Crítica de No habrá paz para los malvados

A veces uno se siente un poco idiota. No diré que no tenga algo de ello. Y tampoco me siento cómodo considerándome tan arrogante como para negar lo que parece ser una evidencia a fuerza de la cantidad de opiniones divergentes a la mía que está despertando el nuevo producto de Enrique Urbizu. En palabras llanas: No habrá paz para los malvados está alzándose, nada más estrenada, a la categoría de obra maestra y obteniendo la calificación de clásico instantáneo. Así que en virtud de la opinión generalizada, no seré yo quien le niegue a la película todos los laureles que se está ganando.

Y tampoco seré yo quien le niegue a Urbizu su inapelable valía como director, ni su sabiduría narrativa y escénica, ni su más que probable erudición cinéfila. Así que sí, probablemente me equivoque. Pero esto es lo que hay, a quien escribe no le ha parecido tan sumamente intachable esta No habrá paz para los malvados. Así que yo cuento mi postura y ya si eso luego vosotros decidís si la tiráis por retrete.

Porque, sí, Urbizu parece ser un director con garra, amigo de los thrillers secos (todo el mundo saca ahora a colación, y con buen motivo, su estimable La caja 507) y la suciedad moral. Un visitador de las noches del alma que no se, ni nos, permite concesiones. Un minero al que le gusta escarbar en los pozos sentimentales de sus personajes para luego no soltar prenda más que en dolorosos retazos, vistazos rápidos que pincelarán sus conciencias para justificar, o no, sus actos.
Y encima, el director parece profesar un discurso propio que mastica un cierto tipo de referencias cinéfilas y las incorpora en su propio ideario inequívocamente español y reconocible. Para entendernos, No habrá paz para los malvados se erige en un relato tan seco y desnudo de artificios que puede permitirse evocar La jungla humana, Quiero la cabeza de Alfredo García, A quemarropa o Forajidos sin perder por el camino su aire inequívocamente patrio, como de relato cañí, de vuelta a los -nuestros- orígenes. Una A tiro limpio desprovista de glamur. En lo tocante a su enfoque narrativo, No habrá paz para los malvados supura verdad, claridad y concisión.

Construida a partir de una fascinante secuencia de apertura que pone las cartas sobre la mesa y cerrada por otra secuencia casi igual de violenta y magnética, secas como la mojama y que miran de tú a tú al espectador, la película discurre a lo largo de dos líneas argumentales paralelas. La inevitabilidad de los hechos presagia el encuentro de sendas líneas, sus dos protagonistas quedan imbricados pese a verse las caras en escasos minutos, como si de un Heat se tratara. Helena Miquel y José Coronado arrancan de las manos de Urbizu para sí todo el interés de la película. Ellos y sus extraños pasados, nunca diáfanos, cubiertos de mentiras o secretos (uno) o máscaras (la otra).

Esta especie de oscuridad que empieza ya en la base de la construcción de los protagonistas permite al realizador tintar su relato de un cierto malestar social, generado por un ambiente de corrupción moral e inseguridad urbana que probablemente abarque desde los rincones más individuales de la crisis económica, pasando por la corrupción o el narcotráfico, hasta el miedo global por el terrorismo internacional. Es más, respecto a esto último se atreve a fantasear, mediante asociación 11M, con una posible desviación de los hechos históricos, un poco, y salvando distancias, à la Tarantino circa Malditos bastardos.

Pero esto es No habrá paz para los malvados, y aquí hay un nombre que capitaliza la atención: Santos Trinidad se convierte por méritos propios en el personaje clave, la piedra de toque de la carrera de Coronado. El solitario al límite -poli con vida de resaca perenne- que se ve envuelto en un tiroteo del que sólo sobrevivirá un testigo y a quien tendrá que rastrear para no dejar cabos sueltos. Una sucesión de acontecimientos que conducirán a una trama terrorista de alcance muchísimo mayor.

Y sin embargo la película no es, a mi modo de ver, ni mucho menos perfecta.

Si bien Santos Trinidad funciona bien, en muchas ocasiones el personaje se diluye por culpa de un Coronado que no logra mantenerse en tensión durante todo el metraje. La interpretación del actor es admirable, domina la intensidad y la administra con pasión, pero no de modo constante. Hay momentos durante el metraje en que Trinidad desaparece para dejar relucir a José Coronado. El mejor Coronado, pero Coronado al fin y al cabo.

Y no es el único. El resto de personajes aparecen poco dibujados, apenas convincentes. Probablemente las elecciones de casting no hayan sido todo lo acertadas: el ámbito catódico sigue siendo una asignatura pendiente en este país.

Y es que es ese uno de los grandes problemas de la cinta. Su factura en muchos casos parece televisiva, su puesta en escena funcional y plana. Si bien posee algunas set pieces dignas de un realizador no sólo experimentado, sino también especialmente dotado (encuadres precisos, soluciones de planificación brillantes, diálogo de los personajes con el entorno), hay otros tantos momentos, especialmente durante el segundo acto, algo vulgares. Poco inspirados en cualquier caso: la sucesión de travellings laterales que revelan por primera vez los planes de los terroristas es de todo menos audaz.

Así, la película acusa demasiadas aristas poco pulidas, detalles que deberían haber estado sujetos a un mayor mimo para convertir la historia de Santos Trinidad en una auténtica tragedia griega urbana: esas interpretaciones algo justas, que confunden asepsia y frigidez por solemnidad; pero también el apartado musical, con una banda sonora de interesante partitura pero muy fofa ejecución.

No desacredito ni me opongo rotundamente a unas críticas que, a mi parecer, podrían estar contaminadas por cierto tono de condescendencia (no es el mejor thriller, es sólo el mejor thriller que somos capaces de hacer). Ya he dicho que no seré tan arrogante como para eso. Tampoco puedo obviar las muchas virtudes, ya las he explicado, que tiene la película.

Sólo digo que, de haber apretado un poco más las tuercas, de haber hundido más el cuchillo, Urbizu podría haber sacado más sangre de este filete que, sí, por lo demás está tan crudo como cualquier amante del thriller de bellota podría haber esperado.

7/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Coincido casi por completo con tu crítica.
    Película muy disfrutable heredera del mejor cine negro (en especial del polar francés) que tiene en su personaje protagonista (enorme Coronado, desde ya para mi será siempre Santos Trinidad) y en el buen saber de Urbizu su mejor arma. Lástima que los secundarios queden desdibujados y que, como dices, en algunos tramos el director parezca estar rodando una serie. Pero poco me importó, lo pasé muy bien.
    No es una Obra Maestra, pero es una buena película policiaca made in Spain.
    Saludos !!!

  2. joer, y yo sin verla… de este finde no pasa. Por favor, oh fútbol, permite que pueda verla ni que sea a las 4 de la tarde…!

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