Crítica de Polisse
Este año los vecinos del piso de arriba están que se salen…
No, nada que ver con la agitada vida amorosa de la fresca del cuarto primera. Me refiero a los del piso del norte, Pirineos allá. Ésos que a veces cuando subes con la compra te tiran la fruta en el rellano, y cuando tienes follones en casa pasan del tema por aquello del pacto de no agresión, pero que mira, nos sirven para hacernos unas risas y, en el fondo, nos los queremos mucho, qué coño…
El caso es que los franceses (ah, ¿os pensabais que hablábamos de Andorra?) están pletóricos. Además de una gran literatura, una música mejor de primera, y una montaña de otras virtudes absurdamente generalizadas, pues resulta que saben hacer cine. Y lo que es casi mejor, saben venderlo. Porque a varias generaciones de profesionales como la copa de un pino se suma una percepción del séptimo arte como una cuestión casi nacional, un símbolo más de identidad (uno podría decir chovinismo) que les lleva a ocupar tranquilamente el 40% de taquilla año tras año.
En 2011 la tendencia se ha disparado. A lo largo del año, tres títulos han copado la atención de medios y público, The Artist al margen: Declaración de guerra, Polisse e Intocable, ésta última un auténtico bombazo. Los resultados, en términos –vamos a decir- “artísticos” son un tanto dispares, pero el fenómeno demuestra que el cine galo vive un momento de forma notable, si bien la sombra de la Nouvelle Vague aún es un poco alargada y algunos de los productos más estimulantes pueden pasar algo desapercibidos. Pero oigan, un canto en los dientes.
¿Todo este rollo para qué? Porque Polisse llega a nuestras salas, precedida también por 13 nominaciones en los César y el premio del jurado en el Festival de Cannes. Casi nada. Tras la cámara, la actriz Maïwenn Le Besco, reciclada en realizadora desde hace algunos años, y que parece haber dado la campanada con esta historia que sigue el día a día del departamento de menores de la policía de París. Desde una perspectiva eminentemente coral, la narración se centra casi exclusivamente en las vivencias de los agentes que integran este cuerpo: sus angustias, sus alegrías, su entorno familiar y, sobre todo, sus rutinas. Hasta aquí bien, pero a más de uno le puede sonar la premisa. A menudo, los referentes cinematográficos pueden actuar como sedimentos que ayuden a solidificar una película, pero en otros redundan en su contra. El film de Maïwenn presenta algunas carencias que lastran terriblemente el conjunto, y que se vuelven aún más sangrantes si echamos la vista atrás y comprobamos según qué antecedentes.
Nadie puede negar a la joven directora la ambición de un proyecto que podría resolverse de demasiadas formas. No es fácil construir un relato a partir de pequeñas vivencias, unidas narrativamente por la evolución de los personajes. Tampoco rodearse de un cásting de actores solventes pero casi nunca protagónicos (salvo Karin Viard y el emergente Joeystarr) en un metraje de más de dos horas donde se intuye un cierto trabajo de improvisación. Ya puestos, el riesgo de tratar un material tan sensible como el del crimen asociado a menores es considerable, especialmente si te niegas a caer en el tremendismo continuo y permites espacios al humor, a la distensión y a la catarsis de la carcajada ante situaciones que a priori no tienen ni puñetera gracia. Bravo por el intento.
Pero los problemas se despliegan a medida que la trama avanza. El guión alterna con una habilidad pasmosa (e involuntaria) situaciones de notable profundidad emocional con otras inclinadas al ridículo, al margen del registro en el que nos movamos. Sea drama o comedia, uno pensaría que la escritura ha sido a varias manos y nadie ha coordinado el conjunto. La tendencia a la reiteración de algunos pasajes se explica en el análisis del oficio de policía como el de una existencia rutinaria, no tan alejada de la de cualquiera de nosotros, pero enfrentada a menudo a verdaderos horrores. El desajuste de tono, que se acentúa en el tercer acto, llega a su paroxismo en una escena final de un tremendismo innecesario que atenta contra la coherencia que Maïwenn intenta mantener en todo momento. Tampoco ayuda al conjunto la inclusión de algunas tramas que pretenden enriquecer la historia pero que al final no aportan casi nada. Y mucho menos un personaje que de tan obvio se vuelve irritante, encarnado por la propia directora: una documentalista que sigue a los policías cámara en mano, testigo casi mudo de lo que ocurre, en una masticada alusión al papel del cineasta como narrador de una realidad pasada por el filtro más o menos comprometido de una cámara.
Polisse parece recoger fuertes ecos de la L.627 de Bertrand Tavernier, pero todo lo que en ese título resultaba veraz y cercano, árido, divertido y coherente, aquí suena a ya visto, a repetitivo. En todo momento el trabajo de Maïwenn constata sus buenas intenciones, pero delata lo que habría podido dar de sí esta Polisse si su directora hubiese sabido mantener el mismo tono en todo el relato. Eso, y el arrojo para mantener la narración libre de efectismos.
Pero eso sí, bombazo en Francia. Quizá no pase a la historia, pero en términos comerciales es otra muesca más para los vecinos de arriba. Un año para enmarcar. Y mientras ellos ponen parquet y alicatan de nuevo el lavabo, aquí pasamos el tiempo mirando, en las paredes, las formas que dibuja el gotelé…
6/10
Por Manel Carrasco