Crítica de Una pistola en cada mano

una pistola en cada mano

Afectado de una extraña enfermedad, Cesc Gay tiene una cualidad difícilmente encontrable en el panorama cinematográfico -ay- mainstream de este país: es capaz de, obviando críticas y cansinos revuelos respecto a un supuesto aburguesamiento de su cine, capturar la verdad y trasladarla a una pantalla en 24 cuadros de sinceridad por segundo. Suena rimbombante, sí, pero no lo es en el fondo. Es puro, sencillo, simple: ¿que las últimas películas del catalán centraban su atención en un grupo de jóvenes modernos urbanitas con profesiones liberales, jaquecas existenciales semipijas, etc, etc? Me importa un rábano. Todas sus películas tienen un algo; desde la primera (Hotel room) hasta la misma cristalización de ese algo, que se produjo en la que era su indiscutible obra maestra, la penúltima Ficció. Hasta ahora. Ahora Una pistola en cada mano hace sombra a la citada y confirma el algo de Cesc Gay. Que es justo lo que comentaba al principio: la capacidad para transmitir pura y dura verdad.

Esta vez, la excusa se estructura en cinco episodios independientes protagonizados por otros tantos personajes. Cinco movimientos, cinco cuentos que podrían ser seis o incluso siete (si contamos un episodio con dos acciones paralelas y un epílogo) y que, en realidad, versan sobre la condición masculina del tío más o menos moderno, más o menos de ciudad. Sí, hay mujeres en Una pistola en cada mano, pero ellas están en otra órbita. O mejor dicho, en la misma órbita, pero un paso por detrás, sin llegar a quemarse por el sol en cuestión, viéndolo todo desde una postura de extraña serenidad, casi de sabiduría (esa que les permite decir, sin que nosotros tengamos los cojones de mosquearnos y rebatirlo, «los tíos es que sois gilipollas»).

Y en ellas se apoyan los auténticos protagonistas de la función: ellos y sus desencantos de la vida adulta a los 40. Ellos y la gestión o la falta de la misma de sus sentimientos. Sus divorcios, incapacidades emocionales, sensaciones de fracasos y triunfos engañosos. Ellos y sus celos, sus penas, sus dudas crónicas, sus neurosis. Y por ahí va la película. Un puñado de tíos separados, parados, depresivos, desencantados, infieles o inseguros. Con pareja o sin ella. Con amigos o simulacros de amistad. Con hijos o con irresponsabilidades. Seres patéticos, ergo humanos. Personajes que, de hecho, condensan muchas de nuestras miserias, miedos e hijoputismos y cuyo reconocimiento, mal que nos pese, amigos, es inmediato.

Concretando. Un fracasado que se toma su vida con humor (Eduard Fernández) y un triunfador que está empezándose a dar cuenta de su fracaso (Leonardo Sbaraglia). Un divorciado (Javier Cámara) que se da cuenta del error que supone haber dejado a su ex (Clara Segura). Un cornudo (Ricardo Darín) y su espontáneo confesor (Luis Tosar). Un padre de familia aburrido (Eduardo Noriega) que decide lanzarse al vacío con otra mujer (Candela Peña). Dos parejas (Alberto San Juan y Cayetana Guillén Cuervo, Jordi Mollà y Leonor Watling) que se sinceran entre si. Una estructura, en fin, de pequeñas historias que no necesitan un gran punch narrativo ni se supeditan al giro argumental final porque funcionan como articulación de sentimientos humanos, cotidianos, muy claros y también muy dolorosos, un poco a la manera de la literatura breve norteamericana que certificaría y llevaría hasta niveles estratosféricos gente como Raymond Carver. A él se le deba probablemente la filosofía minimalista y sosegada de una película cuyas cargas explosivas nunca se hacen excesivamente explícitas. Porque todo en Una pistola en cada mano es intensidad, sinceridad y puntería emocional, aunque a menudo lo disfrace de comedia costumbrista, de fino ejercicio de ironía. Lo cual se debe, claro, a un dibujo de los personajes maravilloso, a un trabajo de guión (obra del propio Gay y de Tomàs Aragay) radiante y explosivo, pero también hiperpreciso, metronómico, en el que sólo flaquea un tanto ese final que funciona como tradicional aglutinador de todas las historias, pero que resulta un poco tibio como colofón y como resumen.

