Crítica de Nymphomaniac
Hemos hecho un ejercicio de abstracción. La polémica absurda entorno a la exhibición de la película de Lars Von Trier (o por lo menos su versión podada) se ha saldado de la manera más torpe posible: dividiendo Nymphomaniac en dos partes separadas en su estreno por espacio de un mes, operación a la postre no aprobada por el propio autor. Lo que sigue es un intento de concebir la obra como un todo -de ahí el ejercicio de abstracción- para valorarla en su conjunto, algo que debería haber sido así desde un principio: no concebimos Nymphomaniac vol. I y Nymphomaniac vol. II: esto es, o intenta ser, la crítica a la película completa.
Lars Von Trier nunca pareció conocer el concepto de mesura, pero esta vez se ha pasado. Bien, ojo, que lo suyo tiene visos de banquete pantagruélico dedicado íntegramente a los gozos (el espectador puede ir preparando sus zonas erógenas físicas e intelectuales). Pero lo cierto es que ni siquiera su primera trilogía de Europa -la serie conformada por El elemento del crimen, Epidemic y Europa-, ni su histérica y brillante propuesta encuadrada en el fenecido movimiento Dogma –Los idiotas-, ni sus melodramas límite –Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad– ni tampoco su abortada trilogía de Estados Unidos -que quedaba en díptico con Dogville y Manderlay-, podían prepararnos para esto. Un festín de cinco horas y pico de los que se nos ha privado casi una quinta parte (¿la más explosiva?): la historia vital de Joe, nuestra nueva mejor amiga -excelentemente interpretada por Charlotte Gainsbourg-, y su arco de transformación sexual, crónica de una vida ejemplar a través de sus polvos, presentes desde la más tierna infancia en forma de experimentación inocente, cristalizados durante la adolescencia como adicción al riesgo y culminados en la edad adulta como la certificación de la patología: ninfomanía de primer orden. Autodiagnosticada: nada de «adicta al sexo», Joe se declara orgullosamente ninfómana. Esto es un relato bestial y antológico, de carácter folletinesco y antropológico, visceral y altamente intelectualizado. Un juego psicosexual, el definitivo, sexy y guarrísimo, serio y festivamente divertido, iconoclasta, atrevido, transgresor, de un feminismo explosivo pero con un ramalazo machista indisimulado. Inacabables son los epítetos y los calificativos opuestos que se le podrían endosar a la última propuesta de Von Trier, porque justo eso es lo que es esta película, inacabable.
No por buena, que también, sino de entrada por extensiva, en conjunto con sus dos obras precedentes -con Anticristo y Melancolía esta completa una hipotética Trilogía de la depresión- pero especialmente por poliédrica en si misma. Porque es un relato aparentemente lineal de carácter episódico (dividida en capítulos, como ya casi viene siendo costumbre) pero que finalmente encuentra un cierre en forma de bucle, marcado por la fatalidad de una pareja de cifras de terrible significado. Al principio de la cinta Joe va a recalar a casa de Seligman (Stellan Skarsgård), quien la recoge herida de la calle y, como una Sherezade contemporánea, iniciará la narración en forma de flashbacks de la historia de su vida, marcada por sus experiencias sexuales con decenas de hombres de todo pelaje, probable reflejo de casi todas las neurosis de nuestra propia sociedad. Poco más puede decirse al respecto de la estructura de Nymphomaniac, más que el hecho de estar marcada por repeticiones temáticas y visuales, por la entrada, salida y retorno de personajes que marcan de una u otra manera, y de modos distintos, la vida y el aprendizaje de Joe. Es esta una película fácil de asumir, sencilla en su comprensión pero muy terca de explicar y amplísima en sus propósitos temáticos, desafiadora en sus propuestas de conexión con el espectador. No tanto por su obvia carga sexual (a pesar de todo, menor a la que se nos vendió, por lo menos en esta versión mutilada) como por la cantidad de posibles símbolos, cargas morales y puestas en crisis de los valores tradicionales que contiene. La cantidad de referentes que maneja se intuye muy vasta, pero no termina de translucir con claridad y uno tiene la obvia sensación de estar viendo un planteamiento con infinitas capas.
