Crítica de ¿Quién mató a Bambi?
Con una pequeña pero notable carrera a sus espaldas, el realizador Santi Amodeo encuentra con su cuarta película un quiebro creativo. Por un lado porque por primera vez parte de un material ajeno para construir su guión, concretamente las premisas que planteaba Matando cabos, un thriller mexicano que desde que se estrenó hace casi diez años goza de un estatus de relativo culto en su país. Por otro porque, si bien los personajes que pueblan esta su ¿Quién mató a Bambi? rozan un cierto freakismo, deformado de una cotidianidad muy nuestra, en realidad la película se aleja del interés que mostró hasta ayer el realizador por relatar vidas singulares de personajes únicos. No hay en esta película esa especie de curiosidad entre antropológica y emotiva que caracterizaba sus pasados retratos. Y sí hay en cambio otra cosa, una cierta apuesta por la identificación con unos modelos muy reconocibles, casi estándar. Pero esta vez Santi Amodeo no parece interesado en hacerlo original, parece interesado en hacerlo bien. Y, aquí me mojo, casi prefiere hacerlo divertido antes que hacerlo bueno.
Porque si de algo va sobrada esta película es de ganas por resultar entretenida. Sus cartas, un secuestro que sale mal. Una pareja de tipos inocentes y algo atontados que se meten en un embrollo cuando pretenden llevar al jefe inconsciente de uno de los dos al hospital. Una galería delirante de personajes colaterales. Y una serie de calamidades en posición de escalada ascendente (o descendente, como una bola de nieve que se precipita pendiente abajo a todo trapo) motivadas por la confusión entre los dos cuerpos secuestrados. La película legitima semejante argumento para, simplemente, mostrarse cinética, parecer afilada e ingeniosa y llevarse por delante a la platea con más ganas de farra fílmica. Y más o menos lo consigue, aun a costa de aspirar a objetivos más nobles o de logros más sólidos.
¿Quién mató a Bambi? es notable como entretenimiento y como respuesta patria respetable y elaborada a un tipo de cine americano muy propio y a una clase de logros comerciales europeos muy concretos: como producto per se, esto quiere mirar de tú a tú a cierto cine reciente francés de acción más o menos cómico. Y por otro lado como declaración de intenciones de un cineasta parece pretender espejarse en varios referentes más o menos generacionales. El desmadre generalizado apela en rasgos generales a El guateque, evidenciado su rastro en los planos finales, también de una veta muy Resacón en Las Vegas. Su desarrollo en forma de puzzle y su narración fragmentada, con dos tramas paralelas en constante cruce que cristalizan en un clímax común podrían hacer pensar en un Guy Ritchie en detox (cabría preguntarse si la aparición del futbolista Andrés Iniesta puede equipararse a la participación de Vinnie Jones en las películas del británico), solo que sin el factor de parodia profundamente autóctona que gastaban Lock & Stock y Snatch.
Pero quizá su referente más inteligente y el que arroja resultados más agradecidos que logran trascender esa pátina de comedia de acción noventera sea el cine (cierto cine) de los hermanos Coen. De ellos toma Amodeo este tono de comedia negroide trenzada de elementos propios del cine criminal. Además del uso de la violencia al límite con el tono humorístico y, muy especialmente, el diseño de sus personajes, apegados a un hacer castizo y cotidiano. Los cuatro tiparracos entorno a los que se desarrolla la trama principal se encuentran en todo momento bordeando los límites de la dignidad con el patetismo. De la mala suerte con la carambola del azar. Todos ellos (interpretados con resultados desiguales por Quim Gutiérrez, Julián Villagrán, Ernesto Alterio y Enrico Vecchi) son mindundis victimistas o don nadies con delirios de tipo duro pero modos de calzonazos vital. En estos cuatro seres ridículos (en ellos cuatro y en los dos cuerpos sustraídos) se sustenta una película a la que al respecto igual se le echa de menos un, si no mayor, sí mejor desarrollo de las partes femeninas, interpretadas por Clara Lago y Úrsula Corberó.
Pero a parte de ello, por el resto la cosa más o menos funciona: como acumulación de gags de dispar fortuna y algún que otro secundario/cameo brillante (las mayores risotadas cafres las dispensan los persoajes de Manolo Solo y Carmina Barrios), como trama enrevesada narrada con fluidez, agilidad en inteligencia, como comedia surrealista a la que le falta un poco apretar la tuerca del thriller, quizá mediante una realización que debería ser algo más poderosa. Y como, en fin, entretenimiento patrio que demuestra que podemos seguir expandiendo los límites de nuestro producto autóctono hacia otros terrenos y no avergonzarnos con el resultado. En este caso en particular el radio de acción de esa expansión sigue siendo un tanto corto, pero mientras haya gente tan dispuesta como Santi Amodeo, oigan, todo se andará.
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Sin ser una película perfecta, ni mucho menos, ¿Quién mató a Bambi? cumple como comedia con entramado curioso y reparto acertado.