Como sea, el espectador puede ver de manera casi palpable cómo los personajes se van desovillando poco a poco ante sus ojos y van revelando unos perfectos arcos de transformación, dibujados desde el detalle y mediante la sutileza. De este modo uno puede ir viendo cómo las expectativas van mutando, cómo las reacciones van perfilándose hacia uno u otro lado. Cómo la historia se va cargando de matices, de pesadumbre y de comedia casi embarrassing al mismo tiempo. Una planificación de la emotividad que funciona principalmente gracias, por supuesto, a uno de los mejores elencos interpretativos que podamos ver en nuestras pantallas en mucho tiempo. El grupo de actores que dan auténtico aliento a la película, ese citado más arriba, está espléndido, impecable, sin tacha, sin cometer el mínimo patinazo. Gay ha llegado a tal punto de coordinación con sus intérpretes y sus personajes: todo respira naturalismo, todo fluye, todo termina conduciendo hacia lo que parecía el único lugar posible.

Y, atención, no por ello descuida el director la parte formal de su propuesta. En Una pistola en cada mano la puesta en escena parece casual, desde una concepción del realizador invisible, pero sólo lo parece. Si se presta atención, resulta evidente que la película se distancia del simple «teatro filmado» gracias a pequeños detalles de planificación, de coreografía, de disposición del decorado y de control expresivo de los efectos de sonido. Sí, por supuesto, esta es una de esas películas «de guión», pero aquí la connotación negativa al respecto no cabe. A pesar de todo, el material es tan potente que cualquier artificio formal interferiría con la contundente simplicidad de sus preceptos temáticos.

Porque de eso va la película, de contarnos, de detallarnos y desnudarnos a unos personajes. Pero al cabo, de ponernos en pantalla a nosotros mismos y nuestras propias contradicciónes, anhelos y decepciones. Y a golpe de verdades lo consigue en una de esas películas cuyo regusto se prolonga en el paladar durante largo tiempo porque su guión impecable y la fuerza de los sentimientos que logra evocar y transmitir parecen arder en la memoria y la conciencia con la potencia de tres soles.

8/10

 

Y en el DVD…
Cameo edita esta película únicamente en DVD, pero lo hace con una edición sencilla y otra coleccionista. La segunda incluye un segundo disco dedicado únicamente a material añadido. Declaraciones del director, de los actores, especial sobre la banda sonora, cómo se hizo… hasta un pequeño librito parece ser que se incorpora con la misma. No lo sabemos, pues nosotros sólo hemos podido echarle un ojo a la sencilla, cuyos extras se limitan al trailer y la ficha técnico-artística. En cuanto a la calidad de la cinta, comentar que se presenta en un más que correcto 5.1 para la versión original castellana (casi todas las líneas del diálogo pueden entenderse bien, aunque se trate de actores españoles) y un más limitado estéreo para su innecesario doblaje al catalán. A nivel visual, la sorpresa es muy grata: el DVD alcanza un nivel de perfección prácticamente total, fardando de buen nivel de detalle y un muy buen contraste de colores, manteniendo ruido y píxeles a raya hasta el punto de brillar prácticamente por su ausencia. Que nadie se asuste, pues, si no se encuentra en Blu-Ray. El DVD va más que sobrado.

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Aunque no sea un entusiasta de Gay (Dios, siempre corres el riesgo de sonar raro cuando escribes solo su apellido), que salga Leonor Watling es motivo más que suficiente para verlo, y porque, más que Ficció creo que Gay (one more time) tocó techo con En la Ciudad, la que considero su mejor peli hasta la fecha (no puedo con Krampak). Cuando la vea os dejaré la opinión por aquí!!

    Saludetes!!!

  2. Me ha costado leer tu comment. No por nada, está tan bien escrito como de costumbre, pero es que cada vez que leo las palabras Leonor y Watling se me derriten unas cuantas neuronas.
    Aquí está discreta (lo demanda su papel), pero aun así [CORNY ALERT] irradia la pantalla.
    Leonor es mucha Leonor.

    Yo Krampak a medias. Aunque decanto la balanza hacia el "sí" por algunos puntos interesantes. Pero el chico empieza a crecer de verdad con En la ciudad. Peliculón.

    Ganazas de leerte sobre esta (y malsano interés porque no te guste y me pongas a parir la crítica, jejeje… ;))

    Abracillo!

  3. La película está realmente bien va de las frustaciones de gente de mas de 40 tacos y está rtealmente bien representada especialmente por eduard Fernandez que está inmenso tambien muy bien tosar y en general la peli muy buena me gustó mas que en la ciudad

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