Crítica de Río rojo (Red River)
Con el todoterreno, el pulpo que llegaba a todos los géneros; con Howard Hawks hemos topado. Quien lo mismo dirigía una comedia y le salía La fiera de mi niña, que una de cine negro, pongamos El sueño eterno, y en ambos casos encolomaba sendas películas en los top de la historia de sus respectivos géneros. Normal que hiciera lo propio con el western, ya desde su primera intentona en el género, este Río rojo que llegaba a finales de los cuarenta estableciendo el principio de muchas cosas: los primeros pasos de Hawks en el género, la primera entrega de la inesperada saga río (que seguiría con Río bravo y se cerraría con la última película de Hawks, Río Lobo), el debut de Montgomery Clift en el cine… y según se dice, el arranque de verdad de John Wayne, pues entre otras cosas, lo que pone en evidencia es que el gigantón de La diligencia valía para algo más que meros héroes trazados a brochazos. Y es que tras su visionado, John Ford empezaría a requerir al actor para papeles mucho más interesantes, del calibre de El hombre tranquilo, Centauros del desierto o El hombre que mató a Liberty Valance, ahí es nada. Harina de otro costal, pues si bien la filmografía de Ford acongoja, no tiene por qué hacer sombra a la obra maestra que ahora nos ocupa.
Horse opera por todo lo alto, Río rojo demuestra desde los primeros fotogramas su inmensidad, abarcada por un Hawks ambicioso como pocos. Grandes exteriores, retratados desde una cámara solemne y presentados en riguroso, imponente blanco y negro (al menos en la versión finalmente estrenada en cines que sustituyó, a última hora, a la coloreada –y menos mal), sirven de obertura para un film que no escatima en recursos a la hora de narrar la historia de un grupo de vaqueros encargados de trasladar hasta diez mil cabezas de ganado desde Texas hasta Missouri. Empresa que nadie había intentado antes por la dificultad que alberga, y por lo tanto similitudes dentro y fuera de la pantalla por una producción, diríase compleja: a saber cuántas vacas se usaron efectivamente para la marcha (cruces de río incluidos), en un rodaje que incluyó lesiones, infecciones y hospitalizaciones de todo tipo (el propio Hawks tuvo que ausentarse varios días por la picadura de un ciempiés). Todo para lograr un hito, ya no sólo técnico, sino artístico: por encima de todo, Río rojo es una película condenadamente intensa a nivel emocional.
Es un espectáculo para la vista, cierto; es una aventura que más de una vez asfixia al espectador, también. Pero de tamañas dimensiones se sirve Hawks para, sobre todo, hacer del guión de Borden Chase y Charles Schnee una historia en realidad pequeñísima, profundamente sentida. Quizá por contraste, quizá porque, demonios, cada vaca que se pierde por el camino duele como si de la muerte de un protagonista se tratara; sea como sea, el verdadero poder de Río rojo reside en la inusitada fuerza de sus personajes, la relación que los une, y la evolución de cada uno de ellos. En esta auténtica odisea por el desierto, tienen cabida desde personalidades inflexibles que necesariamente deben ser replanteadas, a superaciones personales (y grupales), enfrentamientos y alternancia de poderes. Todo orientado hacia la demostración (todavía hay quien lo pone en duda) de que el western vale tanto como cualquier otro género para calar hondo en el espectador. Que sus personajes, en la mayoría de ocasiones, no dejan de ser seres humanos que se ven obligados a salir de su cotidianidad para hacer frente a algún acontecimiento extraordinario que pueda marcar sus vidas en mayor o menor medida (aquí: padre, hijo, y transporte de un MacGuffin). Temas universales… con vacas de por medio.
En conjunto, una película exquisita. Épica, emocionante, plagada de escenas o meros planos para el recuerdo (ese entierro; el venado cruzando en masa las peligrosas aguas del río…) así como de matices y pasajes íntimos, mínimos, igualmente memorables. Con una interpretación, la de Wayne, definitoria, y una banda sonora (el mítico Dimitri Tiomkin, señoras y señores) tan antológica como sería, más adelante, la de Sólo ante el peligro. Otro de esos westerns para la historia deudor, de manera más o menos directa, de la que hoy nos ha hecho llegar hasta aquí.
Y en el Blu-Ray…
La 20th Fox, por fin, edita en condiciones Río rojo. Esto es, dando el salto al Blu-Ray con una edición digna, alejada de las habituales compañías de dudosa proveniencia. Lo hace, ahora bien, con un disco algo deslucido: si bien suene mejor que de costumbre con su nuevo master en inglés, no deja de ser el mono original (se presenta con un Dolby Digital también 1.0 en castellano); y si bien se vea mejor, no se aprecia tanto como en otras ocasiones el salto a los 1080 desde un DVD que ya ofrecía una calidad impecable. De hecho, en ocasiones el grano molesta más de lo debido. Por su parte, los extras se limitan a un trailer, y a un capricho inesperado: la opción de ver la película coloreada, según un pase previo a su estreno. Como curiosidad es interesante. Lo mejor de todo es un precio muy ajustado, que convierten la adquisición del film en una obligación.