Crítica de On the Road
No era sencillo. De hecho, incluso el mismísimo Coppola años atrás claudicó ante tremenda empresa. Asumir el riesgo de adaptar una novela tan importante para el mundo occidental como On the Road intentando ser fiel y respetuoso sin que hordas de admiradores se te tiraran a la yugular, seguro que fue algo que cruzó por la mente de Walter Salles (y de José Rivera, su guionista) al involucrarse en este proyecto. Recordemos que la novela en cuestión es considerada como la Biblia de la generación Beat, uno de los movimientos literarios norteamericanos (y por ende, mundiales) más importantes de la segunda mitad del s.XX , base de la posterior contracultura, y que dieron al mundo de la literatura figuras y obras tan míticas como las de Allen Ginsberg y su «Howl», William S. Burroughs y sus «Yonki» y «El almuerzo desnudo» o, el mismo Jack Kerouac con «En la carretera». Vamos, casi nada… Así que imaginaros el berenjenal en el que se metían estos dos. Y sinceramente, viendo los resultados, tal vez hubieran tenido que reflexionar algo más antes de adentrarse en su realización.
Vaya por delante que el texto que os voy a ofrecer a continuación parte del análisis de una adaptación y no de una película autónoma en sí, ya que, por suerte o por desgracia, soy un ferviente admirador de la novela y los lazos que me unen a ella (por la época en la que la leí) son difíciles de desatar al afrontar su única adaptación al cine. Así que entiendo que una persona que vea solamente la película puede enfocarla desde un prisma completamente opuesto al que le doy en adelante y que para mí, a día de hoy, me resulta insalvable.
Entendamos adaptación como algo más que un mero traslado de los acontecimientos de la novela a los de la película de una manera fiel (que se respeten los personajes, relaciones y situaciones del libro en el film), entendámosla como algo que además adapte la adecuación de los medios de expresión del libro (el uso del lenguaje) a los medios de expresión cinematográficos (el uso de la puesta en escena, montaje, sonido, etc). De las primeras existen a miles, pero de las segundas no se encuentran excesivos ejemplos, me viene ahora a la memoria, no por ser la mejor ni la más importante sino porque es la que tengo más reciente, la modélica adaptación de la mítica novela de Albert Camus que realizó Visconti con El extranjero, donde si la escritura era seca, directa, sin adornos (aunque con una constante reflexión latente), la realización sigue el mismo camino. Una vez aclarado esto, la adaptación en el caso que nos ocupa sería errónea, desde el punto en que en la película de Salles todo parece ordenado, estilizado, preparado, frío; cosa que va en total discordancia con la denominada «prosa espontánea» de Kerouac (eso que ya consiguió cinematográficamente Cassavetes en la soberbia Sombras, a ritmo del bebop (algo muy presente en la novela de Kerouac) de Charles Mingus, con sus características rupturas representadas en el genial montaje de aquella película), una especie de descontrol excesivamente estilizado, ordenado, cuadriculado, y lo que es peor, limitado. No ayuda en exceso la tan cacareada fotografía de Eric Gautier que es retorcidamente bella (innegable) pero qué más allá de trabajar los colores cálidos de forma adecuada en alguna escena, el resto rechina con un sobre-esteticismo que para nada acompaña al que debería de ser el estado vital de los personajes más allá de algún pasaje en el desierto (¿la manía actual de rodar a contraluz como los últimos Malicks, a qué responde?) y que en ocasiones desata un lirismo que choca de forma directa con algunos preceptos de la propia base literaria.
