Crítica de El secreto de sus ojos
Y vaya por delante que con lo de «aclamada» hago referencia justo a eso, a la acogida popular, a la opinión generalizada que saluda la película como una de las mejores -si no la mejor- del año y que yo, aviso, no comparto totalmente.
Pero sí, hay que reconocerle sus méritos a esta la sorpresa argentina de la temporada.
«El secreto de sus ojos» se abre con una secuencia que resulta reveladora del tono de lo que vamos a ver las próximas dos horas y pico. En ella, un escritor (habitual, previsible y soberbio Ricardo Darín) imagina el principio de un relato que se nos muestra de dos maneras contrapuestas que son desechadas por el personaje en seguida: la primera está bañada por la luz cálida del sol matutino, la dulzura del pastelito del desayuno y la sonrisa acuosa de la protagonista. La segunda, es una escena de sexo atroz y violento. Dos maneras contrapuestas de enfocar los hechos conviviendo en una misma secuencia.
Y es que al fin y al cabo la película es justo eso: una historia de corte negro (neo noir dirán los modérners) encuadrada en un relato que se balancea entre la comedia y al drama, entre la ternura y la violencia más descarnada. Un peligroso paseo entre el éxito y el desastre total que afortunadamente se salda con lo primero.
Lo cual es una de las mayores virtudes de la película, mover por distintas coordenadas genéricas con relativa comodidad un argumento que cuenta, combinando en flashbacks presente y pasado, lo que sigue: Benjamín Espósito (Darín), un agente judicial recién jubilado decide empezar a escribir una novela basada en el caso de violación y asesinato que le obsesionó treintaytantos años atrás, concretamente en 1974. Para ello, acude a su antigua jefa Irene Hastings (Soledad Villamil), con quien investigó el suceso, de modo que juntos puedan rememorar unos hechos que aún no han sido esclarecidos… Y casi mejor dejar aquí las explicaciones, ya que la trama es bastante generosa en giros argumentales y momentos basados en la fuerza dramática provocada por una bien medida administración de la información.
Como decía, Campanella enmarca su historia en un contexto que está entre lo cómico, lo autoparódico (genial la secuencia del tren y su inmediata desacreditación), lo costumbrista y lo dramático, siendo globalmente una trama policial, con toques negros y arranques de una mala uva realmente punzantes. Y le funciona. Quizá no todas las caras del poliedro tienen la misma fuerza (la trama policial es un poco endeble y su resolución algo tópica y poco creíble; la historia entre Espósito e Irene sólo funciona en una de las direcciones propuestas), pero estas se ven compensadas por el músculo que exhiben otras, la más poderosa de las cuales podría ser, a parte del canónico relato negro -casi con ecos de novela negra tradicional-, el contexto social e histórico que enmarca la película.
Recordemos que en la línea temporal en la que transcurre la acción (1974) Argentina se encuentra al borde de un caos llamado golpe de estado que desembocará en una dictadura militar de seis años en la que las desapariciones de intelectuales y artistas estarán a la orden del día.
Estoy haciendo esfuerzos por no hablar más de la cuenta. Simplemente remarcar lo sabio del director en su decisión de tratar el tema de un modo sutil, elíptico, huyendo de dramatizaciones exageradas y subrayados innecesarios y dando pie para colmo a una de las mejores secuencias de toda la película: la de los tres personajes en el ascensor.
Pero aún podemos ir más allá. Porque si los elementos coyunturales tienen un gran alcance emocional (obvio), casi lo tiene más la historias concretas de los seres que pueblan la película: la de «El secreto de sus ojos» no deja de ser una historia «intimista» y detallista en la descripción y el tratamiento de sus personajes. El propio director afirma que pretende hablar «del recuerdo», de cómo los hechos quedan almacenados en nuestras retinas y cómo nos siguen afectando décadas más tarde. De cómo incorporamos el dolor en nuestras conciencias pero sin conseguir superarlo del todo. Los personajes van tomando forma poco a poco condicionados por estos preceptos, especialmente Espósito y Morales, el viudo de la víctima interpretado por Pablo Rago, desembocando en varios finales de trayecto/tramas que se van cerrando y que terminan por dotar de un terrible sentido a las acciones.
Al final, es ese quiste emocional lo que termina moviendo a los personajes y condicionando sus destinos.
Sin embargo. Alto en el camino. Hasta aquí sería lógico pensar que salí encantado con la película. Por desgracia, como comentaba no es exactamente así. Sus varios defectos empiezan por una cierta falta de espesura estilística, de rugosidad. Sí que hay momentos, decía, realmente dolorosos (la imagen de la víctima casi abriendo la película), pero también es cierto que la tinta negra que recorre los pasajes de la película en ocasiones está algo diluida. No todas las secuencias están a la misma altura en pasión o en audacia. La vertiene puramente de thriller, aunque no sea ni de lejos el centro de la película, no es suficientemente compleja.
La realización, por otro lado, tiene elementos realmente cojonudos (la construcción de algunas atmósferas), pero en otras resulta bastante fofa y llega a caer en momentos de planificación plano/contraplano, a años luz de la rotundidad que se le presupondría a una producción de este tipo y que sí tenía, por poner un ejemplo reciente, la «Red Riding Trilogy».
A cambio, la irregularidad de Campanella tiene algunos picos y nos regala un bloque de secuencias absolutamente memorable: el que empieza con la interpretación de la carta en el bar y termina con la escena [SPOILER] del interrogatorio al asesino [FIN DEL SPOILER] en comisaria y cuyo pilar central es esa maravilla en forma de plano-secuencia casi hitchcockiano (probablemente LA escena del año) en el estadio de fútbol.
Por otro lado, la película se sabe grande y compleja. No es un relato intrascendente, por lo que pretende estar hasta el final a la altura de su trabajada estructura en flashbacks, de su alcance emocional, de su multiplicidad temática y nunca termina de encontrar un final, añadiendo cada vez una secuencia más a lo contado, de modo que el punch global se resiente en favor de «pequeños punchs» que se van añadiendo, sumando temas, cerrando tramas pero abriendo nuevas ideas.
Al final, lo que se pretendía contar está perfectamente medido. No sobra nada en la idea global, pero la sensación de «hinchamiento» del conjunto persiste habiendo terminado la película. Quizá -hipotetizo- el error está en la realización, en la administración de los clímax.
Pese a ello, «El secreto de sus ojos» es una buena película, en mi opinión bastante lejos de la obra maestra que se nos está vendiendo pero que francamente merece la pena. Un producto más que digno, bien interpretado (a las de Darín, Villamil y Rago hay que sumar la también fantástica actuación de Guillermo Francella) y bien construido en general, que a la postre posee los mejores momentos que ha rodado su director en toda su carrera y que casi le redimen de -ejem- «cosas» del estilo «Luna de avellaneda».
Disfrutable.
6’5/10
hola…
muy bueno su blog
la pelicula me gusto mucho y la actuacion de francella me parecio fenomenal, por lo menos se muestra como un actor de verdad.
acojonante la secuencia del estadio.
no dijiste nada sobre el maquillaje, que aunque no es lo ultimo en creacion, creo que se merece un aparte
Hola RYAR!
La verddad es que no recuerdo especialmente el tema del maquillaje (hace año y medio que vi la peli), pero si lo mencionas seguro que es destacable! Así que ahí queda eso…
Saludos grandes, gracias por pasarte y esperamos volver a verte!!