Crítica de Orígenes (I Origins)
En Otra Tierra, para muchos la mejor hasta la fecha (y aquí un servidor que secunda la moción) quedaba un poco más disimulado, pero por lo general el carácter altivo, aleccionador y pelín pedante de sus responsables siempre ha estado ahí. Hablamos de Mike Cahill, director de la recién mentada y de la que ahora nos ocupa, pero también de un Zal Batmanglij que aunque en Orígenes no tenga absolutamente nada que ver, sí forma parte de un jovencísimo equipo de cineastas que orbita alrededor de Brit Marling, alma mater y a veces co-directora y co-guionista, siempre protagonista de el pack, completado por Boxers and Ballerinas, Sound of My Voice y The East. Denuncias, metáforas, preguntas y moralejas para parar un tren a las que ahora toca sumar el igualmente pretencioso discurso sobre la fe y los orígenes del ser humano de una cinta que por primera vez escribe en solitario el responsable de la misma, relegando a la Marling únicamente a tascas interpretativas. Un científico está empeñado en zanjar de una vez por todas el debate ciencia vs fe yendo a estudiar la última patata caliente del mismo: el ojo. Conforme evolucionen sus experimentos y su vida personal, se topará con mil y un pruebas tanto para confirmar como para rechazar la existencia de algo más, dudas que por supuesto, serán traspasadas al espectador.
Temas delicados donde los haya, y objetivos que pueden resultar irritantes si el receptor de los mismos ve venir desde demasiado lejos el carácter conductor de la película. Y es que vuelta a Otra Tierra: en el fondo, las grandes temáticas de una y otra no difieren demasiado entre sí, pero así como el anterior trabajo de Cahill era algo más honesto de entrada y desarrollaba hasta la última consecuencia también la parte fantacientífica de su entramado, Orígenes va directa a la yugular desde el primer momento, invitando por tanto a arquear una ceja. Y si ésta no se baja a tiempo cuidado, porque el tercer acto del film puede suponer la estocada definitiva por parte de una propuesta que llegar a pecar de exceso de trampas con tal de llevar su discurso hacia donde corresponda (y siento ser tan críptico, pero el guión toma varias decisiones inesperadas que incluso llevan a replantear el film casi de cero en alguna ocasión, por lo que hablar demasiado podría restar parte de su impacto). Ahora bien, no deja de ser un porcentaje de error que debe introducirse en la fórmula de ese cine que si arriesga es porque tiene algo que decir, concepto que debería ser inherente a toda expresión artística y que sin embargo parece olvidarse a ritmo galopante.
Pudiendo superar los baches o haciendo en su defecto un poco la vista gorda, queda una estimulante batería de preguntas que llevarse a casa después del visionado de una película cuya vida no se limita a lo que dure en pantalla. Batería de preguntas que, por cierto, se presenta a las mil maravillas por un Cahill exquisito detrás de las cámaras. Su estilo preciosista y aséptico regala un buen puñado de pasajes para el recuerdo, y sume al espectador en un embelesador activador de sentidos (ojo a la banda sonora de los habituales Will Bates y Phil Mossman) que hará las delicias de los fanáticos de lo indie como ya hiciera en el pasado festival de Sundance. Personajes bien elaborados e interpretados (Marling sí, pero también Michael Pitt y Astrid Bergès-Frisbey), entramado que se va desarrollando por vías no siempre prestablecidas, y discurso al que darle algunas vueltas para un Orígenes tan irregular e irritante como despertador neuronal e incitador al debate. Me vale.
7/10