Crítica de Narcos: México (Temporada 1)
La gallina de los huevos de oro de Netflix, la serie que más ha calado en la sociedad hasta el punto de meter en nuestro subconsciente el soy el fuego que arde tu piel…; vuelve Narcos y no tiene intención alguna de marcharse. Lejos de un agotamiento que todos dábamos por sentado, no sólo se sacó una vida extra tras la desaparición de Pablo Escobar, sino que ahora ya no se habla de la cuarta temporada. Ahora empieza Narcos: México, un nuevo producto que puede durar todo lo que se quiera, y convertirse en un Narcos: Marsella, Galicia o Miami en el momento en que les dé la gana. Y como se trata de una serie nueva, también pueden hacerse los longuis con ella y abusar de la fórmula. El problema es que aquí sí empiezan a jugar con fuego.
Con voz en off, mezclando imágenes reales (muy pocas esta vez) y presentando una miríada de personajes de geografías rara vez parejas a los actores que les dan vida, Narcos: México muestra nulas intenciones de innovar en nada. Lo cual, ojo, es más que lícito: si algo funciona, no lo toques demasiado. Es más, en una búsqueda por el perfeccionamiento, este Narcos Redux cuenta tras las cámara con nombres como los de Amat Escalante (Le región salvaje), Alonso Ruizpalacios (Güeros), o Andrés Baiz (La cara oculta). Netflix tira la casa por la ventana, en definitiva, y así se asegura una nueva hornada de episodios de factura impecable. La chicha, sin embargo, es otro cantar.
Que hasta el tercer capítulo no acabe de arrancar apenas carece de importancia: si la tercera temporada era una suerte de The Wire, ahora esto es un poco como si Tony Montana se metiera en Boardwalk Empire (en el México de los 80, claro), por lo que debe igualmente tomarse su tiempo para presentar todas sus fichas. Máxime si las escenas reales y los personajes de renombre ahora brillan prácticamente por su ausencia. El problema reside en que lo que presenta, lo hace repitiendo por enésima vez personajes que son casi caricaturas: malos muy malos que se pasan con la droga, poli bueno con mujer embarazada que quiere que su marido abandone el trabajo de riesgo… Descripciones de siempre y casi fotocopias deslucidas de los anteriores casos en Colombia y Cali. Sólo que con un reparto que cuando no aletarga (la falta de personalidad de Michael Peña es alarmante) nunca parece cómodo en exceso (Diego Luna hace lo que puede, Héctor Alterio ni siquiera es mexicano). Al final, casi acaban ganando la partida esos secundarios impropiamente telenovelescos que ya son un clásico en la serie… aunque ninguno de ellos vocalice lo más mínimo y se puedan intercambiar entre ellos.
Se trata de una serie que tira de ambos extremos de una cuerda: es un ejercicio de esfuerzo técnico, pero a la vez previsible y rutinario, hasta parecer incluso desganado. Prueba de ello: se pueden acertar de igual manera los caracteres de cada personaje, como la concatenación de escenas, la estructura de cada capítulo e incluso los movimientos de cámara. Por mucho que los directores intenten darle más ánimo del que en verdad tiene. En este sentido, atención a las vibraciones del episodio 7, a cargo de Ruizpalacios; a los planos secuencia de su episodio siguiente (con descacharrante homenaje a Apocalypse Noew); o al quinto, de Escalante. Este último, de los pocos que conseguirán erizar el pelo del seguidor de la serie como no lo hacía desde tiempos de Escobar…
Se agradece cierto cambio de tendencia en su segunda mitad (son diez capítulos en total), pero las sensaciones de cansancio generalizado siguen: la serie se ve seriamente descompensada por unas subtramas que hacen notar en evidencia su condición de mero relleno. A su vez, estas hacen que un entramado sencillo y atractivo se convierta innecesariamente en un follón. Y el hecho de que la serie navegue entre su (impostada) vocación documentalista, y la acción más blockbuster (y ojo, que llega a incomodar puntualmente con sus excesos de gore) sitúa al espectador en una posición difícil: ¿qué hago? ¿Me intereso por la trama de la que ni me entero, o espero a los siguientes fuegos artificiales?
Ojo, la serie sigue conservando parte de su esencia. Sigue leyendo páginas negras de la historia reciente, sigue siendo un despliegue de medios, y sigue jugando con la ambigüedad de sus personajes principales. Hasta aparenta meter dedos en heridas aún abiertas (episodio 9). Incluso se permite el lujo de prometer sensaciones fuertes de cara a la siguiente temporada. El problema es que pierde un poco el norte y rebaja efusiones. O quizá sea que debamos ir contentándonos definitivamente con una serie que es ya un thriller de acción antes que un un drama algo más riguroso. Por la descripción del mártir, el chunguísimo careo entre Peña y Luna (sobre el que se depositan parte de las esperanzas) o el arco del personaje de Matt Letscher, parece claro que lo segundo es ya historia. Narcos ha muerto, demos (o no) la bienvenida a Narcos: México.
Trailer de Narcos: México
Valoración de La Casa
En pocas palabras
La nueva Narcos demuestra aún sus sobradas capacidades para contentar a sus seguidores, pero empieza a dar muestras de cansancio mediante una trama liosa y previsible que no acaba de despegar.