Crítica de Ocho apellidos vascos
Va un andaluz y se enamora de una vasca. Podría ser el principio de un chiste pero… lo es. Tiene forma de película pero es un chiste, y a mucha honra, supongo. Primero porque redimensiona hacia lo castizo el concepto high concept (valga la redundancia) y funciona como una idea presumiblemente potente que puede valerse por si sola como llama para prender la mecha de una comedia con aliento inequívocamente ibérico. Segundo porque, en esencia, esto de Ocho apellidos vascos es algo así como la oficialización del tópico regional español, la gran puesta de largo de esa tan arraigadamente castellana costumbre de reírse del vecino endosándole etiquetas que trascienden cualquier tipo de sentido común para apelar al simple prejuicio más naftalínico. En este caso, la brusquedad bestiorra del norte choca contra la laxitud impertinente e irresponsable del sur; el homo traditionalus sevillano con pinta de Dani Rovira engominado, amante de los toros, hijo putativo de la Virgen de la Macarena, churretoso sorbe-cabezas de gamba se enamora de la vasca: la cuasi-kale borroka revolucionaria, con alma de aizkolari y manos de, bueno, de aizkolari, más cara de Clara Lago. Él se traslada allá y se topa con el padre de ella, que gasta el rostro de Karra Elejalde y cree que el sureño es en realidad Antxon, el futuro esposo de su pequeña y más vasco que la ikurriña. En otras palabras: servida comedia romántica de enredo a la manera clásica de Hollywood. Y puestas sobre la mesa una serie de referencias demasiado inevitables.
Es complicado ver algo de originalidad, más allá de ese contexto regional, en Ocho apellidos vascos. Suena un poco a Bienvenidos al norte, otro poco a Mi gran boda griega, algo a Los padres de ella e incluso ligeramente a El próximo Oriente, aquella que pasó con más pena que gloria por el currículum de Fernando Colomo. No pasa nada, conjugar títulos pretéritos más populares o menos no es un problema de por si si lo que se logra cuando se rinden cuentas es algo fresco y nuevo. Pero aquí lo cierto es que todo parece un poco reescaldado. Claro, la película sigue arrastrando un agradable poso Vaya semanita gracias a la mano de Borja Cobeaga y Diego San José, auténticos artífices creativos del invento (y, dicho sea de paso, pareja de animales del humor de este país): nadie mejor que los vascos para reírse de los vascos, y no se le puede negar a la película un potente y sanote sentimiento de autocoña casi sangrante. El grueso cómico de la película está basado en ese choque cultural y despliega todos y cada uno de los tópicos autonómicos de los que hablábamos más arriba. Los guionistas no se dejan ni uno y con ello ponen en solfa su validez al tiempo que desmontan el prejuicio. Se trata de una curiosa operación de desmitificación por la reafirmación. O algo así. El problema es que parece que la personalidad cómica de la película al final quede reducida a ello, a una insistencia excesiva en ese tipo de enredo, a la estrategia «pez fuera del agua» y al chascarrillo políticamente cuasi-incorrecto.
Es en esos momentos en los que apunta una cierta osadía, que la película se pone más estimulante: la presencia de manifestantes, digamos, proactivos saca a relucir desde un punto de vista atrevido uno de los grandes tabúes de nuestra sociedad. Pero son pocos los momentos en que los guionistas se lancen a saco y peguen fuego al contáiner, literalmente. La mayor parte del tiempo prefieren no salirse de los cauces del libro de estilo de la romcom hollywoodiense (más comedia clásica que Nueva Comedia Americana) e incluso no parecen demasiado incómodos abrazando el sentimentalismo cursi, no sé muy bien si intemporal o pasado de moda: ese desenlace y final musical parece un intento de -aquí sí- Judd Apatow cañí. Algo a lo que debería dar sentido estilístico, o por lo menos temperar, el director de orquesta. Un Emilio Martínez-Lázaro que, sin embargo, se mantiene en un plano de invisibilidad nada favorecedor: en lugar de imponer una personalidad, el veterano realizador prefiere presentar la historia de la manera más anodina y complaciente posible, evitando estridencias formales pero también olvidándose de enriquecer el texto de alguna u otra manera. El resultado de todo ello es una película especialmente conservadora en forma y, a pesar de su vocación equívocamente revulsiva, también en fondo.
