Crítica de Les rencontres d’après minuit

Debut en el largo del francés Yann Gonzalez tras una carrera bien cimentada en el cortometraje, Les rencontres d’après minuit es algo más que un paso arriesgado. Es, maldita sea, un auténtico vuelo kamikaze. Un gesto suicida que, a medio camino de la iluminación y la empanada mental, le reportará tantos partidarios acérrimos como detractores psicóticos. Claro, uno no puede darse a conocer entre el público con algo así sin ser un genio o sin estar muy loco, y aún no tengo muy claro cuál de las dos opciones es la de Gonzalez, descartada (no sé muy bien por qué) la de fraude pseudoartístico con ínfulas de visionario. En cualquier caso, esto lo divide a uno segundo a segundo prácticamente hasta un final emotivo y sólido que termina encajando lo que faltaba por encajar; y al final, quien esto escribe se declara bastante fan de un discurso que es tan avasallador como repelente, tan capaz de regalarle cosas brillantes a los espectadores más dispuestos como de expulsar a los más cínicos y/u ortodoxos. Pero hey, de eso va a veces el cine, ¿no? De tocar las pelotas, de retar y de descolocar al espectador, de que no sepa exactamente en qué agujero meterse. Porque esta es una de esas películas que no pertenecen a un lado o al opuesto, sino que se quedan en el intersticio de todo y por ello se sitúan en un incómodo punto vacío donde entra y cabe cualquier cosa. Y donde se conjugan opuestos y contradicciones constantes.

Las cartas de presentación de la película son una mano de referentes más o menos acotados en un cine pretérito incómodo y puñetero, marcadamente esteticista pero también decadente, petardo, onírico o surrealista. En los primeros minutos uno puede identificar puentes tendidos entre nombres tan dispares (y a su modo tan coherentes) como Fassbinder, Kenneth Anger, Jodorowsky, Lynch, Almodóvar, Derek Jarman y, en general, todos esos estetas del feismo que campaban por el giallo. El director evoca esos referentes y los usa primero para descolocar a un espectador que se ve obligado a reubicarse a si mismo en una especie de pasado de romanticismo loco y macarra. Y segundo para deslocalizar su historia y situarla en un punto irreal, lírico o pesadillesco. De forma menos radical que su coetánea L’étrange couleur des larmes de ton corps, Les rencontres d’après minuit utiliza ese tapiz estético para lanzar sugerencias visuales y puros estofados mentales del realizador un poco hacia todos lados a partir de una historia central que vertebra el guión: una pareja y su criado travesti organizan una orgía que deberá durar toda una noche y a la que acudirán una serie de invitados. Personajes que parten de arquetipos y que responden a los nombres La Zorra, El Semental, La Estrella y El Adolescente. Entre ellos se establecerá un juego psicodramático en el que saldrán a relucir -en un sistema de perversiones, transgresiones, sexualidad torcida y sadomasoquismo- los sueños, traumas, recuerdos y anhelos de esos personajes.

Una nueva historia en clave de comedia incómoda, de drama, de melodrama y de terror (y también en cierto modo algo buñueliana) entorno a las diversiones perversas y totalmente jodidas de la burguesía recalcitrante. Una trama que parte de planteamientos alegóricos, elusivos y esquivos, trufado de metáforas absurdas y arranques de profunda sinceridad en un entorno buscadamente teatral, que apela de manera artificiosa y antinaturalista a las puestas en escena y a los discursos estéticos del cine y la fotografía de los 80. Un aroma retro al que contribuye la música epifánica de los M83 de Anthony Gonzalez, hermano del realizador. El resultado visual son atmósferas enrarecidas, siempre oscuras o contrastadas, pero nunca sucias ni desagradables. Casi en algunos momentos de un retrofuturismo naïf y con una gran importancia expresiva y estética del cromatismo y la iluminación, especialmente marcada por colores primarios. Todo en una localización casi única (de la que se sale en contadas ocasiones) y en un plazo limitado: desde la medianoche hasta el amanecer. Sí, esta es casi una película teatral, pero aprovecha bien las capacidades expresivas del medio cinematográfico (música, fotografía, planificación) y evita acomodarse a la escena recurriendo visualmente a las texturas y narrativamente a los saltos temporales hasta quedar convertida casi en un puzzle.

Gonzalez se muestra, para bien o para mal (decida usted, querido espectador) ilimitadamente autoconsciente, postmoderno y metatodo. Estirado y engolado casi todo el tiempo, por lo menos hasta que la emotividad más pura y sincera se hace dueña del guión y la tristeza y la melancolía terminan dominando la expresividad brutal de la película. Antes de eso, esto se despliega como un ensayo freak entre la reinterpretación del mito vampírico y un anuncio de perfumes ideado por un publicista intoxicado de mescal. Un viaje alucinante al interior de la mente (la del tipo Gonzalez, claro) entre el romanticismo y el sexo, intelectualizado y visceral, estimulante y estomagante a partes iguales, kitsch y audaz al mismo tiempo, y que tiene mucho de boutade, pero también de ejercicio autoral sincero y profundo. Sí, por supuesto que resultará antipática, que habrá más de uno y de dos que con razón la catalogarán de ejercicio de onanismo mental destinado a mentes impresionables y a estudiantes de primero de cine. Pero tampoco es menos cierto que uno puede llegar a ser cautivado por la precisión milimétrica con que el director pone en juego su propio imaginario y la eficacia con la que poco a poco va dejando entrar el oxigeno a su historia hasta empaparla de sinceridad. Esto es un one man show, que nadie se engañe, pero es el de alguien que puede llegar a lo más alto. Y nosotros habremos estado ahí para dar cuenta de su ascenso o su caída. A ver.

7’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. La acabo de ver Que COSA ! cuando me desespere un poco vi que iba ya en mas de la mitad la película , me había absorbido por completo una montaña rusa de alteraciones, todas esas bajas pasiones, egoísmos, pero también el Amor estoy sorprendida, que raro había pasado la semana viendo películas con temática sexual y a la noche la que me esperaba era esta como para terminar de completar esa gran bola de nieve, todos esos traumas juntos, tantas carencias olvidadas aunque sea por unos minutos placer.

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