Crítica de Psycho (Psicosis)

¿Por qué escribir un artículo intentando defender lo “indefendible” (véanse comillas)? ¿Afán de notoriedad desmedido? ¿Kamikaze gafapastero contra-corriente? ¿Exceso de inhalación de substancias alucinógenas? ¿Simple estupidez repentina? Pues no compañeros, a riesgo de ser lapidado salvajemente por cientos de fieles y fans de esa obra maestra absoluta que es Psicosis (1960), este humilde servidor va a intentar hacer un análisis (que no una defensa) de un film que ha sido denostado desde el mero instante en que se dio luz verde a su proyecto, y que nunca ha recibido la atención que, como mínimo, debía merecer (no olvidemos que Van Sant rodó algunas de las biblias indie de principios de los 90: Mi Idaho privado, Drugstore Cowboy y esa pequeña joya que es Mala noche (y todavía no había empezado con su trilogía de la muerte)), y que creo, nadie le prestó, simple y llanamente, por atreverse con tremendo tótem cinematográfico. Sin duda no es una gran película (de forma autónoma), pero en la época actual, sería importante apuntar que las siguientes líneas van más dirigidas a destacar el juego inter-textual que nos propone el cachondo de Gus, que por caer en los lugares comunes de, por ejemplo, la superficie de su argumento, intentando, en la medida de lo posible, contra-argumentar algunos de los comentarios más manidos que surgen en cualquier conversación donde se nombre el film: “es un calco de la original”, “los actores son horribles”, “Van Sant tiene muy poca vergüenza”, etc.

Empezar desmontado el mayor mito. ¿El remake de Van Sant es un simple “corta y pega” del original del tito Alfredo (diferente en fondo al que hizo Haneke de su Funny Games)? Rotundamente NO. Si bien es cierto que basa el 90 % de su metraje en la repetición/homenaje de la puesta en escena, encuadres y montaje (incluso los planos duran lo mismo) del original, pero introduciendo (adrede) pequeñas variaciones, y creando el primer juego con el espectador: Van Sant sabe que su película, por una mera cuestión temporal, “es posterior”, así que su propuesta no se dirige a la transmisión de una nueva historia o la creación de un nuevo universo visual: no pretende hacernos olvidar a la original, al contrario, nos obliga a tenerla siempre presente, porque siempre está ahí, como referente continuo que sobrevuela todo el metraje, potenciando la sensación de deja vu. Ése es el juego, en el que se puede entrar o no, pero que estimula porque conduce a una forma de recepción cinematográfica insólita en nuestros tiempos, que no busca satisfacción en el argumento, sino en su forma (añorados 60), pero no por estética, ni por uso del lenguaje puramente visual, sino por el significado de la repetición/variación. Van Sant introduce cambios, modificaciones en escenas (la inicial es un claro ejemplo), pequeñas rupturas postmodernas (introduce imágenes descontextualizadas en medio de ciertos asesinatos, algo que recuerda a L’amour à mort de Resnais) para que sigamos la narración viendo dónde es totalmente fiel y dónde es conscientemente traidor. Hay subrayados que no existían y que responden a una lectura no del argumento (la famosa masturbación, la homosexualidad de Bates, la independencia femenina) sino que resaltan una nueva mentalidad. Aquí el cine deja de ser una mera representación y cede paso a una auto-representación de los cambios que la sociedad ha vivido desde los tiempos de la Psicosis original.

Otro punto escasamente valorado es el estupendo uso del color creado por el gran Christopher Doyle. Su trabajo no se detiene únicamente en los marcados rojos, naranjas, verdes, blancos y su tremenda carga simbólica (creando así algo que en el original no existía). Van Sant nos hace conscientes de que el color, como instrumento, modifica la intensidad de la claridad: el contraste entre luces y sombras no es el mismo. Especial atención merece en este sentido la mítica escena del baño, con el uso casi irreal de la luminosidad y de la sobre-exposición.

Vayamos a otro punto terriblemente criticado y, bajo mi punto de vista, erróneamente valorado. El casting: muchas personas critican la elección de actores, y tienen toda la razón, ya que ninguno de ellos es un gran intérprete, pero se olvidan de una cosa: que está hecho adrede. Me explico. El director elige actores más reales, en el sentido de menos carismáticos cinematográficamente. Heche y Vaughn son la vulgarización consciente de Leigh y Perkins. En lugar de un clásico, perfilado por la estética, los personajes de Van Sant son de una pasta humana mucho más baja, cercana (de nuevo, la inclusión de la masturbación, el desnudo, la sangre, la homosexualidad). El Psycho de Van Sant podría pasar en la casa de al lado.

Y viene la que, personalmente, creo que es la parte más interesante y una de las motivaciones de Van Sant a la hora de afrontar el remake. La reflexión sobre la originalidad en el cine actual. Su re-filmación hace explícita la imposibilidad de volver al pasado (pues como bien nos enseñó Borges en su obra Pierre Menard, autor del Quijote (un escritor en pleno s.XX pretende volver a escribir Don Quijote de la Mancha), ni tan siquiera la más fiel reproducción puede provocar los mismos resultados), la repetición casi plano a plano usurpa el original, cuestionándose así el antiguo concepto de la originalidad en nuestra época. Para Van Sant, al igual que para el escritor argentino, en nuestros días, no existe el concepto de originalidad, ya que todo lo que recibimos son versiones, reescrituras, adaptaciones de historias que siempre han existido. El valor de una obra no depende tanto de su originalidad, sino de la calidad que atesore y de su relación con el medio. Y creo que es muy interesante pensar en la película desde estos términos. Si podemos abstraernos de Hitchcock y de su film por un momento, la misma historia en un contexto actual ¿produce las mismas sensaciones, recibe la misma impresión de originalidad? O, formulando la misma cuestión de forma distinta: rodando el mismo film ¿no está van Sant dejando en evidencia el convencionalismo de la noción de autoría? Aún más, copiar el original no es solo un tributo, sino también una forma de perderle el respeto, y Van Sant lo confronta, invitando el cine actual a perder el respeto a las sempiternas formas canónicas del mal llamado Cine Clásico.

Así que vamos, para ir terminando, si Psycho resulta interesante, es por las cuestiones que nos propone sobre las posibilidades de re-actualización del cine como medio. La cinta de Van Sant nos fuerza a cuestionar el concepto de originalidad (heredado directamente de los románticos), nos hace re-visitar el cine del pasado a la vez que encontramos los rasgos que caracterizan el cine del presente (concretamente el cine moderno, no confundir con contemporáneo). Y todo esto, a pesar de ser una cinta mediocre (entendiéndola como un proceso de creación de elementos, pero, ¿no es esto lo que sucede con la mayoría del cine actual, dónde las formas y su construcción tienen nulas variaciones y se repiten hasta el hartazgo?). Pero todo lo dicho anteriormente la convierte en algo mucho más interesante de lo que las malas lenguas se empeñan en decir.

Por José Antonio Bracero Díaz
 

(Dedicado al amigo Lucien, sin él, estas reflexiones, hubieran sido impensables)

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Apasionado del cine entendido como arte, como reto. Lo comercial le chupa un pie, a él dadle un buen clásico, descubridle la última rareza checa enterrada cientos años atrás, y será feliz. Sus conocimientos sobre la historia del cine le cortan a uno la respiración.

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