Crítica de Santa sangre

Santa sangre

Al margen de filias y fobias, que en este caso suelen ser bastante extremas, nadie podría hoy día negar la importancia de Alejandro Jodorowsky en la organización durante los años setenta y ochenta de un panorama expresivo rupturista basado en la violentación de los códigos clásicos, en la puesta en crisis de las formas narrativas convencionales a partir de la libre explotación de la mente a través de una experimentación extensiva motivada por la multidisciplina. Y por los alucinógenos. Un corpus creativo, el de Jodorowsky, cimentado en una obra transversal que abarca literatura, cómics, teatro y cine y que propició felices relaciones simbióticas (la más destacada, a mi entender, con el dibujante/divinidad Moebius) y, en el terreno que nos interesa ahora, arrojó un puñado de películas esenciales para comprender la más radical modernidad fílmica o el más psicotrópico desvarío creativo, a escoger: El topo, La montaña sagrada, Tusk y, claro, Santa sangre.

Estrenada en 1989, poco después de la publicación de El Incal, pero gestada durante largo tiempo, es esta una película inabarcable, infinita en sugerencias e inexpugnable en su multiplicidad de significados y alusiones, centrados en una miríada de terrenos simbólicos. Desde el campo de lo psicoanalítico hasta lo religioso. Desde lo puramente autobiográfico (la película está llena de experiencias vertidas y de demonios expiados), hasta lo generado a raíz del efecto químico. Miles de significados ocultos se insinúan en los surcos de Santa sangre; símbolos que, me temo, se me escapan porque probablemente sólo se deban a si mismos, a las relaciones entre motivos que se van tejiendo a medida que avanza la película -llena de repeticiones temáticas- y a otros títulos del realizador -ojo al elefante de Tusk, la compartimentación cuasiepisódica de El topo o a la epifanía divina de La montaña sagrada-.

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Así que el primer impacto que provoca la película está relacionado con su aparente inestabilidad tonal y formal. Con su aire de pesadilla que se rige por criterios falsamente aleatorios, múltiples en sus origenes, y en sus referencias artísticas. Muchas de las vanguardias pictóricas y literarias de la primera mitad del siglo XX están contenidas en las imágenes de Santa sangre, pero su arsenal de guiños y referentes es especialmente fílmico. Y de entrada parece que al respecto de tan mutante la película sea inclasificable: su primera parte se presenta circense como un Fellini puesto de peyote, teatralizada y abiertamente ficcionada como un Greenaway que se ha excedido con la absenta, irreverente e incorrecta como el Pasolini de los 70, petarda como el Almodóvar de los 80, hipercromática como el De Palma de El fantasma del Paraíso. Y con ello, la historia de fondo parece arrebatada, romántica y sutil, en esa mezcla de conceptos poéticos con formas feístas tan de finales de los 80 y principios 90 (me viene a la mente la irregular Léolo). Y a pesar de sus idas y venidas, de sus golpes de timón estilísticos, de sus saltos temporales y su fragmentación, la del chileno resulta en una propuesta personal y coherente.

La amalgama se extiende a lo físico, a la representación visual del guión alucinado y alucinatorio: enanos, mujeres tatuadas, lanzadores de cuchillos, monjas, retrasados, luchadores enmascarados ginecomastas. Todo conforma un caldo de cultivo bizarro y visceral, onírico y táctil al mismo tiempo. Que se escurre entre los dedos pero al mismo tiempo golpea con furia. Que rasga su propia oscuridad con una fotografía ocasionalmente contrastada, hiperexpresiva, de colores primarios. Y perturba con imágenes impactantes que siempre remiten a algo, preferentemente a los conceptos relacionados con el amor, el sexo y la lujuria. Con las relaciones maternofiliales turbulentas y los ritos paganos de muerte y vida. Con el comentario social enfebrecido y el escape surrealista interior, hacia nuevos planos de la consciencia y lo inmaterial.

Santa sangre

Con todo, se va configurando una propuesta a medio camino del melodrama, el cine confesional, la iconoclastia por la iconoclastia y el homenaje al terrorífico, representado por una violencia muy giallo -produce todo esto Claudio Argento, hermano de Dario-, por guiños directos al cine de terror clásico (ahí está el fragmento de El hombre invisible), concomitancias con el expresionismo (la evidente coincidencia argumental con la esencial Las manos de Orlac) e incluso el horror gótico de la Hammer o las películas de zombis. Producto, como decía, de una experiencia propia, de un sentimiento de relato autobiográfico donde tienen cabida todos los intereses de su director, incluidos, obviamente, el chamanismo, el esoterismo y la filosofía arcana.

Casi un cuento romántico excesivo, folklórico, oscuro, colorido, grotesco y poético, Santa sangre no es sólo una cumbre de su realizador, es también una de las películas más fascinantes y locas que ha dado la filmografía latinoamericana. Un hito puesto ahora a nuestro alcance por 39 Escalones en una edición en DVD que, aunque se presenta casi totalmente exenta de extras, se guarda para si un incentivo valioso: un libreto bien nutrido y profuso en datos y criterios analíticos escrito por Diego Moldes, escritor y periodista autor de, entre otras retrospectivas, el ensayo Alejandro Jodorowsky publicado por Cátedra en 2012. Cualquier cosa que pueda decir yo, queda corta a su lado. Y cualquier cosa que pueda decir él, raquítica al lado de la experiencia que supone el simple visionado de Santa sangre.

Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Yo he visto "El Topo" y "La montaña sagrada" y creo que ya colmé mi cupo de Jodofilms. Veo que esta te ha impactado en algo, pero aun así me da pereza… Me la guardo en la rerameninge, pero muy atrás.

  2. Nah, ni te la guardes. No por nada, pero es que si te da pereza un Jodo, eso no hay quien lo arregle. Igual un día te pegas un viaje a Mojave y te dan un por ahí. Se te abre el cuc y te apetece. Pero mientras tanto, ni tocal·lo.
    Yo tampoco soy muy entusiasta, pero me flipa su capacidad para conjugar un universo propio a base de atiborrar sus películas con símbolos, metáforas, referentes y filosofías. Y en cierto modo me fascina su apetito por la violencia del alma (que se concreta en pantalla, pero sobre todo es espiritual. Muy jevi)

  3. Sí, bien descrito. Pero si no te apetece mucho el visionado es cansado… Cinco Jodos hacen un cuarto de Buñuel, así que puestos me pondría con el de Calanda… En tod caso, me ha hecho gracia leerte sobre él, u know ;)) Y me he acordado de las Jodospelis que las tenía en el baul de los recuerdos y eso que las ví hace sólo unos cuantos años, en youtube… XDD

  4. Ni un cuarto de Buñuel, cinco minutillos y aire.

  5. Ojo, que Buñuel también hizo alguna cosilla un poco justita, especialmente en su época mexicana. Como Don Quintín el amargao, Una mujer sin amor, o aquella de Robinson Crusoe. O Abismos de pasión que, a pesar de todo, siempre me ha parecido un peñazo. Menos mal que por esos lares también hizo Él y, sobre todo, Ensayo de un crimen.

    Ostras, en realidad te hacía yo muy de Jodo, no sé por qué…

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