Crítica de Ricky

«Ecléctico», «imprevisible» o «inclasificable» son calificativos que suelen endosarse al director François Ozon cuando se habla de sus películas. Pero es que no es para menos, porque el francés de ecléctico e imprevisible tiene tanto como que cada una de sus películas va por caminos distintos a la anterior; e inclasificable es lo que es esta «Ricky», a caballo entre el drama costumbrista de pareja, la realidad social a lo Cine de Autor Europeo y el cuento fantástico surrealista.
Y es que la última película de Ozon es varias cosas a la vez. Ved por dónde va el argumento para haceros una idea: Katie (Alexandra Lamy) trabaja en una fábrica de productos químicos. Vive con su hija en un piso modesto y las pasa algo canutas para llegar a fin de mes. Cierto día, en el trabajo, conoce a Paco (Sergi López), y poco a poco van enamorándose. Finalmente establecen una relación que pronto se vuelve estable. Tanto, que Katie se queda embarazada y pare un niño angelical al que llaman Ricky. Y lo de «angelical» no es gratuito, porque al cabo de poco tiempo el bebé termina desarrollando unas alas, con sus plumas y todo, que le salen de la espalda. Ahora Katie, después de separarse de Paco, tiene que encargarse sola del cuidado de su pequeño y enfrentarse a la «particularidad» de Ricky y al asombro de la sociedad cuando esta se descubre.
A lo que iba: «Ricky» opera en varios planos. Con un argumento de este tipo uno podría pensar que estamos ante el enésimo cuento fantástico (divierte pensar qué habría hecho Hollywood con semejante historia), pero nada más lejos del resultado final, y ahí precisamente es donde está la gracia. La película se enmarca dentro de unos límites de realismo, concretamente de ese que llaman «social», y de hecho durante la primera mitad del metraje, eso es justo lo que parece. Las secuencias de la fábrica, por ejemplo, perfectamente podrían haber sido rodadas por los hermanos Dardenne de «Rosetta» o por el Cantet de «Recursos humanos», tanto por temática como por estilo, seco, frío y realista. Sin ir más lejos, no falta la escena de pitillo compartido en la calle, ni los tirayaflojas con la jefa, ni el momento de polvo en el baño. Además, el entorno en el que se mueven Katie y su hija es modesto, viviendo en un piso pequeño y destartalado. Y a pesar de esto, en ningún momento Ozon cede a la tentación del dramatismo facilón y la piedad hacia el pobre. No, prefiere mantenerse en un plano de serenidad objetiva y frialdad expositiva.
Sin embargo tras la llegada de Paco y con la formación de la «familia» de repente las cosas se aceleran y -ojo- de un plano a otro Katie queda embarazada y se pone de parto. Todo ha ido bien, cuatro quilos
y medio, un niño precioso.
Y aquí Ozon es donde comienza a juguetear con ese aire fantástico. No se aparta de sus coordenadas realistas, pero empieza a mostrar esa sociedad con un cierto aura misterioso: algunos planos de recurso de edificios, por ejemplo, aparecen con un aire un tanto irreal, extraño. Se sigue recurriendo, como digo, al componente social (los moretones que aparecen en la espalda de Ricky llevan a Katie a deducir -erróneamente- que Paco lo maltrata) pero la rareza queda establecida ya definitivamente con el «cambio» del bebé.
Al principio, Katie e hija se sorprenden, pero en seguida aprenden a aceptar la anomalía de Ricky, de modo tan rápido como increíble, metáfora a dos bandas del amor materno y de la aceptación de aquello que se sale de la norma, de lo «distinto». Como digo, el relato empieza a jugar con sus propias reglas, y se propone hacernos creer al mismo tiempo lo mágico y lo realista. Y vaya si lo consigue.
Pasando con facilidad del drama a la comedia y con un tono en varios momentos algo perturbador, se nos va mostrando el crecimiento de los apéndices del bebé y cómo va aprendiendo a alzar el vuelo por sí solo, y paralelamente cómo madre e hija deben adaptarse a la novedad: se dedican a forrar de gomaespuma la casa para proteger a Ricky de accidentes de vuelo, le compran un casco de bicicleta para los chichones contra el techo y se lo llevan al súper en la secuencia que accidentalmente la gente «de fuera» descubre el tinglado.
Esta hibridación de tonos y estilos podría parecer indefinición, pero lo cierto es que está todo muy bien cohesionado. No es que el relato no encuentre su lugar en medio de los distintos géneros o convenciones, todo lo contrario, como decía toma unas reglas propias y las interioriza, y el resultado es sorprendentemente coherente. Lo cuál transmite aún más una sensación extraña y mágica: es curioso pensar cómo nos «impermeabilizamos» de la belleza de lo fantástico con productos tan excesivos como «The Lovely Bones«, que de puro empacho poético termina emocionándonos aproximadamente nada, mientras que esta «Ricky», en cambio, sabe administrar sabiamente su toque mágico y al final resulta infinitamente más emotivo.

El caso es que durante la mayor parte del metraje, «Ricky» parece una metáfora del reto de la maternidad. Un retrato a ratos realista, a ratos paródico de lo que significa establecer un vínculo madre-hijo y de las responsabilidades, alegrías y decepciones que todo ello conlleva. Pero Ozon no se contenta con eso, y al final le da una cierta vuelta a su propósito y convierte la película en un relato de maduración: antes hay que aprender a conocerse, a aceptarse a estar en paz; el resto, vendrá después. Me explico mediante un SPOILER: el tramo final de la película, cuando ya hemos aprendido a aceptar a Ricky como algo casi normal, nos devuelve al surrealismo a través de esa secuencia en la que Katie y el retornado Paco deciden enseñar a Ricky a la prensa -y de paso, todo sea dicho, forrarse con el invento-. La imagen de Ricky flotando como un globo, amarrado por una cuerda, y su posterior escape hacia el horizonte nos recuerdan que estamos ante un cuento, una fábula. Y cuando este reaparece como (ya sí) un ángel, el personaje de Katie experimenta la catarsis que le llevará a conocerse y la preparará para el auténtico embarazo. [fin del SPOILER]

O quizá no. Quizá Ozon haya decidido contar una historia sin moraleja, sin mensaje alguno, por la sana voluntad experimentadora y narrativa. No sé, pero sea como sea, le ha salido una película realmente notable, divertida, emotiva, curiosa y bastante inquietante: a partir de ahora un servidor pedirá siempre la pechuga cuando haya pollo para comer ¡Bleurgh!

7’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Ojala y venga a México, aunque sabiendo que es cine de autor y no lleva algun guiño de holliwood, dudo que venga… el trailer me encanto, espero conseguirla, almenos pirata, como paso con The Fall: hermosa… apoteósica!

  2. Leonel, dí que sí, a ver si se le pega a Blutarsky y acaba viendo The Fall. Maravillosa también en mi opinión!

  3. Pregunta: Nadie recuerda Toby, de Antonio Mercero? nene angelical, matrimonio alucinado y mismo final…
    Suena raro no?

  4. Pues sí, se ha hablado bastante del tema "Tobi" con esta "Ricky", pero… confieso no haberla visto (inserte cara de vergüenza AQUÍ). Así que preferí no mojarme y no citarla en mi crítica, para evitar metidas de gamba…

    (cuidao, en la casa sólo hablamos de lo que sabemos! jejeje…)

    ¡En cuanto pueda, le echo mano!

    Salud

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