Crítica de Pacto de silencio (The Company You Keep)
Robert Redford es mucho Robert Redford. De las pocas leyendas del cine vivas que nos quedan. De modo que cuando Robert Redford te llama, acudes. Y así, de un thriller entre policíaco y político, de teóricas aspiraciones francamente limitadas, se pasa a un señor evento cinematográfico: esta adaptación de la novela de Neil Gordon, sobre un grupo de activistas de los años 70 que en pleno 2012 son descubiertos viviendo en los EEUU como si nada, pese a llevar treinta años en la lista de más buscados del FBI, cuenta con todos los actores del mundo. Hasta la hora y cuarto de metraje sigue presentando rostros de la altura de Richard Jenkins, Brit Marling, Julie Christie o Brendan Gleeson, que se suman a los de Stanley Tucci, Shia LaBeouf, Anna Kendrick, Nick Nolte, Susan Sarandon o el propio Redford, tanto detrás como delante de las cámaras. Imposible no salivar, ni condicionar involuntariamente la valoración global de Pacto de silencio. Pero qué puñetas, con tanto y tan buen nombre involucrado, es difícil que la película salga mal; otra cosa es el nivel de brillantez que pueda alcanzar…
Empecemos por lo bueno, que no es poco: a un argumento interesante de por sí, Redford le imprime un estilo sobrio, brindando a su propuesta un más que bienvenido aroma a clásico, elegante. Estrechamente ligado a su tempo, estudiado al milímetro para un thriller que jamás se presta a efectismos de acción (de hecho, brillan por su ausencia); de manera que todo en el film se desarrolla con consecuencia, permitiendo una progresión emocional constante pero no precipitada. Necesario empaque, a sendos niveles, para hilvanar correctamente todos los frentes que abre su entramado, esforzado en brindar un peso igual tanto a acontecimientos como a personas. Porque así como Pacto de silencio busca ser una peculiar cinta englobada en el género del espionaje (más o menos), habla también de las diferencias generacionales, de la maduración, de las amistades de toda la vida, y de los ideales enfrentados a la realidad y/o obligaciones del día a día en una sociedad como la que tenemos. Temas diferentes entre sí, de peso dramático igualmente variado, pero que casan de manera notable entre sí, evitando caer en lo superficial (o lo risible: no olvidemos que hablamos de activistas setentones u octogenarios) debido justamente a su monocorde planteamiento.
Ahora bien, la contrapartida de todo ello es un flirteo constante con el desapego del espectador. Si de algo peca Redford con su apuesta por lo clásico y lo contenido, es de cierta apatía que en ocasiones lo lleva a desaprovechar momentos álgidos que acaban pasando por lo bajini. El abandono de la niña, el reencuentro con diversas personas de su pasado… ni siquiera se siente con demasiado ímpetu la sensación de riesgo al que se exponen Redford y compañía. Así, las dos horas completitas a las que recurre la cinta se disfrutan, sí, pero a su vez hacen valer su peso en oro. Ni que decir tiene que alérgicos al género pueden entrar en un estado de colapso, y que quienes busquen en The Company You Keep la impronta vital de un director más amigo del riesgo y de la explotación del lenguaje cinematográfico (¿alguien dijo Fincher?) pueden llevarse una sonora decepción.
Pros y contras, en definitiva, de hablar de un cineasta histórico, profundamente clásico. Robert Redford ha llevado a cabo una revisión de los valores que llevan haciendo grande al cine de made in Hollywood desde siempre. Ver su última propuesta significa asistir a un ejercicio academicista que transporta (voluntariamente o no) a otras épocas, aun a costa de perder por el camino algunas dosis de una perspectiva más actual. O puede significar un impersonal, rutinario y desganado exploit de un cine desfasado. Nosotros no tenemos demasiadas dudas sobre qué lado decantarnos… pero no nos hagáis mucho caso: puede que sea por lo anonadados que nos tiene su reparto, valedor de por sí del beneficio de la duda.
7/10