Crítica de Que Dios nos perdone
El cine español está pasando, definitivamente, por una nueva época dorada, en especial en lo que al thriller policíaco se refiere. Aunque también hay buenas comedias. Y dramas… Quizá, más que un género en concreto, lo que esté haciendo nuestra industria sea aprovecharse al máximo de su mejor actor del momento, un Antonio de la Torre que convierte en oro todo lo que toca, dignificando cintas muy por encima de sus posibilidades (Tarde para la ira) o suponiendo el toque de clase definitivo a las que no necesiten ayuda extra, tales como la ya de por sí excelente Que Dios nos perdone. Y es que con ella, el director Rodrigo Sorogoyen da el do de pecho definitivo. Quien ya dejase el pabellón muy alto con la pequeñita Stockholm, cambia completamente de registro, de universo y de dimensiones, haciendo con su nuevo trabajo para la gran pantalla una de las propuestas españolas más enormes, en todos los sentidos, del año.
Porque esta caza al asesino destila gran cine por los cuatro costados. De ese que a la vez que mira a los clásicos, habla de tú a tú a la situación social reciente (está ambientada en 2011, si bien su retrato de la España deprimida, violenta y en estado de tensión constante, sea perfectamente extrapolable al año actual). De ese que se ha trabajado plano a plano, resolviendo cada uno de ellos con brillantez. De ese bien interpretado, bien escrito, bien montado. Y de ese que construye una personalidad propia a la vez que rezuma influencias. Influencias de Scorsese, de Pekinpah, de Mann… Por semejante universo nos movemos, en esta truculenta historia de un violador y asesino de ancianas que campa a sus anchas por Madrid mientras la policía intenta dar con él. Ahí es nada.
Pero más importante de todo ello, es lo que Que Dios nos perdone es capaz de generar en el espectador. En este thriller no se trata de avanzarse a los dos detectives protagonistas y descubrir la identidad del asesino antes que nadie, sino de empaparse de sus tribulaciones, de sus personalidades, entender de dónde salen sus reacciones y obsesiones; hasta sus tartamudeos. Es tal el desinterés por saber quién es el malo, que el mismo film se ocupa de presentarlo, como queriendo hacer hincapié en su condición de anónimo, de don nadie, de un cualquiera; un ser, en definitiva, creado por la propia sociedad. Para empaparse de todo lo demás, para respirar la misma polución, calor, borracheras y humedad que los dos policías, es necesario un trabajo de guión y dirección a la altura, un sonido y banda sonora que acompañen las pulsaciones del film y el ritmo cardíaco que impone en el público, pero también un reparto acertado. Y en el caso que nos ocupa, el tándem protagonista se convierte en el mejor aliado de Sorogoyen. En especial por un Roberto Álamo sorprendente en su interpretación hiperrealista, hipercastiza, hiperviolenta, y capaz de hacerle sombra a Antonio de la Torre, bordando éste su personaje, en apariencia limitado al tartamudeo, pero en realidad cargado de matices y lecturas, alguna de ellas francamente descorazonadora.
No sé si el impacto del trabajo de Sorogoyen como cineasta hubiese bastado para seguir diciendo que estamos ante una de las mejores películas españolas del año. Es probable, pero desde luego ayuda poder afirmar sin ningún asomo de duda que nos encontramos ante la mejor interpretación masculina. Por lo demás, Que Dios nos perdone es un thriller opresivo y apabullante, capaz de cortar la respiración como los de antes. Una película que planta cara a grandes del género, así como a propuestas más recientes (todo un Alberto Rodríguez debería aplaudirla). Varios pasajes son capaces de asestar un severo golpe en las gónadas del espectador por realistas, por haber sido conducidos a la perfección; y en conjunto, quedará igualmente en el recuerdo, entre otras cosas por la pasmosa facilidad con que nos permite identificarnos con sus personajes, y la humanidad que de ellos se desprende. Porque aquí no hay héroes, sólo currantes como cualquier hijo de vecino, con sus puntos a favor y en contra, sus traumas, y su necesidad de redención y segundas oportunidades, que es de lo que al final va todo esto. Como Heat, como Teniente corrupto, como Centauros del desierto y como Casablanca. Como los clásicos, en definitiva. Bienvenido, Sorogoyen, a la liga de los grandes.
Sorogoyen y Álamo en Late Motiv
Valoración de La Casa
En pocas palabras
El Do de pecho de Rodrigo Sorogoyen. Quien asomara la cabecita con Stockholm se impone ahora como talento a seguir gracias a este implacable thriller.