Salles nos hace adoptar el punto de vista de Sal Paradise/Jack Kerouac para que nos embarquemos con él en el viaje que le serviría de preparación para escribir la novela. La contextualización resulta bastante pobre ya que al no mostrarnos más que las vagas divagaciones de cuatro amigos en un bar entre cervezas, poesía y tabaco, sin hacer hincapié en sus inquietudes más allá de algún verso decorativo, hacen que todo el viaje quede sustentado en el aburrimiento de un par de snobs trasnochados (al estilo del protagonista de Hacia rutas salvajes con la que, por desgracia, guarda más de un parecido) con ganas de juerga y de ser raros, obviando una de las grandes bases de la novela: la búsqueda propia de aquello que la sociedad de la época les negaba. Y una vez obviado este principio básico, la película comienza a bascular únicamente en las figuras de Sal y Dean, rodeados de personajes que entran y salen sin aportar mucho a los protagonistas ni hacer que evolucionen, que reproducen a menor gloria los básicos tópicos de los beats (sexo, drogas y descontrol) con un orden bastante aleatorio (si cambiáramos ciertas de escenas de orden en la película el resultado no variaría en exceso), sin tener excesivamente claro hacía donde quieren ir o qué quieren conseguir esos trasnochados jóvenes. Existen detalles, como el rollo sin cortes, párrafos o márgenes en que Kerouac mecanografió el manuscrito original, que se agradecen para el mitómano como yo, pero fracasan a la hora de darle algo de entidad al personaje o la historia, demasiado escasos, demasiado difusos, demasiado desperdigados a lo largo del metraje, como para retratar el hervidero que era le mente de Kerouac y sus compañeros a finales de los 40 recorriendo las interminables carreteras de la ruta 66. Tampoco ayuda a todo esto algunos errores de bulto en el cásting (Dean Moriarty/Neal Cassady pasa de ser un andrajoso con mal olor y temblores, ticks y tartamudeos continuos que va colocado todo el día a ser Garrett Hedlund, el macizo que seguro que fue capitán del equipo de fútbol y rey del baile de fin de curso en su instituto. Y no es problema de Hedlund, que defiende bien el papel, es problema del que pensó que podía convertirse en Moriarty/Cassidy. Y aún así alguno de los momentos más salvables son gracias a la fascinante personalidad del personaje). ¿Y Stewart? Bien. Enseña las tetas.
Y entonces, ¿podemos rescatar algo de esta On the Road? Pues para ser sinceros sí, no es que sea demasiado pero hay algunos puntos positivos, comenzando por transmitir una sensación convincente de que los personajes están viviendo un viaje (la escena inicial es excelente, un largo plano de unos pies caminando con voz una voz en off que declama frases de la novela), las breves apariciones de los secundarios reflejan adecuadamente estereotipos de la sociedad de la época y fomentan la sensación de desarraigo de todas partes, junto con algunas disertaciones que logran transmitir algo del grito desgarrado de los personajes originales (no en vano la base literaria es buena, no podía desperdiciarse todo), incluso en alguna escena se intuye el ataque directo y kamikaze contra el «american way of life» que inundaba la novela (la construcción del encuentro homosexual es buena prueba de ello). La relación entre ambos protagonistas es lo único sólido de la película, creando mediante las vicisitudes del incesante viaje, auténticos nexos de amistad y unión entre ellos. Y hasta Salles consigue lucirse en una de las escenas finales de baile en México, en la cual el montaje se vuelve muy expresivo y seguramente sea la única ocasión en todo el metraje donde podemos respirar el olor a humo y a whisky barato, los bailes extenuantes, la música salvaje, el ruido de los vasos rotos o el roce de los cuerpos sudados; vamos, lo que debieron vivir muchas noches el bueno de Kerouac y de Cassady.
En fin, On the Road supone una decepción enorme, y no únicamente por todo lo dicho en las anteriores líneas, ni por ser una representación cinematográfica muy limitada de lo que fue el gran grito generacional que hizo que tantas cosas se removieran en las entrañas de la sociedad norteamericana de la época. Si es una decepción enorme seguramente sea porque nadie que visione el film, y no haya leído la novela, logrará entender el por qué alguien pudo alguna vez empezar un poema escribiendo que «había visto las mejores mentes de su generación destruidas por la locura».
5/10