Crítica de Nuestra canción de amor
Supongo que el hecho de que Olivier Dahan estrenara hace unos años «La vida en rosa» (esa suerte de biopic sobre Edit Piaf que se llevó dos Oscars estando nominada a tres) sirvió para borrar de la memoria colectiva que a lo largo de su (de momento) corta carrera cinematográfica, el cineasta galo ha pertrechado también títulos como «Érase una vez…» y «Ríos de color púrpura 2» y que, de hecho, su único éxito hasta la fecha es precisamente el de «La vida en rosa». Digo esto porque, la verdad, lo de su debut estadounidense con «Nuestra canción de amor» se veía venir tanto como (ahí va una para los amantes del fútbol) que Ibrahimovic no iba a funcionar bien en el Barça. Pero bueno, ya sea porque los gerifaltes de los estudios hollywoodienses no vayan sobrados de ojeadores o porque se aferren al concepto de los USA como tierra de oportunidades, el caso es que ahí está nuestro querido Dahan, presentando su nuevo trabajo por todo lo alto (o no, pero presentándolo en todo caso) para el que se ha valido de un reparto compuesto por Renée Zellweger y Forest Whitaker, a quienes acompañan Elias Koteas, Madeline Zima (de la serie «Californication») e incluso Nick Nolte. Y hay más: el mismísimo Bob Dylan se ha dejado engañar para participar en la banda sonora del film, sobre una ex-cantante paralítica y su amigo con problemas mentales que cruzan los Estados Unidos para que ella se reencuentre con su hijo, cedido a una casa de adopción. O sea, una nueva vuelta de tuerca más a la definición de pastel según el séptimo arte, en sentido más amplio de la palabra, y un ligero conato de «The Blind Side» por mucho que, sobre el papel, no tengan demasiado que ver la una con la otra.
«Nuestra canción de amor» abraza la definición de pastel por su premisa, su entramado y sus moralejas y empachosos discursos: que si la amistad, que si la belleza interior, la superación, el cristianismo y los valores de la familia (ah, sí, la película se abre con un niño que, como va a hacer la comunión y se va a convertir por tanto en hombre, escribe a su madre para que participe de la fiesta y así retomen una relación quebrada años atrás)… suficientes ingredientes para un dulce bien empalagoso, de esos que tanto gustan a la Academia y las grandes masas. También puede definirse de pastelosa a nivel visual, puesto que Dahan opta en más de una ocasión por tirar de excentricidad colorista y batiburrillo de estilos (lo mismo pone un plano giratorio que mezcla dibujos animados con escenas reales o divide la pantalla), cuya combinación resulta en secuencias que, si uno le da al pause y contempla sus fotogramas, bien podrían ser los motivos de una tarta con foto de azúcar impresa.
Pero por encima de todo, la película adopta la característica de pastel tomando la definición más peyorativa del término, aquella que se refiere a los regalitos que suelen dejar las mascotas de los paseantes por las calles. Y es que sólo el hecho de contar con Zellweger y Whitaker como protagonistas, y de darles rienda suelta con la excusa de sus problemas, ya basta para cargarle a uno las tintas. El recurso de teñirle el pelo a ella no alivia el tener que aguantar hora y tres cuartos de sus habituales pucheritos (potenciados por inexplicables deformaciones faciales… en serio, ¿qué le ha pasado?), y lo de hacer de él un cruce entre el Sam de «Yo soy Sam» y el Rain Man de «Rain Man», pero en tartamudo y en plan médium, colma el vaso. La limitación de sus interpretaciones imposibilita hacer de los suyos personajes creíbles, por lo que jamás llegan a transmitir los sentimientos por los que deberían pasar tanto uno como otro, y al final acaban cayendo en el ridículo. Y no, no quiero hablar de las actuaciones en playback, que me conozco y acabaré encendiéndome.
Mejor será centrarse en el tremebundo empaque visual del film, que aglutina una miríada de salidas de tiesto que añadir a las dos anteriormente mencionadas: una secuencia a cámara rápida, alucinaciones visuales simulando la ingestión de drogas, un momento de (ejem) poesía visual que mezcla fuegos artificiales con un primer plano del rostro de ella, los fantasmas que vuelan a la luz de la Luna… en fin, mil y un chuminadas à la «Amélie» que hacen del conjunto una irritante horterada, un quiero y no puedo más propio de un (mal) videoclip que de un largometraje pensado para la gran pantalla. Confirma su condición de inoperancia camuflada cierta persecución en coche, relamida, barroca y de montaje sumamente esforzado… que sin embargo sólo transmite una lentitud preocupante.
Precisamente, de lo que más adolece «Nuestra canción de amor» es de errores de transmisión. Que sus actores sean incapaces de resultar creíbles es sólo la punta de un iceberg en cuya base se halla un guión francamente pobre, que pretende hacer una road movie sentimental (o así) sin acabar de decidir qué debe sentir un espectador hacia ella, y mareándolo a base de secuencias de acción, de humor y de drama, de metafórica introspección vía voz en off, o de apariciones puntuales de personajes secundarios infinitamente desaprovechados. Y por el camino, se olvida de fortalecer su entramado y ante cualquier situación complicada cae en lo fácil. Ahí está la conversación que Whitaker oye en el baño (¿en serio? ¿En pleno 2011 y aún tenemos que pasar por involuntarias y reveladoras escuchas desde un retrete?), o ese tramo final en que de golpe Dahan parece llevar una cuenta atrás atada al cuello.
La verdad, con todo lo comentado, acaba la película y uno no sabe muy bien por qué demonios debe asistir a semejantes tonterías en una sala de cine. «Nuestra canción de amor» es un producto insuficiente, que carece de guión y de intérpretes (sólo los cameos de Nolte y Koteas salvan un poco los muebles), así como de verdadera personalidad, y en cuya dirección se encuentra un cineasta que quiere ser Gondry y falla hasta cuando le toca hacer de Bay. Resulta imposible empatizar con los dos protagonistas, sus limitaciones físico-mentales no cuelan, y ver a Renée Zellweger cantando country le da al terror una nueva dimensión. Y por si fuera poco, sus consejos y moralejas le minan a uno la moral por pensar en que un determinado sector de Hollywood (y, ojo, del público) aún no haya sido capaz de superar semejante casposidad cinematográfica. Sólo queda rematar la faena con una secuencia de rostros anónimos de New Orleans sonriendo a la cámara y títulos de crédito en plan indie, con dibujitos naif y toda la mandanga. Lo dicho, un pastel con todas sus letras.
3,5/10
Haciendo como siempre caso omiso de Los Críticos de Cine, yo he visto una excelente película.
Mira, yo también les hice caso omiso, como siempre por cierto, y me comí un pestiño de cuidado. Curioso.
Para no equivocarme sigo los consejos de quienes se limitan a opinar, me parecen más fiables que los de los que critican.
Quizá sea porque conozco a grandes críticos de cine que son cineastas frustrados.
Claro que siempre hay excepciones, pero son las menos.
Saludos.
¿La diferencia entre opinar y criticar es que la opinión se da cuando el criterio coincide con el tuyo y la crítica cuando diverge? Pregunto…
Y ojo, también existen críticos frustrados
Un saludo
P.D: "Los críticos son cineastas frustrados" es un tópico, un cliché.
Los críticos son espectadores exigentes