Crítica de Post Tenebras Lux
Desde que se diera a conocer más o menos a mayor escala con aquella desarmante Batalla en el cielo (aunque antes ya hubiese presentado Japón en Cannes, llevándose un primer reconocimiento en forma de mención especial), el mexicano Carlos Reygadas siempre ha sido un cineasta «a debate». Allá donde el sector más viejo de la crítica, el que se apoltrona en su sofá de terciopelo desgastado suspirando por aquel tiempo pasado en que todo fue mejor, no tiene reparo alguno en tildar sus trabajos de broma de mal gusto a las primeras de cambio; y allá donde el grueso del público directamente rechaza o sigue por completo desconocedor de su existencia, existe un minúsculo rincón desde el que se aplaude cada vez más el soplo de aire fresco que supone la filmografía de un cineasta hermético y carente de escrúpulos que salió de su última visita al festival galo con el premio a la mejor dirección. Por aquel entonces, 2012, presentaba Post Tenebras Lux, un alucinante y alucinado viaje social, que es a su vez un periplo por el interior del ser humano, desde un punto de vista múltiple que de entrada, si acaso, extrema el debate acerca de su cine. Y desde aquí bien que podríamos despacharla con la etiqueta de «broma» y a otra cosa (reconocemos no tenerlo del todo claro), pero mejor darle antes alguna vuelta, ¿no?
Una niña se tira minutos y más minutos correteando con sus perros por un paraje de frondosa, húmeda naturaleza. El sol se está poniendo y la luz resultante, combinada con la frescura del verde que la rodea y la liviandad de los juegos de la angelical infante con el reino animal, convierte a la obertura de la película en un pasaje onírico, libre de cualquier impureza salvo por un objetivo de cámara deformado y en 4:3, cuya extraña imagen resultante no desaparecerá más que puntualmente, y que bien podría ser un mero capricho como una alegoría (de momento, en la primera escena, meramente premonitoria) de lo viciado que está el mundo. Porque de eso es de lo que (creo) va la propuesta. La alegría de la niña cede su paso al miedo cuando la tormenta le arrebata el puesto al apacible atardecer. Y después, una imagen de lo más enfermiza: el mal. Ahí, a la vista, en contacto directo. A partir de entonces, arranca un retrato del ser humano en sus diversos quehaceres cotidianos: que si vida en familia, que si arranques de rabia; que si juegos con niños, que si maltratos a animales; que si viajes, que si borracheras. Un retrato a base de esbozos que acaban poniendo en evidencia luces y sombras del ser humano de manera tan natural y creíble como absolutamente implacable.
O puede que todo ello no vaya de nada en realidad, y que esos excesos en los que cae aquí y allá el trabajo de Reygadas, sean en verdad la prueba fehaciente de estar ante una soberana tomadura de pelo (¿tendrán razón aquéllos desde sus aterciopelados sofás?). Es difícil saber dónde está el límite entre genialidad y tontería, cierto. Pero la verdad, siendo un film en el que puede uno viajar a universos de Haneke y de Lynch, de Buñuel y de Malick, de Herzog, de Bergman y de Tarr; y que a su vez consigue hacer despuntar una personalidad única gracias a un cineasta formalmente exquisito detrás de la cámara. Siendo un total de 115 de los minutos más absorbentes que hayan pasado recientemente por la cartelera. Y con esa facilidad suya por instaurarse en la memoria y permanecer ahí horas después del visionado, obligando al respetable a replanteársela de principio a fin (cada cambio de escenario parece invitar a una nueva alegoría o disertación sobre nuestros claroscuros socio-emocionales)… quizá sea un poco frívolo creer que todo responda a las elucubraciones de un cineasta ombliguista y a su bola en relación al resto del mundo. Pesa más la sensación de haber asistido a una propuesta única, arriesgada, extraña y desde luego no apta para todo el mundo (y mucho menos los animalistas: hay alguna escena especialmente cruenta con animales de compañía de por medio). ¿Incomprensible? Puede ser, pero eso abre las puertas de par en par a múltiples interpretaciones, que a su vez generan debate. Y eso, a la postre, tiene que valer más que una simple broma pesada.
7,5/10