Desde luego Trier destila una brutal capacidad para encandilar, entretener y seducir, para entrar por la vista y conquistar los sentidos. Pero lo cierto es que Nymphomaniac está muy alejada de la pura recreación onanista. Sus dos personajes principales trascienden la aparente simplicidad del dibujo de sus rasgos, una en su verborrea sexual, el otro en su mesura y su contrapunto intelectualizante; son dos elementos fascinantes que parecen responder a algún tipo de tradición narrativa clásica: el personaje joven que lo ha vivido todo y el viejo, más cándido y racional, que escucha sus aventuras con una mezcla de morbo, comprensión, respeto e interés lúdico. La película tiende un puente en cierto modo con Belle de Jour, y definitivamente va mucho más allá del cuento picante à la Emmanuelle de las aventuras eróticas de una jovencita o del softcore de Tinto Brass (que también, ojo). Quizá hasta entroncar con la literatura victoriana o incluso anteriores, con el Fanny Hill de John Cleland como posible referente. Con ello, Von Trier se vuelve a posicionar en su visión de las representaciones culturales de los instintos humanos y ofrece una propuesta fílmica que condensa lo popular con lo erudito, la cultura de masas con la «alta» cultura. Una basculación que se muestra mediante el uso de la banda sonora (Rammstein abren una película en la que también suena música barroca), del tratamiento de la fotografía y los juegos de color y formato (irrumpe el blanco y negro, la imagen pasa de lo bruto a lo casi quirúrgico, la estilización convive con la brusquedad) que dan pie a secuencias probablemente heredadas del cine de los setenta, combinadas con momentos de deliciosa impostación, como esa maravillosa escena en pantalla tripartita.
El resultado es una película que estalla ante los ojos del espectador durante sus momentos más exuberantes, pero también gracias a su contención severa; que juega con él con una radiante vitalidad, o que lo hunde en las sombras más profundas de la adicción, la perdición y el resentimiento. Ya no sabemos si Von Trier sigue odiando la humanidad y su representación de la misma esta poblada por rencores y maldades, pero también de placeres intelectuales y gozos físicos. Su relación (o la del personaje público Von Trier) con el resto de seres humanos podría seguir rozando la misantropía, sí, pero ya no lo tenemos tan claro. ¿Es Nymphomaniac un intento de redención? ¿Una disculpa o todo lo contrario, una reafirmación de sus posturas casi sociopáticas? Desde luego es esta obra inevitablemente indisociable de la brillantez pero también del egotismo de su propio autor: a escenas autorreferenciales (evoca de nuevo el prólogo de Anticristo con una secuencia prácticamente calcada) las siguen posicionamientos ideológicos y reivindicaciones de sus propios actos: ante las reflexiones sobre la diferencia entre antisemitas y antisionistas, la disquisición entorno a los pederastas y al «llamar a los negros negros», es casi imposible evitar pensar en la sobreexposición mediática de sus diatribas filonazis en Cannes, desafortunadísimas, pero cuya descontextualización alcanzó cotas casi paródicas. Es decir, Nyphomaniac es, para mal, para bien y para mejor, una obra plenamente trieriana.
Probablemente la mejor desde Dogville. También la más excesiva, contradictoria, apasionante, rica y destartalada. Una obra magna que conjuga humor, drama, pornografía, culebrón, tragedia y thriller para trazar una historia descontrolada de la ninfomanía, del posicionamiento de la mujer ante el sexo durante el siglo XX y de todas las posibles permutaciones afectivas posibles sobre una cama: sexo con amor, sexo sin amor, amor sin sexo, amor y sexo. Y, al final, es esta una obra emotiva y terrible entorno a personajes (tres sumando a Shia LaBeouf) cargados de magnetismo, que se atraen o se repelen entre ellos, o bien ambas cosas al mismo tiempo. La historia de Nymphomaniac es esa, y ello trasciende los límites de la pantalla hasta condicionar su relación con el espectador: estamos ante una obra majestuosa que lo expulsa antipáticamente, pero al mismo tiempo lo absorbe irremediablemente y ya no le deja escapar nunca más.
8’5/10
Clap, clap, clap. Por la crítica tan buena, por la película que parece mejor de lo que nos estaban vendiendo y sobre todo por que no sea solo una peli de folleteo, que para eso esta el porno.
Mil gracias por tus palabras.
Sí, exacto, no es una peli de folleteo. Incluso la gente sale de ella creyendo haber visto otra cosa respecto a la que nos trataban de encasquetar: para ser una película-escándalo hay poco de lo segundo. Gracias a dios que hay mucho, mucho de lo primero.
Un abrazo!