Crítica de Rock’n’Love (You Instead)
A través de una medianamente dilatada peregrinación intergenérica, el director David Mackenzie cuenta con varios largometrajes ya a sus espaldas. Un tipo que nunca ha despertado excesivas admiraciones ni generado demasiadas reticencias. Uno de esos camaleones que va trabajando en un plano entre el mercenariado y la inquietud personal, un paso cada día, casi nunca hacia delante, pero no necesariamente hacia atrás. Una especie cuyos miembros podemos contar a decenas. Y todos parecen, en el eclecticismo de sus respectivos corpus creativos, compartir un rasgo: esa adaptación natural reptiliana. Un aclimatamiento basado en la propia supervivencia que ahora parece haber llevado a este individuo en concreto a pisar el terreno fangoso de un macrofestival musical de los de al aire libre y en acampada. Y aquí estamos nosotros para cuestionarlo, claro. Porque a la vista de los resultados que arroja Rock’n’Love, todo esto no parece mucho más que una operación de oportunismo, la ocupación de un plano cultural (el del cine de festivales de rock) que llevaba un tiempo sin recibir nuevos inquilinos.
Así que me resisto a traer a colación varios de sus ilustres abuelos estilísticos; películas que, hace ya más de cuarenta años, no sólo documentaban un estilo de vida, una manera de entender la música como herramienta de compromiso y como pegamento social que aglutinaba a las personas bajo el signo de la convivencia (también era la época, vaya) sino que además se constituían en totales reflejos, fieles en aspiraciones y resultados formales, de la propia idiosincrasia del momento. Esto es, radicales libres llevados al celuloide. Expresiones de la anarquía, la rebeldía y la pasión juvenil escupidas en documentos no menos necesarios, no menos urgentes.
Pero esto no, esto es pose. Esto es lo que comentaba hace un momento. Un guiño esencialmente simplón a un sector de la platea impresionable y de fácil embuchacamiento. Lo que hace Mackenzie no es comprender las mutaciones de la esencia festivalera en una década en que definitivamente se ha consolidado el espíritu raver de la electrónica de masas, en que el rock ha asumido sus propios símbolos y poses para lograr articular discursos en los que actitud y sonido vuelven a enriquecerse mutuamente, en la que la batidora multirreferencial que se imponía en los 90 y dosmiles ha llegado al paroxismo para alcanzar inéditos niveles de autoconsciencia gracias en parte a las nuevas redes de comunicación 2.0. Nada de eso, lo que hace el realizador es montar un gran publirreportaje a mayor gloria del festival escocés T in the Park (extenso pero no infalible cartel el suyo) y de paso de la cervecera que lo promueve.
Por eso no hay rastro de verdad en todo esto, no se palpa sinceridad ni conocimiento de causa, a pesar de los constantes planos aéreos de las multitudes tomados con las habituales hot head (esas enormes grúas que sobrevuelan la muchedumbre), de la presencia continuada de una banda de sonido con música diegética (se oyen y hacen acto de presencia, en sus actuaciones de la edición 2010, bandas autóctonas de cierta proyección internacional al estilo Kassidy o The Proclaimers) y de los recursos más o menos estereotipados, esperables en cualquier pieza para un telediario: el ambiente festivalero es real, pero la película incide en su vertiente exótica y termina cayendo en el repertorio de lugares comunes: los pedos en el backstage, las interminables madrugadas de tripi en la sesión dubstep de turno, las grupis etílicas, los fines de fiesta a sol salido, dando saltos en grupo y con el dedo índice apuntando al cielo como si no hubiera un mañana (en realidad no lo hay, es todo un gran hoy prolongado).
Al final, lo único que importa en Rock’n’Love es resultar en un producto de enganche inmediato, vertebrado por una historia de amor que, a decir verdad, va bastante escasa de ello -de enganche; amor sí hay-: la de dos rockstars que quedan esposados accidentalmente (la metáfora de las esposas otra vez, sí) y tienen que convivir hasta que inevitablemente nazca el cariño. Una trama que incita al baboseo moña, muy trillada, bien mascada desde tiempos inmemoriales por el cine romántico de Hollywood más genérico y, para colmo, sin ningún asidero creativo, sin nada a lo que agarrarse. Ninguna idea buena, ningún elemento motivador, ningún giro brillante.
Pero todo, eso sí, con una buscada pátina cool, tanteando la línea de conexión hipster directa, sin demasiadas complicaciones y encomendándose al poder atractor de la música grabada en vivo. A este respecto, la tarea del realizador no pasa de lo esperable y predecible. Se mueve por su relato buscando una estética (teóricamente) naturalista, de una plasticidad sucia mediante una fotografía guarra, acorde con el ambiente gorrinil y birrero que se vive en todo macrofestival de estas características.
Con todo, algún momento de sincera intimidad, algún otro de divertida complicidad con el espectador y esta época del año, tan llena de picores festivaleros y ganas de maratonianas sesiones de polvos, música y farlopa, podrían convertir a esta pequeña nadería en una película apreciada por un sector determinado de la platea semi-indie. No se lo merecerá, claro (la cantidad de autores realmente cool y además con muchas cosas interesantes por decir que hay ahí fuera espeluzna), pero sea como sea el sentido de la oportunidad no se lo vamos a poder negar.
Aunque los realmente interesados en la idea nos vamos a tener que joder.
Como querer ver a Four Tet y tragarse un pregrabado de los Chemical Brothers.
4/10
La conocía como "Tonight you´re mine" y el trailer me parecía resultón. Una pena que no llegue a brillar en ninguno de sus puntos.
A nivel de actores….¿como esta?, ella creo que es la de Game of Thrones no?, la esclava de los niños ( y para HP fans…Nymphadora Tonks).
Justo!
Si no recuerdo mal se llama Natalia Tena. Es hispanolondinense, o algo por el estilo. Peculiar rostro. En Game of Thrones se le ven las mamellas. Sólo digo.