Crítica de La Ronda de Noche
Contrapuestas sensaciones se perciben conforme avanza esta película.
Por un lado, es inevitable bostezar en más de una ocasión debido a la enorme parsimonia con la que se explican los acontecimientos. En ocasiones, el sosegado ritmo se convierte en puro hastío, al que Greenaway somete al espectador llegando incluso a exasperar cuando, realmente, parece que no esté pasando nada de nada. En definitiva, esas dos horas y cuarto de duración se antojan excesivas a todas luces, aunque afortunadamente, el tedio se reduce a momentos aislados que no empañan en exceso el ritmo global que, como digo, no es precisamente liviano.
En la otra cara de la moneda, «La Ronda de Noche» supone la irradiación de una notable cantidad de valores que la convierten en una película como mínimo curiosa.
Digna de alabanza es la intención del director de fundir pintura y celuloide de manera que cada fotograma pueda congelarse en el tiempo y ser más parecido a un cuadro que a un fragmento de película. De este modo, el diseño de producción (originalísimo, por cierto) se esfuerza por emular una composición pictórica, por lo que no será de extrañar ver constantemente grandes comidas al rededor de una larga mesa rectangular recamada con densas telas, y actores casi inmóviles al fondo de la imagen, en posiciones de lo más forzadas para una película pero idóneas para un par de pinceladas. Lo cierto es que lejos de agotar lo excesivo de su planteamiento, el experimento funciona a las mil maravillas, componiendo un film que a su vez es obra de teatro y pintura barroca, desde luego muy original a la vista. Y entre todo ello, un par de cortes sorprendentes en los que el pintor protagonista se dirige a la cámara y comienza a hablar casi como si de una entrevista se tratara, describiendo etapas, sentimientos, o mujeres de su vida. Y de nuevo, este experimento dentro del experimento funciona, pues aporta ese punto de inflexión que hace recuperar el ritmo decaído y evita así el total batacazo.
Pero sobre todo, lo que «La Ronda de Noche» supone es una lección, una clase doble. De historia, porque si bien es obvio que la vida de Rembrandt debe de haber sido alterada de manera drástica, no deja de ser un interesante acercamiento a una época y personaje verídicos. Pero sobretodo de arte, pues lo que Greenaway pretende es explicarnos por un lado todo lo que podía llegar a rodear la creación de un cuadro, y por otro enseñarnos a leer dicha obra entre líneas. Porque ese era el medio con el que sus autores informaban, caricaturizaban, ofendían, o acusaban: una cabeza demasiado grande podía acabar con la reputación del retratado, una determinada postura incriminarlo.
Cuando Rembrandt acepta retratar a una compañía de la milicia holandesa, descubre poco a poco los secretos y mentiras que cada uno de sus componentes esconde, que incluyen desde la homosexualidad a la pedofilia e incluso el asesinato de uno de sus superiores.
Por tanto, lo que a fin de cuentas es «La Ronda de Noche» es un estudio de ese cuadro, del significado de cada una de las caracterizaciones, y de la historia que las precede.
En resumidas cuentas, la propuesta de Greenaway es tan atrevida como irregular, pero meritoria de una oportunidad. Se trata de una película parsimoniosa y algo confusa, pero sumamente bien interpretada y deliciosa para los ojos. Pero lo más importante es que logra otorgar al espectador (que no esté demasiado puesto en el tema, ignoro que pensará un erudito en arte) un nuevo punto de vista con el que redescubrir el arte de la pintura. Más que aconsejable.
6,5/10
Pues fijate que, con todo, me llama la atención. Ya te contaré…