Crítica de Un pequeño cambio

Desde los tiempos de Chaplin, si no antes, el cine ha encontrado en las relaciones estrechas entre un adulto y su sosias infantil un estupendo caldo de cultivo para narrar paternidades diversas, responsabilidades de la vida adulta y aprendizajes de la infantil. Desde entonces, la figura del desnortado al que le llueve un niño del cielo ha visto su representación en mil y un ejemplos. Así a bote pronto, y si esta puñetera memoria mía no me traiciona demasiado, se me ocurren desde el Spencer Tracy de «Capitanes intrépidos», hasta el Rüdiger Vogler de «Alicia en las ciudades», el Takeshi Kitano de «El verano de Kikujiro», el Jean Reno de «Leon» o el Kevin Costner de «Un mundo perfecto». Hasta llegar a los más recientes y tontunos Adam Sandler o Hugh Grant. Lo dicho, ejemplos a patadas.
La verdad es que más que nada recurro a esta retahíla de datos para establecer un cierto precedente temático, algo más o menos consistente donde inscribir esta «Un pequeño cambio» aunque, mucho me temo, la semejanza con Chaplin o con sus ilustres seguidores termina ahí.

En cambio, se trata más bien de una abúlica comedia romántica con excusa de parvulario de por medio y un escaso potencial cómico tirando a lo preocupante. Y lo de preocupante lo digo en serio, que el punto de partida tampoco estaba tan mal, y jode cuando los planes se tuercen y acaba saliendo un petardo de algo que, a priori apuntaba hacia la grandeza con todas sus credenciales. A saber, la pareja protagonista recibe los rostros de los siempre efectivos -o por lo visto casi siempre efectivos- Jennifer Aniston (a quien amamos desde «Friends») y Jason Bateman (a quien idolatramos desde «Arrested Development»), rodeados por un par de secundarios tirando a lo goloso: Jeff Goldblum y Juliette Lewis están ahí para dar las correspondientes réplicas a las tribulaciones psicotontunas de los protagonistas. Eso y que la película parece querer inscribirse en una linea algo más -cough!- alternativa a lo que nos tiene acostumbrados el Hollywood más pastelero, especialmente partiendo de un material literario con potencial. No hemos leído el relato corto en que se basa esta película (no nos crucifiquéis), pero sí otras obras de Jeffrey Eugenides, afortunado escritor y orgulloso papá de aquella maravillosa novela llamada «Middlesex».

Por eso se hace extraño que todos los elementos terminen encauzándose automáticamente y mediante una especie de piloto automático romanticón, huyendo de ciertos lugares comunes, sí, pero también involuntariamente de cualquier resultado, no ya rupturista, pero por lo menos algo transgresivo.
O divertido. Nada, que ni eso. Vamos, que como comedia es falaz, le falta fuerza por todos lados y está prácticamente calva de gags medianamente efectivos. Alguna salida de tono graciosa sí se le puede atribuir -el momento de intimidad entre Bateman y la papelera-, pero poco más. Y ya no digamos como romanticada fresca, que la cosa termina siendo de un aburrido y previsible que quita el hipo (para dejar espacio al bostezo, por supuesto).
Igual es que en el fondo «Un pequeño cambio» se quiere tomar demasiado en serio a sí misma, no descartemos tal posibilidad. En cuyo caso, os diría de volver al principio de este comentario para enfocar esto como una especie de parábola, o cuento, o lo que sea, sobre la paternidad forzada y sobre el final de una etapa vital, la de los treintaytantos, que debe dejar paso a, horreur, la edad adulta. Pero en ese supuesto, en esa indulgencia que deberíamos mostrar por nuestra parte, la cosa haría aguas por ser poco aguda y quedarse en la superficie, contentándose con cuatro clichés bien puestos y algún topicazo bastante escandaloso.
Ojo, tampoco disimularemos sus tres o cuatro destellos de interés, que haberlos haylos, aunque al final se quedan en apunte fugaz o peor, en momento babosete: podría sacársele, por ejemplo, un cierto jugo a eso de coleccionar marcos vacíos que encierran a familias falsas. Huecos a rellenar tomando la fantasía como realidad provisional. Desesperanzada metáfora del vacío afectivo, uno de los pocos momentos más o menos destacables que los directores Josh Gordon y Will Speck plantan con cuentagotas para intentar calar en el espectador más o menos distanciado del multisala.
Sospecho que sí, que por ahí es por donde va la cosa, a pesar de no ser capaz la película de renunciar al happy end de cuento de hadas de parejita mona, forzado y ortopédico. Por una vía más aparentemente indie, más de modernetes en Nueva York, más, no sé, más taquillazo alternativo. Pero, como decía, le falta mordiente y toneladas de originalidad, de frescura, de audacia. Le falta dejar de mirarse tanto en el espejo de la comedieta veraniega y echar un ojo a lo que se está haciendo desde las trincheras de la HBO, por decir algo.

Le falta arriesgar e inventar (o retorcer, en su defecto) con unos personajes que se alejen de la pincelada única. Pena, no lo consigue: Jason Bateman es el pagafantesco amigo de toda la vida y amor platónico desconocido de la idealísima Jennifer Aniston. Jeff Goldblum el colega-confidente graciosete y Juliette Lewis la amiga pasada de rosca aunque entrañable. Por ahí corretea un Patrick Wilson que pese a que nos cae simpático no despega nunca de su condición de botecito de esperma Pata Negra. Y, muy especialmente, un niñato resabiado con complejo de futuro Alvy Singer. Pero en insoportable. En más insoportable, quiero decir.
Nada que se salga del dejà vu. Nada que despegue especialmente, ninguna idea realmente estimulante, con lo que al final ni siquiera la simpatía que pueda sentirse por su dúo protagónico salva «Un pequeño cambio» del tedio, la repetición y lo puramente esquematizado.
No refresca nada, pero nada, nada.
4’5/10
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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. y aún la has dejado mejor de lo que imaginaba!
    ciertamente, el momento de intimidad Bateman-papelera está muy bien, y de hecho cada vez que Bateman está solo en pantalla parece querer decir "eh, que aquí estoy, aprovechadme conio!"
    Pero nada, una pena, sí.
    PD. La descripción de Wilson no tiene precio, megaXD!

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