Crítica de Painting with John (Temporada 1)
En 1991 se estrenó en la cadena ITV una cosa, un cacharro audiovisual llamado Fishing with John que no vio casi nadie. Era un artefacto contracultural armado por el músico y actor John Lurie a mayor gloria de sus amigotes y, bueno, de algo que podríamos definir como pesca DIY. Era una serie pequeña, casera y bastante lo fi, salvo por el hecho de que los individuos -Lurie y Jim Jarmusch, Lurie y Tom Waits, Lurie y Willem Dafoe- se alquilaban sus botes y se iban a navegar ríos ignotos a la pesca del pargo jamaicano, o la macarela caribeña, o lo que fuera. Tras unos años turbulentos, alguna enfermedad rara de por medio y un estado de missing in action casi completo, el viejo Lurie ha regresado con otro «with John», este Painting que lo convierte en algo así como el definitivo Bob Ross jazz punk en plena resaca de la vida.
El concepto se vende solo. O por lo menos se le vende a cualquier interesado en esta concepción arty del documental situacional en el que prevalece lo oral sobre la acción y lo contemplativo sobre lo narrativo. Y a casi nadie más. No, no es un producto mainstream, precisamente. Es una especie de diario personal en seis dosis en el que reencontrarse con un tipo que siempre fue algo esquivo, pero que transmite esta especie de desenfado vital marcado en realidad por las turbulencias de un pasado, bueno, agitado. Una serie de encuentros minimalistas en los que el protagonista, esta vez transmutado en hábil pintor de acuarela e instalado en la semisoledad en su retiro espiritual caribeño, comparte sus anécdotas, recuerdos y posicionamientos vitales entorno a la fama, el arte, la amistad, la supervivencia, la música, la pintura, las drogas y, en líneas generales, todo lo que pueda brotar de su rugosa cabeza.
Painting with John es un simple (y limpio) vistazo al artista en su momento de renacimiento creativo mientras se relaciona con su cámara, con su entorno, con la naturaleza, con las dos únicas personas que lo acompañan esporádicamente y sobre todo con todos esos recuerdos y vivencias suyos. Es ver filosofar al viejo cascarrabias soltando frases situadas entre la lucidez y lo paridero, contemplar sus gansadas, oír sus ocurrencias e historias anti climáticas, ver como manda al mundo a tomar por culo de vez en cuando y, especialmente, coquetear con ese estado semi-zen que transmiten esas pinceladitas nerviosas mostradas en un exquisito macro. Y ya está. Pero yo, durante el trance de 20 minutos escasos que dura cada capítulo, la verdad, no necesito nada más en esta vida.
Trailer de Painting with John
Crítica de Painting with John
Por qué ver Painting with John
El tiempo dirá si se convierte en una serie de culto o en otro producto olvidado en la cubeta de los caprichos artísticos estériles, pero por lo pronto Painting with John es una de las propuestas más interesantes de la reciente HBO en un mundo en el que necesitamos más confort casero que nunca.
Totalmente de acuerdo. Un placer cortito e intenso. Sólo que no diría que las pinceladas son nerviosas, yo las veo enérgicas, vigorosas, a veces parecen incluso impacientes. Siento placer físico en esos planos macro viendo el pincel deslizarse y las acuarelas diluirse y mezclarse. Me encanta él, su ironía, su cinismo, su ternura infantil inundándolo todo… Siempre me ha enamorado, pero ahora, de viejuno, me conmueve más que nunca. Con «Fishing with John» me reí muchísimo, en todos los episodios. En estos mes río pero también me inunda (es que son muy acuosos, por las acuarelas y por el ambiente tropical) una cierta tristeza. La píldorita de sabiduría semanal de un eremita cachondo y escéptico. Un imprescindible para mí. Y precioso.