir a cubrir un conflicto más. Sólo uno más.
Claro que luego, Zin (ex periodista, justamente) empieza a matizar. Poco a poco, su película empieza a hablar de la necesidad de la presencia de esas personas anónimas que permiten que los demás descubramos los horrores que ocurren más allá de nuestros sofás. Y así, la adicción no adquiere la connotación negativa que os habrá saltado a la cabeza casi de manera inconsciente, sino que se ve como lo que realmente es: el motor que da sentido a sus vidas. Aunque en no pocas ocasiones sus vidas queden maltrechas, cuando no directamente destruidas. Caso de Julio Fuentes (juraba que iba a ser su última cobertura… aunque nadie le creía), o de tantos otros cuyos casos son expuestos aquí con testimonios desgarradores, hasta que quien acaba con los nervios como una piltrafa no son los que vuelven del conflicto y están aquí para contarlo, sino los propios espectadores.
Una vez más, toca hablar de un documental fundamental, de visionado obligatorio por su lucidez a la hora de descubrir una realidad que conocemos sólo en parte. Gracias a Morir para contar, uno comprende el fundamental rol del periodista en el mundo; siente en su propia piel las penurias por las que quienes se dedican a esta profesión pueden llegar a pasar. Pero sobre todo, entiende las motivaciones que llevan a una mujer, marido, madre o padre de familia, a arriesgar su vida por un reportaje. Egoísmo versus altruismo, conflicto de intereses que protagoniza también un buen puñado de minutos de un film que va ganando en lecturas conforme avanza (el miedo, otra temática importante).
Pero no sólo de disertaciones y mártires va la cosa. Lo que hace realmente obligatoria esta película es su capacidad por despertar en sus espectadores rabia, por impotencia, y ganas de desprenderse de la actitud pasiva que ahoga nuestras rutinas y activarnos. No recuerdo cuál de los periodistas que se prestan a ser entrevistados por Zin dice: «¿Quieres hacer cosas? Es muy fácil. Ponte y hazlas». Y esa frase se queda en nuestro interior y nos remueve mientras lloramos (de pena y, de nuevo, de rabia) ante otro caso de tragedia, o de angustiosa supervivencia, que se descubre en el film. Todo hay que decirlo, quizá en este aspecto se pase un poco de frenada, ahondando demasiado en los casos personales cuando de lo que realmente trata es de la universalidad de la profesión, sin necesidad de morbo añadido.
Toda esa rabia, decíamos, va cargando las tintas hasta que ya no se puede más. Hasta que la historia de Miguel Gil revuelve a uno por dentro; hasta que la concatenación de imágenes de Gaza hace muy difícil contener las ansias de desviar la mirada. Hasta que Morir para contar centra su atención en José Couso, cuya historia sirvió para demostrar que a la hora de la verdad no hay cadenas, no hay periódicos, no hay rivales. Es gente con un trabajo, que se desvive por su trabajo, y cuya finalidad es informar de situaciones deleznables que parece mentira que se permitan aún. ¿Por qué no hacemos nada? ¿Por qué no nos activamos ya? Que un documental consiga hacernos plantear estas preguntas es lo que convierte a la obra en un arma, en unos deberes (su visionado) de obligado cumplimiento. Los periodistas, allá pro el tercer acto de la película, se enfrentan al regreso a casa, a las heridas más allá de lo físico, a la letra pequeña del contrato, que queda perfectamente reflejada en una frase: «si pierdo un brazo es evidente, pero ¿si pierdo el alma? Échame una mano para recuperarla».
¿Cómo pueden volver ellos a sus casas y cómo pueden recuperar la normalidad? Bien, ¿cómo podemos acabar nosotros el visionado de esta película y permanecer impasibles? ¿Y si la mejor manera de echarles una mano pasa por tomar cartas en el asunto de manera más activa? No sé, ved esta película, y después hablamos.
Trailer de Morir para contar
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Un documental fundamental para entender la labor del periodista, y de paso ver lo mal que está el mundo. Hay que verla, hay que hablar sobre ella, y después nos toca activarnos. No nos queda otra, y la película así lo confirma.