Crítica de Los muertos no mueren
De la comedia romántica al western, los samurais o los vampiros. No hay género, argumento o tipología de película que no haya pasado por las manos de Jim Jarmusch. Y siempre, sin excepción, ha sido con una pequeña revolución. Que a lo mejor ha sido siempre fruto de la casualidad (es de suponer que no), pero se diría que el cineasta siempre ha tenido algo que decir antes de ponerse manos a la obra. Y ahora le ha tocado el turno a los zombies.
Sí, Los muertos no mueren tiene la firma inconfundible de Jarmusch. Sí, se ve perfectamente que el de Sólo los amantes sobreviven se ha empapado del género, lo ha interiorizado a consciencia, y ha sabido reproducir a la perfección todos y cada uno de los tics, las señas de identidad, los lugares comunes del cine de zombies desde que lo redefiniera George A. Romero. Pero… no acaba de quedar claro qué ha querido hacer con ella.
Aquí y allá hay mil ejemplos de parodias del género que a su vez lo pervierten y reinterpretan. Sin embargo, Jarmusch apuesta por una suerte de repetición por repetición, acudiendo a todos los guiños imaginables por los que desde siempre ha sido maltratado y considerado subproducto del no menos maltratado cine de terror: conversaciones huecas, carencias de ritmo, reiteraciones, nula actividad cerebral. La cosa tiene su gracia, claro. Durante los primeros 15 minutos. Después se va pasando poco a poco al dolor. Dolor por confirmar que más allá de eso, no hay nada.
Como si quisiera hacer del espectador un zombie más, Los muertos no mueren cuenta con un personaje que expone en todo momento cualquier reflexión (básica) o suceso (simplísimo) que tenga lugar. Lo cual ayuda poco a una película de exasperante ritmo lento, mortecino, acaso zombificado a su vez. De nuevo, en esencia tiene gracia: juguemos a ver quién es más zombie de todos. En la práctica, es un eterno largometraje en el que nada ocurre, nada se cuenta, ningún descubrimiento tiene lugar. Oh sí, la humanidad tiene el cerebro carcomido por el consumismo, qué novedad. Oh sí, los exploits del cine de zombies son todos malísimos, qué novedad. Y así.
Y como esto es una comedia, hay gags. Y algunos salen muy bien, en especial algún que otro momento para la improvisación. Pero muchos otros tardan poco en perder la chispa, bien por desganados, o porque el tono de la película va en total desacuerdo con ellos. Cuando llega el enésimo guiño meta, acaba tornándose incluso irritante. ¿Formaba también parte del plan?
Los chistes iniciales referentes a los nombres de las calles, los edificios principales, el pueblo en que ocurre todo, acaban resultando, a la postre, un reflejo perfecto de Los muertos no mueren: una sonrisilla provocan, pero luego se antojan desganados, aburridos, reiterativos. ¿Acaso quería ganar Jarmusch la carrera al Quién es más zombie de todos? Enhorabuena por él, pues, que nos ha sacado ventaja a todos. Lástima que por el camino se haya diluido casi por completo el potencial de un reparto de aúpa, para una propuesta aún mejor.
Trailer de Los muertos no mueren
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Bien hecha, con increíble reparto, música acertada… Lo de siempre en el cine de Jarmusch. Y sin embargo, su comedia de zombies no funciona ni por el tono, ni el ritmo, ni el mero propósito de su existencia.