Crítica de El recuerdo de Marnie (When Marnie Was There – Omoide no Marnie)

Ante un porvenir incierto, agarrémonos a la esperanza: podría ser que, efectivamente, Studio Ghibli no dijera adiós para siempre, que se tomara nada más que un descanso como productora de largometrajes y podría ser verdad que todo lo que quieren ahora, con esta pausa de duración indefinida, es replantear el mobiliario interno para volver con fuerzas renovadas en un tiempo. Hagamos que no es cierto que esto se termina, que When Marnie Was There no significa el cierre perpetuo sino sólo el final de un ciclo. Porque sería de verdad descorazonador pensar que en el futuro vamos a estar privados de la casa que alumbró tantas y tantas piezas clave en la Historia del cine de animación. Claro, todo ese talento no va a perecer, y los directores y creadores van a poder seguir dando guerra por su cuenta, pero parece que bajo la batuta de Hayao Miyazaki todo funcionaba mucho mejor, ¿no? De otro modo no sé dónde podríamos ver juntas y bajo un común prisma filosófico nuevos títulos que pudieran mirar de tú a tú a Nausicaä del Valle del Viento, a La tumba de las luciérnagas, a Mi vecino Totoro, a El viaje de Chihiro y a tantas otras películas que han conformado una era dorada que se ha prolongado más de tres décadas. Así que sí, creamos aún en la esperanza y no nos derrumbemos ante la perspectiva funesta; especialmente teniendo en cuenta que la antepenúltima y penúltima películas de la productora (respectivamente, El viento se levanta y El cuento de la princesa Kaguya) fueron dos de sus obras cumbre. Y que esta última, adaptación de Hiromasa Yonebayashi (Arrietty y el mundo de los diminutos) del cuento que escribió en 1967 la británica Joan G. Robinson, también resulta ser un logro mayor.

Y no solo eso. When Marnie Was There representa una historia nueva y fresca, pero al mismo tiempo glosa las obras anteriores de Ghibli y sirve como perfecto resumen de algunos de sus temas clave. De entrada porque la protagonista es una adolescente independiente ligada a un impedimento, que de nuevo es la enfermedad. En este caso, no de un ser querido sino propia: Anna padece un severo caso de asma que la obliga a exiliarse en el campo por orden médica, desatendiendo incluso a la escuela. Una vez más el escape a un nuevo mundo más puro protagoniza el relato; un mundo donde reina la calma estival, escenario donde se produce el conflicto interno del personaje, marcado a su vez por el propio contacto con la naturaleza. En ese clima existe además un pequeño micromundo, un no-lugar regido por reglas físicas pero, especialmente, espirituales: Anna se encuentra allí con una mansión fuera del tiempo -y la lógica terrenal- habitado por una familia de aristócratas con una hija adolescente -Marnie- con la que entablará una profunda amistad. Una amistad que sacará a relucir varios de los temas de la obra de Yonebayashi y que finalmente servirá como catalizador para el auténtico tema central. La película habla de la soledad y la necesidad de romperla; de los lazos familiares; de la identidad propia y la búsqueda de un lugar en el mundo; de la confrontación entre lo real y lo deseado, lo físico y lo intangible; de la pena, la memoria y la superación del dolor. Pero, en esencia y muy especialmente, When Marnie Was There habla del aprendizaje y la maduración, de la responsabilidad y el conocimiento.

En efecto la película es una nueva piedra en la gran atalaya audiovisual que ha construido Ghibli desde la que uno puede observar ese eterno tema. El coming of age. Y, como de costumbre, lo hace esquivando la cursilería, la obviedad y la repetición acartonada en las que suelen bucear hoy este tipo de propuestas. Es esta una película melodramática y emocionalmente cargada, que busca -y encuentra- la lágrima, que se posiciona sin rubor en el terreno de la melancolía más profunda, casi desolada. Pero en ningún momento cae en lo fácil, en la búsqueda del dramatismo por el dramatismo ni en las representaciones sentimentales burdas. Al contrario, apela a esos sentimientos pero también sabe nadar en la pura sugerencia, en el cosquilleo sensorial y en la nostalgia bien entendida y conducida. La película es rica en sensaciones conocidas y a partir de ello construye su deliciosa mezcla de costumbrismo campestre y mística brumosa: el viento soplando en un oído, el contacto de los pies con el agua de un estanque, el leve chirrido de una valla herrumbrosa que se abre por primera vez en años, el tacto de la pintura desprendiéndose de un portón de madera viejo, la visión de la hierba trenzándose con las cenefas de una silla de jardín tirada años atrás, el lamento de ballena que despide el casco de un robusto bote antiguo al desplazarse sobre el agua. Todo ello va dotando a la película de preciosos matices formales que enriquecen su vertiente más puramente emotiva.

Lo cual carecería de sentido de no estar respaldado por la habitual clase técnica y el infinito gusto visual y sonoro que caracteriza todos los productos de la casa. Studio Ghibli sigue (seguía) siendo uno de los pocos bastiones de resistencia de la animación tradicional, y este caso concreto no es excepción. La película resulta en un brillante trabajo artesanal caracterizado por una animación tan elegante como de costumbre, un delicioso tratamiento del color y la luz, un dominio del movimiento y la expresividad corporal y facial asombroso y, en general, una belleza aturdidora. Por su parte la partitura de Takatsugu Muramatsu aporta quizá menos personalidad que las que suele facturar Joe Hisaishi pero destila la misma distinción y sofisticación y sabe amoldarse con facilidad a los giros dramáticos y a los momentos más espirituales. Un torrente de virtudes escénicas y narrativas que conforman, en fin, una película melancólica, reflexiva, adulta y finalmente tristísima que nos deja con ese sabor agridulce tan marcado por las ambivalencias: When Marnie Was There es la mejor despedida a la que podía aspirar una productora que tan bien ha sabido transmitir la pureza sentimental y el tránsito de este mundo a otros… pero si este es el nivel, ¿por qué marcharse ahora? Como decía, esperemos que sea por poco tiempo. Hasta su vuelta, si se produce, este es su legado. El de la leyenda.

8/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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