Crítica de Parásitos
Quizá el mayor acto de transgresión del surcoreano Bong Joon-ho sea, simplemente, cogernos un poco a contrapie cada vez que dice esta boca es mía. Sus últimos pasos los dio acompañando a una bestia digital gigante. Venía de disparar un tren transiberiano hacia el infinito y antes había facturado algunos thrillers pardísimos y hasta una gloriosa monster movie chalada. No sé al resto de la humanidad, pero a mí que de repente nos salga con lo que parece una radiografía de la moralidad en forma de presunto melodrama familiar, ya de entrada me perturba. Especialmente cuando, tras los primeros compases de Parásitos, uno se da cuenta de que esto no puede sino ser una especie de comedia negra de las que van a herir y donde el derroche de medios formales ha sido sustituido por un muy cerebral estudio del espacio y el movimiento definitivamente inquietante. Uno dispuesto a alojar una historia semidemente que va avanzando sin sobresaltos hasta que, bueno, todo se sale de madre.
Parásitos es, ante todo, una película sofisticada que habla sobre la mentira de la sofisticación. Plantea dos mundos en colisión y con irreconciliable convivencia: a mi derecha, una muy aburguesada familia que habita un casoplón cuasiparódico. A mi izquierda otra familia, esta abanderada de una cochambre moral extrema y que, al verse a las puertas de la miseria, deciden perturbar el orden político-familiar de la primera. Paulatinamente, y adoptando personalidades falsas, se hacen pasar por profesores y asesores e incluso terminan forzando el despido de los miembros del servicio -el chófer, la asistenta- para ocupar sus lugares. Luego la cosa se torcerá, claro, pero ya de entrada nadie podrá negarle al producto su cualidad de high concept de altos vuelos.
Bong, sin embargo, sabe mantener el listón a la altura. Brinca entre géneros de manera tan fluida como inesperada, de la comedia negra al thriller, de ahí al drama y al costumbrismo pasando por el terror y el puzle psicológico. Con ello crea sorpresa, inquetud y una constante sensación de controlada imprevisibilidad. Como el sabio narrador que es se encarga de administrar la tensión con pulso y entregar los giros locos suficientes como para garantizar la atención sin caer en el cenagal del grand guignol. Por eso mantiene a raya el disparate implícito en el guión usando una elegantísima -qué demonios, espectacular- puesta en escena. Mide de manera obsesiva los encuadres y los movimientos, hace un uso casi manierista de la fotografía y cultiva las geometrías en una constante tiranía arquitectónica de la línea recta, símbolo de la violencia tensa que se esconde en una vida teóricamente ordenada y libre de sorpresas.
Parásitos es, obviamente, una sátira furiosa, un mordaz retrato de la estratificación social, especialmente en un país como Corea del Sur (ojo a las puyas kamikaze hacia su temible vecina septentrional) donde se ponen sobre la mesa temas como la diferencia de clases, la precariedad laboral, el desamparo social y la desaparición de los escrúpulos y la empatía. Una película que podría recordar a algunos thrillers psicológicos de Chabrol, o a alguna de las embestidas morales sobre la burguesía de Buñuel, y que reflexiona sobre la falsedad, las vidas huecas, el vivir en una mentira o el hacer de la propia vida un enorme embuste con el que, a pesar de todo, se puede dormir tranquilo. Es poco sutil el mensaje y son muy evidentes las formas.
Porque al final, si bien Bong se guarda meticulosamente de llegar al terreno del festín de violencia y de caer en parodias grotescas, todo en Parásitos es estudiada y buscadamente grandilocuente. Sus mensajes quedan indiscutiblemente claros. Su aparato formal -como decía- es portentoso de puro sobretrabajado. Su tono, enfoque y relación con sus personajes, de los que no se salva ni uno, es inequívocamente sangrante. Por eso para apreciarla debemos escapar del terreno de la interpretación más o menos literal, o de la contenida sutileza de drama de cámara que sí tenían las películas de Chabrol. Porque aquí el director nos lleva, desde un principio y sin ambages, hacia el terreno de la fábula moral. Y como tal, como cuento perverso y jueguetón, Parásitos es un logro majestuoso.
Trailer de Parásitos
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Bong Joon-ho se sale por la tangente en lo expositivo, pero vuelve a llamar a la reflexión sobre las diferencias sociales en esta comedia negrísima que, de paso, le ha procurado la más reciente Palma de Oro en Cannes