Crítica de No mires arriba
Adam McKay se ha convertido en el azote de la sociedad. A su lado, Michael Moore es una florecilla, Sacha Baron Cohen un copito de nieve y Aaron Sorkin un blandengue con incontinencia verbal y poco más. Quien empezara con comedias idiotas (en el mejor de los sentidos) como El reportero o Hermanos por pelotas, viró hacia lo comprometido con sátiras sociopolíticas que pretendían convertirse en armas para la recuperación del «seny» del espectador. Empezó con La gran estafa, sobre la crisis del mercado hipotecario de 2006; siguió con Vice, retrato de Dick Cheney; y antes de la llegada de la que ahora nos ocupa, tuvo a bien producir esa torta con la mano abierta a las altas esferas que es la serie Succession. No mires arriba es su órdago: se acerca el fin de la humanidad y nadie parece tomarse muy en serio a los astrónomos que lo predicen. Empezando, claro, por los organismos del poder (presidencia, televisión).
De nuevo, un reparto descomunal se pone a merced de un director y guionista que señala con el dedo más abiertamente que nunca, y no nos libramos ninguno. Y de nuevo, aunque esta vez con mayor impacto, McKay nos recuerda lo mucho que echamos de menos su faceta menos comprometida, más relajada. Porque ya es la tercera vez que se pone detrás de la cámara para darle candela a los Estados Unidos, y los síntomas de agotamiento ya no pueden esconderse, por mucho que en No mires arriba apueste por un punto de partida más próximo a Armageddon que a la realidad. Agotamiento traducido en un discurso tan «on the nose» como para explicitar todo lo que quiere decir la película en sus primeros compases. A partir de ahí, del puchero (necesario, ojo; aunque bastante simplón y manido) de inmediato paralelismo con el Covid y al movimiento negacionosta, a Trump y a los idiotas del mundo y toda la pesca, el «qué» se borra de la ecuación, y todo se limita a un ejercicio de reiteración para ver «hasta dónde». Hasta dónde puede la sociedad llegar a cegarse, a negar lo innegable, a dejarse convencer ante lo que diga ya no el político, sino el Musk o el Jobs de turno. Hasta dónde puede llegar la tele con tal de mantener una mentira todo lo que sea posible… Lo dicho, vueltas y más vueltas sobre lo mismo: que somos todos idiotas y nos merecemos lo que nos pase, sea una pandemia o un cometa gigante. Vale, pero this could’ve been an email, señor McKay.
Y es que la insistencia del cineasta colmó el vaso y ya confirmó su fecha de caducidad con sus películas antes mentadas, ya totalmente olvidadas por parte de todos. Misma suerte le espera a esta comedia satírica que, además, no acaba de funcionar desde, justamente la vertiente cómica. Quizá por su falta de punch argumental, por un reparto maravilloso pero no siempre dado a la comedia, o por un montaje que acaba agotando (o poniendo de los nervios) en su, también, ejercicio de repetición; por lo que sea, algunos gags sí funcionan, pero muchos otros no. De manera que, contrariamente a la sensación de precipitación creciente que busca a la desesperada, con ese montaje que decía antes (y que insiste en concatenar escenas que se cortan de manera abrupta una y otra y otra vez hasta decir basta), lo que va haciendo No mires arriba es ir desconectándose. No genera sorpresa cuando la enésima vuelta de tuerca sobre la vuelta de tuerca de la vuelta de tuerca desemboca en escenas que se entrelazan con fugaces cortes de vídeos reales durante la pandemia; no genera mayor repulsa hacia políticos o poderes fácticos de la que ya había logrado generar al principio, por mucho que sigan corroyéndolo todo y a todos. De hecho, desde su apertura, y hasta una (deseada) conclusión en que el interés vuelve a dar algún síntoma de recuperación, la nada es la mayor protagonista.
Tiene ideas formales, algún que otro destello de genuina genialidad cómico-crítica, y claro, a Meryl Streep de Presidenta de los EEUU y a una recuperada Jennifer Lawrence que hasta le pasa la mano por la cara a DiCaprio. Pero en general, No mires arriba agota más que satisface, aburre más que divierte, y se aplana cuanto más pretende ser guay. Su mecha es tan corta que ni daría para un capítulo de Black Mirror pero pese a ello, se alarga hasta las dos horas y veinte. Y sobre todo, tiene pinta de que irá a rellenar la estantería de DVDs en oferta al fondo de la FNAC: allí donde también están Vice y La gran apuesta. McKay, sosiega, no andes siempre tan enfadado con el mundo y vuelve a la comedia imbécil, por favor.
Trailer de No mires arriba
No mires arriba... ni al frente.
Por qué ver (o no) No mires arriba
Adam McKay se convierte oficialmente en el brasas número 1 del cine actual con una nueva sátira social, ahora centrada en el fin del mundo y en cómo nosotros la cagamos. Mensaje válido, pero ya cansa, repite, y no aporta nada.