Crítica de Musarañas
La tarea de un crítico (al margen de su nivel de profesionalidad) pasa por intentar alejarse lo máximo posible para tratar de enfocar la película a reseñar desde un prisma lo más objetivo posible, y luego ya combinarlo con su gusto personal. O así. La cosa es que en el festival de Sitges, a veces esa tarea es imposible, especialmente si la selección general de cintas es tirando a floja. Rollo macabeo para decir que no sé cuánto de objetivo habrá en este comentario de Musarañas, y cuánto de pura víscera; peligro, puesto que pueden generarse expectativas demasiado alejadas de la realidad. Bien, lo siento, es lo que hay: he disfrutado, reído, aplaudido y ovacionado el pase de la que seguramente ya pueda irse tildando de película del festival de esta edición 2014 que recién comienza… y como yo, prácticamente toda la sala. Ventajas de una producción salida de madre, despreocupadamente honesta y en todo momento consciente de sus virtudes y limitaciones, apadrinada por un Álex de la Iglesia que, en el tándem de debutantes Juanfer Andrés y Esteban Roel, podría haber encontrado a sus alumnos más aventajados. Gratísima sorpresa y quién lo iba a decir, máxime cuando de su primer acto, tan sólo se salvan unos segundos descacharrantes de su prólogo.
Una Macarena Gómez delirante hace aquí de mujer extremadamente religiosa, con fobia al exterior de su apartamento, adicta a agua bendita, y al cuidado de su hermana adolescente (Nadia de Santiago) con quien vive tras el fallecimiento de sus padres. La situación ya de por sí es complicada, pero poco ayuda a mejorar la relación de ambas el estricto yugo bajo el que la mayor mantiene a la pequeña, más normal y con ganas de vivir. Casi todo, pues, transcurre en el interior de un apartamento y con ellas dos como protagonistas absolutas con un invitado de honor: un tal Carlos (Hugo Silva), vecino de arriba que aparece a su puerta solicitando ayuda tras haberse caído por las escaleras. Puede parecer algo desalentadora como premisa, y de hecho, ya avisaba hace un momento de su arranque de todo menos prometedor: ya no es sólo lo anodino de todo ello, sino que a todos los niveles, Musarañas se antoja vulgar, gris, deprimente, sumamente… castiza. Para que se me entienda, este último adejtivo vendría a emparejarla con los primeros compases de La comunidad, por ejemplo, a la postre quizá la mejor película de De la Iglesia hasta la fecha, con la que la que ahora nos ocupa guarda más parecidos razonables. Lo es por una puesta en escena pobre, una dirección sin florituras, y unas interpretaciones que no pueden tildarse de malas (y menos después de asistir a la evolución de los personajes) pero sí de, al menos, chocantes. Sin ir más lejos, ¿qué puñetas pinta Luis Tosar en medio de todo esto? Ah, pero todo forma parte de un plan que tarda poco en explayarse, y cuando lo hace, la fiesta es de aúpa.
Porque eso es la cinta de Andrés y Roel: un juego en el que el espectador debe decidir si entrar o no, pudiendo salir muy escaldado en caso negativo. Su relato a medio camino entre la denuncia de garrafón a la religión, el descenso a la locura del ser humano, y el mero exploit de Misery, acaba transformándose en un esperpento plagado de brochazos a cuál más grueso. Conforme los personajes van descendiendo más y más círculos del infierno en que todo se convierte (amores, celos, adicciones… mala combinación), las interpretaciones se salen de madre y descubren, al menos en su protagonista absoluta, a intérpretes de la altura de la mejor Carmen Maura (de nuevo, La comunidad); al tiempo, el guión se va poblando de frases que son directamente iconos, y sus responsables se desmelenan en una suerte de pelea por ver quién la hace más gorda; imposible ya tomarse en serio el discurso crítico en pos de la locura por la locura, que es hacia donde tira descaradamente pero, de nuevo, con la honestidad por bandera… Y con un gusto muy sano por el exceso hemoglobínico de paso; sí, como De la Iglesia. Una mescolanza de géneros y referencias delirante, en definitiva, que apuesta por el humor quizá para esconder sus limitaciones, pero oye, bien que les funciona. Y mientras tanto, la a priori inexplicable presencia de Tosar que se convierte en una pieza fundamental para las mayores risotadas pese a lo enfermo de su esencia.
No sé qué habría ocurrido de haber visto Musarañas en cualquier otra circunstancia, insisto. Tomada desde un punto de vista más serio y riguroso, quizá no alcance ningún mínimo para considerarla como un producto cinematográfico digno, quizá en verdad la gloriosa interpretación de Macarena Gómez sea un desastre y más que un nuevo acierto en la carrera de Hugo Silva, su participiación en ella algo de lo que pueda arrepentirse. Me la trae al fresco: dispuesto el ánimo para un disfrute sin necesidad de darle más vueltas, de ese que se debe acompañar del cuenco más grasiento de palomitas al que pueda uno acceder, estamos de enhorabuena. La fiesta, excesiva, surrealista, exagerada, esperpéntica, es redonda.
7/10