Crítica de Route Irish
En mi opinión al pobre Ken Loach le ha durado el backlash ya demasiados años. Bien, no digo que no se lo buscara, que no se merezca una reacción de rechazo crítico generalizada –eso, backlash– tras sus (lejanísimos) buenos inicios. Pero su simplista demagogia ocasional, su reiterativa fijación temática y su habitual desprecio por la depuración formal no quitan que el hombre pueda tener su pequeña parcela donde expresarse con tranquilidad… y pueda obtener resultados, en ocasiones, no del todo desechables.
Y lo curioso es que este retorno al semiacierto se produzca en un terreno que pocas veces había pisado. A vista más o menos global del conjunto de su carrera, el realizador británico agotó la vía drama social que tan buenos resultados le dio con Riff-Raff y Lloviendo piedras -máximas expresiones y perfeccionamiento de su tesis- tensando la cuerda poco después (Ladybird, Ladybird) y tras la catarsis alargando con agonía su propia tendencia en el tiempo mediante una serie de productos que, poco a poco, iban evidenciando sus limitaciones creativas.
Y ha tenido que derivarse a sí mismo hacia otros terrenos menos estilísticamente puros (Sólo un beso), más filosóficamente esqueléticos (más mullidos en apropiacionismo intergenérico como El viento que agita la cebada), o incluso -como el Spike Lee de Plan oculto, por ejemplo- hacia un producto menos «noble», menos verité (el que no ocupa), para lograr estas nuevas cotas de acierto. Si bien su guionista habitual desde La canción de Carla, Paul Laverty, ha vuelto a ribetear la trama de flecos sociales acá y allá, Route Irish es material de derribo: un thriller político que hasta se permite incurrir en algún momento en el cine de acción con coartada arty, en los tics de las últimas series televisivas de suspense policíaco (24) o en la estructura narrativa acumulativa, articulada mediante flashbacks. No es la primera vez que el director de Kes se marca escapes hacia el suspense y la investigación política (Agenda oculta), pero sí que es la primera que lo hace alejándose de un conflicto puramente británico.
Route Irish es la peligrosa carretera que conecta el aeropuerto con la zona internacional de Bagdad, lugar conflictivo donde los haya, escenario de matanzas y asaltos armados que suelen acabar en baños de sangre de soldados, cooperantes o periodistas. En este contexto, Fergus (ex fuerzas armadas británicas y actual mercenario) pierde a su compañero en armas y amigo de la infancia, Frankie, en circunstancias poco claras, durante un asalto en la Route Irish en la que podría tener algo que ver hasta un conflicto diplomático. Desde el momento de la noticia, Fergus intentará esclarecer los hechos, lo que lo llevará hasta la pura obsesión alentada por un estado de conspiranoia y de injusticia en el clima bélico de un Irak en pie de guerra. Escenario presente a través de sus propios recuerdos y de grabaciones en video que se revelan casi tan peligrosas como la propia realidad.
Un material a priori reduccionista, más anecdótico que puramente analítico en la vertiente sociopolítica del asunto. Pero que sin embargo llevará a los responsables de la cinta a profundizar en otros terrenos. Concretamente la culpa, la responsabilidad y, claro, el dolor por la pérdida de un tipo que puede erigirse, o no, en símbolo de una sociedad que se autoculpabiliza por lo que ocurre tras las fronteras desfavorecidas -a varios miles de kilómetros; solo visibles a través de una pantalla pequeña- sin poner auténtico empeño en solucionar nada. Bien, aunque pusiéramos cartas en el asunto, parece decir Loach, la culpa es un manchurrón dificil de enjugar. Y el intervencionismo es una política cuanto menos delicada. Y es que algo del Winterbottom más comprometido hay en toda esta visión del «otro mundo» y en el cierto aroma a complejo occidental con el que Loach nos muestra la crisis armada (visualmente, mediante esas imágenes de cámaras de video domésticas) y reflexiona (simbólicamente, a través de la figura de los contratistas) entorno algunos de los problemas que la propia crisis conlleva.
Bien pensado, Route Irish es una película tanto abierta como sutilmente política. Porque, además de plantear una situación reconocible, gira alrededor del conflicto del hombre expeditivo que decide debatir con su entorno y poner en movimiento sus propios demonios interiores para llegar a la justificación de la actuación hostil. Es casi una pantomima. La de Fergus es una estrategia que, si bien obedece a los impulsos más primarios del hombre, lo convierte en una isla legal en sí misma. Primero en conflicto con el recuerdo, con su conciencia, con su pasado, y después en su interacción con el resto de personas. Finalmente consigo mismo otra vez, en lo que parece la única conclusión posible, el único modo de dirimir sus tormentos.
Material delicado que desde luego requiere de un tacto especial, alejado del amarillismo y la espectacularización de un tema ya de por sí complejo (el remordimiento) y un escenario crítico (la vida en La Zona). Y del mismo modo que el realizador se mantiene, muy conscientemente y soltando poco la correa, en los márgenes de la frialdad expositiva para lograr no caer en los histrionismos que empañaban algunas de sus recientes producciones, también cuerdaflojea con una cierta oquedad audiovisual. Como suele pasar con el cine de Loach, su apuesta desnuda no está suficientemente vaciada de estilo como para entrar en el terreno de la austeridad más asfixiante, en el ascetismo más correoso. Ni, todo lo contrario, posee valores extras y una cualidad especialmente cinética que, en este caso concreto, podrían dotar de músculo y voluptuosidad a su película hasta el extremo de poderse medir en un tú a tú con un Paul Greengrass. Por ejemplo.
Aun así, no vendría a cuento lanzar a estas alturas tales reproches a semejante perro viejo, del mismo modo que estaría fuera de lugar despreciar su sabiduría escénica, su habilidad dramática, la efectividad de sus segmentos más (ejem) humanamente realistas y una corrección general gracias a la cual el efectivo guión está traducido a imágenes con rigor y buen pulso.
Luego, a toro pasado uno echa cuentas y consulta con la balanza y llega a la conclusión de que en el fondo si lo único que pretendemos es gastar un rato creyéndonos que se estamos viendo un producto de calidad, contenido potente y buen ojo formal, Route Irish funciona a las mil maravillas.
Y Loach no se mueve de donde estaba. Fuera donde fuese.
6/10
¿Es en "Lloviendo piedras" que hay un pèrsonaje de una hija de unos 16, anoréxica me parece recordar, que se pasa toda la peli diciendo "discaaaaaasting….."? Y si no, alguien se acuerda de qué peli es? (british and social cinema, sure) Yo es que me morí de risa y ahora no estoy segura de que fuera "Raining Stones".