Crítica de Searching for Sugar Man
Realidad que deja la ficción en paños menores. Sixto Rodriguez, Rodriguez a secas en su faceta songwriter y folksinger, nació como next big thing del folk rock americano y bajo ese estatus operó durante unos diez minutos allá por finales de los años 60. Proclamado como respuesta mestiza a Bob Dylan inmediatamente tras la publicación de su primer álbum, Cold Fact (1970), Rodriguez vino para convertirse en lo mejor que le ocurriera a la música del momento pero finalmente, no se sabe muy bien por qué, su tormenta quedó en agua de borrajas tras una acogida comercial más que tibia. Nada que no pudiera subsanar su segundo disco, Coming from Reality, publicado un año después, y que debía poner cada cosa en su lugar y funcionar como confirmación del diamante en bruto, como ascensión desde las tinieblas del talento desconocido. Tampoco. Rodriguez se esfumó tan rápido como había llegado y Detroit, su ciudad de origen, borró su legado como si jamás hubiera existido.
¿Jamás? Por aquellos caprichos del destino, con un Rodriguez ya desaparecido en las brumas del olvido, su música estalló en una Sudáfrica que necesitaba expiar las maldades y perversidades del apartheid a través de una producción artística con la capacidad revolucionaria y revulsiva bien engrasada. Y encontró en la figura de Rodriguez su perfecta vía de canalización; la música de Rodriguez conocía el éxito en Sudáfrica sin que el mismo Rodriguez lo supiera. Es más, nadie sabía dónde estaba el propio músico, envuelto su nombre, logros y miserias en leyendas negras, teorías descabelladas y hasta un presunto suicidio que nunca pudo confirmarse o rebatirse y cuyas circunstancias nunca quedaron demasiado claras.
Hasta hoy. Malik Bendjelloul, actor sueco reciclado en director, documenta el proceso de iluminación de la música y legado de Rodriguez a través de la historia de dos expertos lanzados a la caza del artista y a los motivos de su fracaso en Estados Unidos, paralelo a su masiva aceptación en Sudáfrica. Y lo convierte, gracias a recursos que trascienden la ortodoxia genérica del documental (el cultivo de un sense of wonder más ligado al cine de aventuras), a una arrolladora capacidad de fascinación y a una historia apasionante, en todo un ejercicio de thriller arrebatador. En una caza del mito y explicación de la leyenda que no sólo deviene en uno de los mejores rockumentary de las últimas temporadas sino también en una absorvente historia humana. Amor por la música y capacidad antropológica unidas bajo el signo del entretenimiento puro.
Y así es. El periplo nos lleva del Detroit cuna de Sugar Man (alias de Rodriguez) al Cape Town donde ni él mismo conocía que fue a recabar su legado. De los mitos y leyendas flotantes en un halo de incertidumbre a las confirmaciones y certezas impregnadas de triunfalismo subterráneo. De su supuesto suicidio a su retiro espiritual. Del fracaso y el ostracismo hasta la vibrante resurrección. Bendjelloul nos pasea por todo ello de la mano de una personalidad mística, carismática y magnética, y al mismo tiempo por los recovecos de sus canciones ideológicamente encendidas, por los avatares sociales de una Sudáfrica convulsa que encontraba en las cubetas de las tiendas de discos su pequeño reducto de rebeldía, capitalizado por los Beatles, Simon and Garfunkel y, sí, Rodriguez. Así vamos navegando en un ejercicio que tiene algo de formalismo y un aparato de producción potente, por un sinfín de imágenes de archivo, de reconstrucciones visuales del pathos de las canciones de Sugar Man y por las inevitables declaraciones de allegados y expertos, esta vez tocadas por una mezcla de reverencia, sorpresa y desengaño. Y finalmente, el director termina cediendo el testigo y dando la voz a quien más se lo merece y por quien, en el fondo, se sustenta todo esto.
Searching for Sugar Man es, en fin, un acto de amor hacia el rock y hacia los hombres que lo hacen posible; y al mismo tiempo una lanza rota entorno a la capacidad aglutinadora y conmovedora de una música por encima del nombre o la figura que se esconda detrás de ella. Esto es, un quiebro en las preconcepciones del folk ligadas al malditismo de sus responsables pero también una reverencia hacia una figura olvidada, perdida en la noche de los tiempos. Y eso ya es garantía de éxito en una película que pretende, y logra superar con creces el objetivo, trascender un ánimo documentalista para emocionar y conmover profundamente.
8/10
pena por qué? por no ser real o por la peli en sí? Porque digo yo, qué problema hay con que sea cien por cien verídico o todo lo contrario? Todos los documentales habidos y por haber hacen omisiones, cuentan la versión que les interesa de los hechos… qué de malo habría en que también lo hubiese hecho el autor de esta peli? (pregunto, que a mí me toca verla esta noche, precisamente)
Sí, yo tampoco lo entiendo. Y añado: ¿por qué "realidad a medias"? Supuestamente la historia es real. Que nos la hayan metido doblada es una posibilidad que siempre existirá, pero presuntamente los hechos son verídicos.
Que el tipo se cayera del Primavera Sound no significa que todo haya sido un ardid… ¿no?
Aaaaah, de ahí el mosqueo, claro…
realidad? digamos que realidad a medias…una pena