¿Un fiasco? No, desde luego. No en tanto que los responsables se esfuerzan por construir, antes que nada, una película cargada de humor (lo está, otra cosa es que a uno termine por cansarle tanta reiteración en los gags), adscrita a los preceptos más puros y estándares del género y, especialmente, generadora de buen rollo. En ese sentido logra su objetivo: Ocho apellidos vascos está construida desde un positivismo innegable al que contribuye su cuarteto interpretativo, más o menos entregado: una Lago que siempre sabe estar a la altura, un Rovira que se destapa como correcto comediante en formato largo, un Karra que vuelve a hacer de si mismo y una Carmen Machi que está bien allá donde la metan. Quien busque poco más que esto, o simplemente que Martínez-Lázaro vuelva a vender las motos (y no lo digo como algo necesariamente negativo) que vendió con El otro lado de la cama y secuela, saldrá satisfecho de la sala. Los que levantamos la antena en su momento con la mentada Vaya semanita y nos quedamos directamente prendados de la frescura, descaro y capacidad de renovación de los códigos que esgrimían Pagafantas, No controles o el corto Un novio de mierda tendremos que seguir soñando con aquella comedia etarra que se nos prometió, medio en serio medio en broma, hace unos años. Aquella promesa de una ácida y sarcástica visión de la crónica negra vasca realizada desde la absurdidad humorística, la incorrección y el descacharre cómico. Todo eso que precisamente parece bastante ausente en Ocho apellidos vascos.
5/10
Y en el Blu-Ray…
Si había una película a la que dedicarle un mimo especial de cara a su edición doméstica, esa era ocho apellidos vascos. Y a la llamada ha respondido Paramount con una edición digna de taquillazo, con una edición especial bastante generosa en extras y que incluye la película en doble formato, tanto en Blu-Ray como en DVD.
Pocos peros puedes achacársele a niveles técnicos, salvo quizá un sonido por debajo de la excelencia pese a presentarse en un master DTS-HD 5.1 (y por tanto achacables a la pista de audio original del film). Por lo demás, el disco en alta definición hace honor a dicha etiqueta con una imagen nítida y por lo general de buen empleo de colores, quizá un punto más apáticos de lo que recordamos en relación a la pantalla grande.
Los extras, más de dos horas en total, se distribuyen de la siguiente manera:
- Trailer y teaser;
- Making Of de unos 15 minutos;
- Featurettes (alrededor de diez minutos;
- Los compadres buscan a Rafa, material viral de dos minutos de duración, consistente en un vídeo protagonizado por los dos amigotes de Rafa;
- Campaña promocional y más anuncios; un total de siete que pudieron verse cuando se estrenó la película en salas;
- Tomas falsas: 9 minutos de graciosos bloopers;
- El fenómeno de Ocho apellidos vascos: la joya de la corona. Más de una hora de documental a cargo de ETB, que analiza el fenómeno de la película al tiempo que repasa los momentos clave de su rodaje, se da un garbeo por las localizaciones y realiza entrevistas a los responsables del film;
- Ocho apellidos vascos según sus protagonistas: mini-featurette de apenas dos minutos.
Es de estas películas que tiene más gracia contar la trama que verla y verla la han debido de ver todos ya. Yo creo que, como se dice ahora, es viral y, con las defensas bajas por la situación actual, de lo más contagiosa para evadirse del marrón de la realidad.
Se puede ver pero como los fuegos artificiales después del ruido y la vistosidad sólo queda el humo.
Yo creo que con un 5-5,5 queda en su sitio, la pérdida de ritmo en algunos momentos y el abuso de los tópicos al final la pasan factura al producto final.
pues oye +1, poco que decir. Ya cuando leí a Xavi en su día me preparé en consecuencia, y ahora estoy como tú. Es como contar un chiste, y alargar la gracia 90 minutos