Crítica de Paraíso: Amor, Fe y Esperanza
Ya os lo explicó Xavi cuando escribió la crítica de Amor con motivo de su estreno en cines: era la primera parte de Paraíso, ambicioso proyecto consistente en una trilogía (las dos siguientes llegarían a sendas semanas de distancia) centrada en mujeres emocionalmente deficientes mediante las cuales el inclasificable cineasta Ulrich Seidl iba a, de paso, ofrecer su implacable mirada sobre la sociedad. Ahora llega en DVD la trilogía entera, que se completa con Fe y Esperanza. Ocasión de lujo para recuperar una de las obras más importantes del panorama cinematográfico alternativo del año.
Con el primer tercio, Amor, se va a petar al turismo sexual. Siguiendo a una excelentemente interpretada (por Margarete Tiesel) madre soltera, gorda y cincuentona, Seidl invita al espectador a un resort del África negra para descubrir a un grupo de mujeres europeas dispuestas a disfrutar de los placeres de la población keniata. Las necesidades económicas del país convierten a sus habitantes en gigolós a la desesperada, que aprovechan cualquier excusa para camelarse a las sugar mamas que vienen de visita ya bastante dispuestas de por sí. Salvo la protagonista de todo esto, que hace de sus vacaciones una suerte de viaje iniciático por este mundo de dudosa moralidad. Con este pretexto, el responsable de la revoltosa Import/Export elabora una punzante parábola sobre las lacras de la sociedad a nivel emocional y comunicativo. Desde un empaque de aparente jolgorio que aprovecha al máximo las características luminosas y naturales del lugar de destino (casi como si de un programa televisivo de viajeros se tratara), y haciendo gala de un humor cuya mordiente se va acrecentando con el paso de los minutos, se tarda poco en atisbar el verdadero aspecto de la mona: la seda enseguida desaparece en pos de un panorama feo, desolador, opresivo en la desmoralización desde la que Seidl acusa con el dedo a la sociedad primermundista. Esas mujeres ciegas ante la pobreza que las rodea, insaciables en la búsqueda de un rabo que haga justicia a la leyenda de los cuerpos africanos; esas grotescas escenas de sexo en las que aleccionan a sus forzados amantes; y ese clímax final de digestión harto complicada. Aún estamos adentrándonos en este infernal Paraíso y la primera parada ya deja un poso de difícil olvido.
Más intransigente con el espectador es Fe, segunda entrega que ahora adopta las formas de una mujer muy, muy creyente que cuando no trabaja estudiando a las personas por dentro y desde su desnudez (es radióloga), reza o se dedica a tratar de inculcar la religión en una sociedad pecaminosa. La metáfora es obvia, la crítica también y el humor negro, corrosivo, aumenta decibelios por lo menos en su bloque inicial. Así que en Fe descubrimos una personalidad obsesiva y asocial enfrascada en un mundo aún más desolador, claustrofóbico en su fealdad de lo que se veía en Amor. Y que el cineasta retrata potenciando esas sensaciones de contraste entre la excelencia formal de su mano (ahora se instaura además cierto juego formal no exento de paralelismo con la anterior entrega) y lo que la cámara recoge, poco menos que horrible. Incomodidad en estado puro en definitiva, que se acrecienta desde el momento en que hace acto de presencia un hombre impedido físicamente, pero más abierto de miras y más carnalmente necesitado. Por supuesto, tarda poco el patetismo en volver a adueñarse de la situación: Ulrich Seidl sigue empeñado en buscarse enemigos de aquí y de allá, y ahora alarga hasta lo indecible dolorosas secuencias en las que el hombre intenta conservar intacta su dignidad de manera estéril. U otras en las que la protagonista (hermana en ficción de la primera y otra actriz espectacular, esta vez Maria Hofstatter) va topándose con especímenes de la sociedad austríaca, cuanto menos complicados; una grotesca situación de sexo en grupo, en este sentido, echa el brochazo definitivo sobre la misma. Todo encaminado a agarrar al espectador por las gónadas y asestarle el golpazo definitivo allá por el cruce entre el segundo y el tercer acto: una concatenación de momentos especialmente incómodos que dejan ya poco margen de duda sobre la relación de la mujer con Jesús, y un último, larguísimo clímax (paralelismo establecido, una vez más) redondean un segundo capítulo más dramático, más grotesco, menos concesivo… y por tanto más abierto a la polarización de opiniones.
Raro, visto el recorrido que llevamos, que el cierre de Paraíso venga con un mucho más amable tercer episodio titulado, no por nada, Esperanza. El argumento sigue siendo de agárrate y no te menees: ahora se sigue a un grupo de niños, con la mirada especialmente centrada en una de ellos (Melanie Lenz), mientras asisten a un campamento de verano que en realidad lo regentan nutricionistas y es más bien un campo de concentración para adelgazar que otra cosa. Lo esperanzador es, por tanto, puramente para el espectador: podrá respirar más o menos tranquilo con un film de espíritu combativo mucho más relajado. El humor negro, alma máter de la propuesta en su totalidad, se mantiene ahora a expensas de esas pobres almas inocentes cuyos aspectos físicos influyen menos de lo imaginable en sus vidas y sus sentimientos: al contrario, no son pocas las ocasiones en se esto se acerca más a una película teen (todo lo teen que pueda ser, por ejemplo, Palíndormos de Todd Solondz) sólo que… protagonizada por gordos. Y el drama está ahí, latiendo a la espera de desencadenarse; de hecho conforme se progresa en el metraje, avisa de su presencia hasta estar a un tris de arrearle de nuevo al respetable un golpe bajo. Pero como decía, se sale de una pieza de su visionado. Y quizá a través de estas sensaciones el austríaco quiera decir justamente eso de la sociedad: que pese a todo, esperanza hay. En algún sitio y sin saber muy bien la forma que tenga. Pero esperanza a fin de cuentas.
Vinculadas entre sí tanto argumental como formalmente (a añadir que las tres mujeres forman parte de la misma familia para mayor inri), pero a su vez totalmente independientes la una de las otras, visto lo visto es posible que por separado Amor, Fe y Esperanza puedan antojarse desiguales. Pero tomando Paraíso como un ser único, el resultado es bien distinto. Único, agotador, hiriente e implacable a partes iguales, el monstruo que ha creado Ulrich Seidl es una de las grandes propuestas europeas de la campaña que ahora se acaba, a ubicar de forma automática en ese universo dantesco por el que pululan Canino y Happiness. Odiosamente imprescindible.
Y en el DVD…
Cameo se encarga de distribuir las tres películas en un muy suculento pack único. Se trata de ediciones sencillas, disponibles únicamente en versión original subtitulada y con apenas un par de fichas técnica y artísticas. La calidad del audio es impecable, pero la imagen presenta un grano excesivo, bajando la calidad sensiblemente cuando los oscuros acaparan el protagonismo visual. Y no son pocas veces. Con todo, el aspecto de edición de guerrilla le va como anillo al dedo a un pack de películas rematadamente incendiario. Recomendable sí o sí.