Crítica de One Day (Siempre el mismo día)

Uno. De un buen tiempo a esta parte, y por lo menos hasta la llegada de un cierto Oscuro Caballero, Anne Hathaway, por otro lado solvente comedianta, se está especializando peligrosamente en películas meh. Esto es, películas que ya alojan con comodidad su estado de actriz de tirón comercial y empaque interpretativo pero que, sin embargo, funcionan mejor sobre el papel que sobre la pantalla. Ni El diablo viste de Prada, Passengers, Guerra de novias o Amor y otras drogas eran desastres absolutos a 24 fotogramas por segundo, ni la interpretación de la Hathaway en cualquiera de ellas bajaba del aprobado holgado. Pero, en fin, ya sabéis, ninguna dejará una muesca en el zeitgeist cinematográfico actual; y por agradables vibraciones que despertara la actriz, si no hay demasiado más que rascar uno se queda vacío. Contento pero vacío.
Dos. Parece que ante una hipotética frivolización del arte cinematográfico y un avance salvaje del cine como espectáculo, alguien tenga que verse obligado a poner freno en nombre del clasicismo. A salvaguardar el honor (muy suyo, pero muy intacto) del cine comercial demostrando que no todo son descerebelados ejercicios de onanismo a dos manos y puestas en práctica del más fino e idiotizante hedonismo descuidado y descuidante. Que ante la degradación de la parte formal del cine en detrimento de ese fervor bestia por lo que se ve en milésimas de segundo, se quema a continuación y se evapora poco después, hay necesidad de que aparezcan por aquí, campeando, unos estoicos defensores de lo correcto, lo ordenado, lo elegante. Del buen gusto y la clase.
Lo he escrito. Si lo hubiera oído o alguien me lo hubiera contado sólo habría captado entre zumbidos algo como «pedantería-pedantería-pedantería». Porque el buen gusto está muy bien. Muy bien en un mundo en el que el arte no mira por encima del hombro porque es demasiado autoconsciente como para que se le caiga la cara de vergüenza cuando esa superioridad está injustificada. En un mundo que, afortunadamente, no existe.
Y tres. One Day. Anne Hathaway se reafirma. Intosible. La directora Lone Scherfig sigue poniendo en práctica lo aprendido con An Education –sofisticación, clase, sobriedad expositiva- y de resultas abraza el punto dos. La realizadora parece auto-posicionarse con esta su película en una especie de limbo semiautoral en el que el cine busca reafirmarse por su calidad extrínseca, de modo que pueda situarse con facilidad por encima de productos bastardos como cualquier jitazo veraniego de Jerry Bruckheimer. En otros términos: One Day es una oquedad muy bonita y bastante repelente.
La historia parte de un puro high concept (ideado por el escritor/guionista David Nicholls para su propio libro/guión) para abandonarse a la suspensión de objetivos, al planeo narrativo sin aeropuerto a la vista: somos espectadores-voyeur que miramos por ese agujero de la cerradura que sólo nos muestra una parte de la realidad y nos escamotea todo el resto; como tales, echamos un sneak-peek en la vida de una pareja de amigos/follamigos de altos vuelos con origen en el 15 de julio del año 88 y de ahí vamos saltando al mismo día de cada uno de los años siguientes hasta llegar a nuestro 2011. Bien, lo dicho, sobre el papel es precioso. El dónde estarás dentro de un año. De cinco. De Diez hecho película.
El capricho literario abre un mundo de posibilidades a medio plazo relacionadas con el poder de la elipsis, situando al narrador en una especie de plano algo más alejado del tradicional papel de demiurgo. Aquí es una hipotética regla temporal la que rige el devenir de los hechos. La que articula el juego de saltos que decidirá qué es importante, qué no y, mejor, qué es tan importante que no se nos muestra para tontear con el off, el fuera de campo narrativo. Sin embargo, al final del metraje, uno, que eso de las serendipias y los caprichos efeméricos se la sopla, caerá en la cuenta de la gran trampa o la mayor autotraición autoral: al fin y al cabo lo más determinante de las vidas de nuestra pareja siempre termina ocurriendo un 15 de julio. Bueno. Justicia poética chapucera.

 

 

Pero no son más que apuntes semióticos para una película que quiere lo que quiere, y esa es su condena: convertirse en un drama romántico arrebatado. Con savoir faire formal (ojo, hay planos de Londres y París, aquí hay qualité), pero drama romántico al fin y al cabo. Con poca chispa de vida, para más señas. Y esas son las reglas que deberá aceptar el espectador, no tan alejado de cualquier producto similar, pero algo más embaucado.
Eso sí, One Day gasta algunas inquietudes literarias. A alguien habrá a quien interese el vaivén emocional de un niño pijo, anodino Jim Sturgess, en el Madchester de finales de los 80, sus escarceos con todo lo que cause malos viajes psicotrópicos, su desprecio por el legado familiar a base de polvos con actrices cortas de luces. A alguien conquistará esa profesora chic con pretensiones filantrópicas, brisilla francófila y unos ojazos que redimensionan el término cute. Algunos se sentirán identificados con la sutileza de ua reconstrucción (ejem) histórica tan discreta como afinada. Y se le podrá sacar cierto jugo a las reflexiones entorno a las decepciones vitales, las frustraciones a largo plazo y la capacidad de succión del establishment familiar más mierdoso (mujer cornuda y corneante).
Pero lo cierto es que poca más substancia puede extraerse de una historia reiterativa, presuntuosa y caprichosa que no logra apuntalar bien a algunos de sus personajes -los lapsos son tan cortos que algunos dramas no pueden desarrollarse con soltura- y que, para colmo, termina por doblegarse a los cochinos designios de la comercialidad más burda. Esa que parecía rehuir en el momento en que nos dijo «miradme, soy distinta». Pero no lo eres, One Day. No del todo. Sólo eres meh.
5/10
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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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